[No, ZP, no se despide. Ni lo despiden...] |
Veo y oigo opiniones por doquier, pretendidamente audaces para los tiempos que corren, sobre lo difícil que lo tiene últimamente el Gabinete del doctor Zapatero y las zozobras por las que está pasando. Bastantes todavía se preguntan hasta dónde piensa llegar el matasanos para sentirse completamente satisfecho, como si se tratase de uno más de esos «señoritos satisfechos» de los que hablaba Ortega en La rebelión de las masas. Actuando de este modo no se enfrentan, sin embargo, seriamente con la cuestión, que no es otra que ésta: cómo es posible que ZP y su compañía de varietés sigan todavía en el Poder con lo puesto y en boga. Esto es lo auténticamente pasmoso. Y que aún salgan en las portadas de las revistas de moda.
¿Qué sostiene al actual Ejecutivo, a pesar de todo? Ya sabemos cómo llegó a lo que llegó y adonde llegó, pero, ¿qué lo mantiene todavía dando guerra? A mi parecer, gran parte de la responsabilidad de esta situación la tiene el hecho de que la mayoría de españoles siga sin tomarse en serio al personaje principal de nuestra tragicomedia nacional. Las rimas y leyendas que de él se cuentan siguen gozando de buena salud, mientras la nación expira. Selecciono tres de entre los múltiples cuentos que realzan su papel, supuestamente salido de una película de Walt Disney: primero, el gran argumento que suele conocerse con el nombre de «buenismo»; segundo, la acusación, pretendidamente ofensiva, de que es un «indocumentado» que no sabe lo que quiere ni lo que hace, y encima, sin tener capacidad de liderazgo, ¡como si se tal cosa se echara de menos!; y, finalmente, la contumacia en señalar las malas compañías que le llevan a mal traer y por el camino de la amargura, ¡como si ello diese pena y fuese motivo de lamento!
Tengo para mí que cada vez que se saca a colación alguna de estas especies de considerandos (en realidad, pamplinas), los pulsómetros del ser y no ser de ZP empiezan a registrar una apreciable subida demoscópica, así como de las palpitaciones que ponen su presión sanguínea todavía más alterada. Minusvalorar o menospreciar la capacidad del adversario (sobre todo, cuando gusta de exhibirse como enemigo con traza de amigo) ha sido siempre una mala estrategia, con resultados demoledores para quien así se lo toma. Lo que nos está pasando en España, no obstante, es evidente: los actuales equipos dirigentes en las más altas instituciones del país saben perfectamente lo que quieren y hacen.
Ni improvisan ni están majaras. Su «hoja de ruta» está perfectamente planificada, por algo son paladines en todo género de planificación, desde la económica a la ideológica. Y por eso mismo resulta inapropiado y fútil rogarles que reflexionen, o, aún peor, excusarles porque no saben lo que hacen… Otra cuestión es que a algunas almas candorosas este panorama siniestro les intranquilice o escandalice, y no acaben de creérselo. Pero, los actos que cometen ZP y compañía responden a su naturaleza. Sólo falta aclarar si corresponde a la de la rana o a la del escorpión de la fábula, o sea, quién es quién.
Y falta, por último, considerar la tercera tesis que mencionaba antes: el reparto de responsabilidades entre el presidente y la compañía. Pues bien, considero un grave error político, demasiado repetido, el cargar los excesos del actual Ejecutivo a cuenta de las deudas y los compromisos que tiene que pagar el guía a sus clientes, clientelas y compañeros de viaje, esto es, a las malas compañías. Según esto, lo malo de lo que pasa en España no estaría tanto en la cabeza como en las extremidades; no en el cabecilla botarate, sino en sus socios descarriados, quienes, a diferencia de aquél, no son más que unos extremistas… El problema, como el infierno, serían, como casi siempre, los otros. Así el Uno se salva.
Estas cosas se oyen mucho en la oposición y en los medios. Mientras tanto, el redimido de todo mal, el que queda exonerado de toda culpa, se frota las manos, pletórico de satisfacción. ¡Por eso sonríe tanto y está tan optimista, no por su presumido talante! He aquí la moraleja del cuento: si el problema de España no es ZP ni el PSOE, sino, por ejemplo, ERC (de IU, ni hablar), nada más sencillo que cambiar de caballo en mitad de la carrera cuando éste se agota, para que aquél siga tan fresco, acompañado entonces de los nacionalistas «moderados», sin ir más lejos. En ésas estamos. Si el problema no es ZP ni el PSOE, sino, verbigracia, ETA, basta con que ésta ofrezca en el momento oportuno otra tregua-trampa —que «desaparezca de nuestras vidas», como gusta decir a Ibarreche y ahora también, a López— para seguir adelante. En ésas estaremos pronto. Y así sucesivamente. Porque malas compañías no faltan.
El presente artículo fue publicado como columna de Opinión del diario Libertad Digital, bajo el título de «Las malas compañías» el 20 de diciembre de 2005. En esta ocasión, releyendo el texto y a la vista de la circunstancia actual en España, decido reproducirlo completo y sin cambiar una palabra del mismo.
amor a la política
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