La desafección de los españoles
hacia los políticos está subiendo enteros cada día que pasa, habiendo escalado hasta uno de los primeros puestos en los índices de preocupación y recelo ciudadanos. Añadir una disposición más a
dicha actitud la haría plenamente madura y beneficiosa,
auténtica y real, estable y duradera, no sólo circunstancial o pasajera. Me refiero a
poner en su sitio no sólo a los políticos (bastantes deberían estar en los tribunales; la mayoría, buscando trabajo
fuera de la Administración) sino también a la misma política, a saber: en un plano secundario respecto a la sociedad civil.
Hay demasiada política en España. En todos los países, de hecho.
Pero aquí y ahora me interesa hablar de España, mi país. Un país con fama de anárquico e
individualista, pero acostumbrado en exceso a que le manden y gobiernen. En España hay demasiado Gobierno, demasiado
Estado, porque aquí se han abandonado la acción y las responsabilidades
particulares para cederlas al Poder Público, porque aquí hay mucha comunidad autónoma y poca autonomía personal. A este ámbito todopoderoso,
Leviatán insaciable que todo lo quiere y casi todo posee ya, se le trata con
una mezcla de miedo y devoción: el ciudadano teme al poder político cuando él mismo lo ha creado y lo mantiene. Síndrome Frankenstein.
Los políticos se hacen llamar a sí mismos «autoridades», «dirigentes», «mandatarios», y, en efecto, actúan como apoderados de lo público.
Los políticos se hacen llamar a sí mismos «autoridades», «dirigentes», «mandatarios», y, en efecto, actúan como apoderados de lo público.
Hoy, el pueblo habla mal de los políticos porque está
indignado con ellos. Porque le han decepcionado. Porque
no se conducen como esperaba de ellos. Luego tenía —y tiene— esperanza en
ellos. La población solicita al poder político
que se refrene a sí mismo, que intervenga sobre sí mismo, que se autorregule.¿Acaso no sabe que eso es imposible? Está en
su naturaleza proceder como lo hace. Y su naturaleza es la política.
¿Qué es la política? El mecanismo de poder y de coacción oficializados con el propósito de que una pequeña parte de la sociedad organice, controle y gobierne la vida, la libertad y la propiedad de todos. La política es un mal necesario, un veneno que sólo en pequeñísimas dosis es aceptable y tolerable.
En España, ay, tenemos demasiados políticos y demasiada política. Tanta que la praxis y el lenguaje políticos se han mimetizado en el conjunto de la sociedad. La gente dice odiar al político, pero de hecho le imita.
Estar demasiado pendiente de los
políticos acaba haciendo que se sea dependiente de ellos. Confiar más en la política que en la propia acción e iniciativa conduce a la servidumbre. He aquí la cuestión.
La coacción, arma de la política, y la mentira, técnica de
la política, se han extendido por toda la sociedad como una calamidad… pública.
¡Fuera los políticos!: así habla el
indignado. Menos política: así habla el hombre libre.
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