De entre mis películas preferidas ambientadas
en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), destacaría, sin dudarlo, La
Gran Guerra (La Grande Guerra, 1959). Vuelvo una y otra vez
a este extraordinario film que nunca deja de emocionarme, divertirme,
conmoverme.
Dino de Laurentiis, en coproducción con capital de Francia (y no hablo ahora de París…), capitanea una muy cuidada super-producción de 2 horas y 47 minutos de duración, un trabajo sólido y espectacular, una recreación impresionante de la Italia de 1916, incorporada en ese año al conflicto bélico. La partitura musical fue encomendada al maestro Nino Rota. Mario Monicelli firma el guión y la dirección. Al frente del reparto, Vittorio Gassman, Alberto Sordi y Silvana Mangano. Una obra maestra.
Dino de Laurentiis, en coproducción con capital de Francia (y no hablo ahora de París…), capitanea una muy cuidada super-producción de 2 horas y 47 minutos de duración, un trabajo sólido y espectacular, una recreación impresionante de la Italia de 1916, incorporada en ese año al conflicto bélico. La partitura musical fue encomendada al maestro Nino Rota. Mario Monicelli firma el guión y la dirección. Al frente del reparto, Vittorio Gassman, Alberto Sordi y Silvana Mangano. Una obra maestra.
Podríamos reparar en incontables secuencias y escenas
de este trabajo superior que se mueve con sabiduría entre la comedia y la tragedia, el humor y el horror, la vida y la
muerte. Tanta sapiencia incluye hasta a la filosofía. La compañía, que hace de avanzadilla de la trama, está compuesta de gente corriente: tropa de
reemplazo, soldados y oficiales reclutados, en su mayor parte. Destacan en ella dos truhanes de gancho y rancho (Vittorio Gassman, Alberto Sordi; aunque de buen corazón) y un alma filosófica con galones,
un estoico en toda regla, el teniente Gallina, papel interpretado por Romolo Valli.
Rememoremos ahora un momento muy especial, que cabría denominarse “virtuoso”. La unidad militar llega a un acuartelamiento improvisado, campamento campestre bajo techo, en un pajar, a la espera de órdenes para entrar
en acción. Mientras, los soldados se acomodan como mejor pueden, los mandos de
la compañía hacen acto de presencia, a modo de presentación. He aquí, unas
líneas del guión:
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Sargento: Desde hoy, el jefe de la primera compañía será el Teniente Gallina. [Se escucha un cacareo entre la formación uniformada] ¿Quién ha sido?
______________________________________________________________________________Teniente Gallina: Muchachos, hablemos claro. Me apellido Gallina desde hace 37 años. Os podéis imaginar cuantas veces he oído ya esas burlas. Incluso os puedo anticipar los juegos de palabras que mi nombre va a inspirar: "Gallina vieja hace buen caldo"; "Mejor huevo hoy que gallina mañana". Debo decir también que estas gracias, que estas ocurrencias, pronto no harán reír a nadie. Por último, las ganas de reír se os quitarán pronto. Estad tranquilos.
La oficialidad que acompaña al sabio militar, reacciona con indignación ante la chanza y la indisciplina a un superior. Propone descubrir al gracioso de turno y aplicarle un castigo ejemplar. Pero, el teniente Gallina mantiene la calma y replica con mesura y contención. En determinadas circunstancias, unas palabras, firmes pero afables, pueden suavizar y moderar al bruto con mayor efectividad que con gritos y azotes. El respeto no se impone ni se exige, sino que debe merecerse y ganarse en el combate del día a día.
Un eco lejano
de este discurso, que no es arenga, puede
leerse en la obra de un noble antepasado del teniente, asimismo, jefe militar y filósofo,
amén de emperador romano: Marco Aurelio. Esto es lo que escribió, en otras muy
prudentes y juiciosas máximas:
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_____________________________________________________________________________«Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y de los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, porque participa, no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarle. Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indignación y repulsa.»
Meditaciones, II, 1
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