Se dice del miedo que es un sentimiento libre, como queriendo indicar con ello que se trata de algo muy repartido en el mundo y muy humano. Sin embargo, esa declaración encubre a menudo cobardes subterfugios y miedo a la libertad.
He aquí un problema muy serio que interesa tanto a la ética como a la política, sin olvidar la biología, la antropología y la sociología. Y es que el miedo cumple, en animales y hombres, una principal función adaptativa, que posibilita la acomodación al medio. En el caso del hombre, conlleva al mismo tiempo múltiples conductas que aspiran a solaparla y disfrazarla con actuaciones rituales de todo tipo, como avergonzándose de padecerla.
En cualquier caso, la manifestación del miedo daría cuenta de su naturalidad, mas no de su valor. Lo humano no se mide por lo que de él emana, supura o evacua de modo más o menos reflejo, sino por aquello que lo mejora y vigoriza. Por ejemplo, la firme disposición a vencer el miedo, a conservarse buenos y libres, y a no dejarse esclavizar. Por esta razón, afirma Spinoza, el hombre libre evita los peligros con la misma virtud de ánimo con que intenta superarlos. […]
A menudo, el miedo es una emoción que, lejos de ser disculpada, adquiere un tinte miserable, merecedora, entonces, de ser desautorizada.
Desde un punto de vista moral, el miedo denota la condición menos cuidada del hombre, que limita violentamente la libertad. Un sujeto que se deja vencer por el pánico es presa fácil de la intimidación. Tiende a convertirse en un tipo pasivo y predispuesto al espanto, que es la antesala de la espantada como forma de vida, de la huida como ética para fugitivos. Un individuo invadido por el miedo corre el riesgo de hacer de su debilidad un instrumento miserable, a poco que se descuide.
Los primeros síntomas de esta anomalía moral aparecen en forma de coartadas y escapatorias varias, que no superan en ningún momento el estatuto del autoengaño. Se empieza por asignar nombres bastardos al crudo pavor para hacerlo pasar así por especies más nobles: respeto, precaución, prudencia. Y se acaba volcando la angustia sobre los demás, igual que en un conjuro, con la esperanza de disminuir uno mismo la aflicción. Todo ello al precio de propiciar el pánico colectivo o «alarma social», espesuras en las que materialmente perderse. En ese momento, asoma el señalamiento, la denuncia, la elección de chivos expiatorios, para que carguen otros con la furia de los bárbaros, mientras uno queda a salvo. O, al menos, eso quiere creer. De eso quiere convencerse
Este expediente expeditivo —contener la amenaza del miedo, procurar calmarlo desviándolo hacia otros, hacia fuera, hacia los de fuera— ya lo percibió Sigmund Freud, relacionándolo justamente con la norma de conducta del tribalismo y los postulados ideológicos del nacionalismo. Buscando asegurar la cohesión de la pequeña comunidad, siempre abrumada por la carga de la violencia y la angustia, los sujetos conciben el plan de expulsarlas del propio interior y reconducirlas hacia otras personas u otros grupos. En estos casos, el miedo retrocede por medio de la transferencia. […]
Resulta bastante fácil extender los sentimientos de miedo y desmoralización entre la población. Desde el poder, basta con comprender el mecanismo del terror y ponerlo en marcha, reprimiendo, al tiempo y sin contemplaciones, los incipientes movimientos de rebelión y desactivación del miedo. Para el afectado por el virus del miedo miserable, basta con desanimar a los demás para que actúen o directamente denunciarlos, y cubrirse uno. Pero ¡basta ya!
El miedo miserable, temiendo ser descubierto y puesto de evidencia, exterioriza su más enérgica indignación cuando es señalado con el dedo, mostrando en ese momento una firmeza contra el virtuoso denunciante no exhibida nunca antes contra los forajidos. Busca refugio, entonces, en la identidad, el género o el orgullo, en el empleo (público) y los asuntos propios (privados), en sus fueros y sus estatutos. A lo más que llega es a proponer pactos y diálogo con el rufián, o a practicar la equidistancia.
¿Por qué la sociedad española no se rebela contra las políticas socialistas, como lo hacía, al menos, cuando gobernaban los otros?
El presente texto es una versión corregida y abreviada de mi artículo, «El miedo miserable», publicado el 22 de agosto de 2003 en la sección «La política, a pesar de todo», que por esas fechas mantenía en el diario Libertad Digital
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