El negocio de las vacunaciones masivas es de naturaleza principalmente política;
muy en particular, este que nos preocupa aquí y ahora. Son Gobiernos e
instituciones internacionales los que realizan los encargos de producción de
dosis (además, con una urgencia tan sospechosa como temeraria) a las farmacéuticas; estos son sus grandes clientes, no los ciudadanos. Lo
mismo ocurre con la industria que produce material bélico, esa industria que
tanto factura un automóvil como un carro de combate, a tanto la pieza, que los
Estados pagan alegremente con el dinero de los contribuyentes.
La
mayor parte de las farmacéuticas se
han sumado a la carrera en pos de la vacuna milagrosa, tanto las especializadas
en inmunización e inoculación, como las que han realizado cursillos de dos tardes
para no quedarse atrás, si bien no todas, aún. La estadounidense Merck & Co, siendo de las más pujantes y con larga experiencia en la
materia, anunció a principios del año 2021 que abandonaba la experimentación
con «vacunas anti-covid», a la vista de
que los resultados obtenidos en inmunidad no habían sido los esperados,
centrando, en consecuencia, sus investigaciones en vías alternativas a la
vacuna a fin de contener los efectos del virus coronado.
Pues
bien, siendo lo que son, empresas (privadas), y no organismos filantrópicos,
todas las farmacéuticas funcionan y
se mantienen por el afán de lucro, el reparto de beneficios y la creación de
riqueza. ¿Qué diferencia, entonces, a unas empresas de otras? Su nivel de
profesionalidad, su escala de oportunismo, su límite de honestidad e
integridad, su grado de dependencia y sumisión a los Gobiernos y a las agendas
genocidas; su bakuninismo…
Condénese,
si así se quiere, al bandido, pero no por razón de en qué bando se esté, sino
por el delito realmente cometido, que en este asunto es el de la corrupción y
la vileza de corporaciones industriales que, con la facturación de «vacunas» a
la carta y a granel, según demanda de Gobiernos, instituciones y poderosos
maniobreros, se desvían de su labor y misión propias (servir al cliente y no
intoxicarle, actuar dentro de las reglas del libre mercado), denigrándolas, por
preferir, a cambio, servir a los Gobiernos. Repruébese, si así se desea, a las
empresas, los laboratorios y consorcios farmacéuticos relacionados con la
operación «vacuna anti-covid», mas no por el afán de lucro en sí mismo, sino
por hacerlo de manera impropia, desvirtuada, adulterada, viciada, oportunista y
pisoteando todos las normas de la integridad profesional y moral, y acaso
también jurídica.
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