Hoy, que hay un día para todo y para
cualquier cosa, desconozco si ha sido declarado el Día Internacional Sin
Televisión o Día del Apagón. Quién duda que habría gran expectación ante
semejante acontecimiento. Cosa nada de extrañar, cuando la cosa va del Ente y
de espectadores pendientes de la antiguamente denominada «pequeña pantalla».
Desconozco si, para referirse a los usuarios de la tele, todavía se emplea
la expresión «televidentes», un término para mí un tanto sombrío (permítaseme
la boutade), pues no puedo
dejar de asociarlo a la adicción y a la quiromancia.
Hace años
que no veo la televisión. Tal vez piense el lector que,
por efecto de haberme quedado a oscuras, ignoro lo que está pasando en el
ruidoso (y ruinoso) mundo de la televisión. No negaré que estoy un
poco fuera de onda, o, dicho más claro, bastante desconectado. Tanto que,
aunque tengo televisor, como digo, no veo la televisión: la pantalla en el salón
de mi casa está sin conectar a la antena, utilizando aquélla para reproducir
mis películas favoritas y mis óperas selectas. Sea como fuere, y por lo que a mí respecta, no
necesito la TVE, ni TDT, ni TV3, ni TNT. Procuro, no obstante, estar al
corriente de lo que ocurre en el mundo
exterior, y no me refiero ahora a las noticias internacionales... No es
presunción, pero quizá esté precisamente al día por aquello de mi desconexión.
Con
sinceridad, todo esto resulta anacrónico para mí. En primer lugar, la propia
televisión, y, todavía peor, ¡las televisiones! Porque, por tener, en la España
actual del recorte y la recesión, pululan todavía multitud de cadenas
tenebrosas de ámbito nacional, a las que hay sumar bastantes más, no menos
foscas, por cada Comunidad Autónoma, todo ello sin contar los canales privados y los
privadísimos. Yo pregunto: si debe haber, de verdad, reducción del gasto
público, austeridad y ajuste económico, ¿por qué no suprimir este
descarado derroche a cuenta de tanta mamarrachada y tanta mamandurria? ¿Para
qué tanta televisión en la era de Internet, como no sea para mantener la
propaganda oficial, la vulgaridad impúdica y la idiocia general?
En
estos tiempos que avanzan que es una barbaridad, ¿no es, ciertamente, anacrónico
seguir hablando de «programación» en la «pequeña pantalla», cuando puede uno
estar informado al minuto por medio de la radio y la Red de redes, acceder a un
determinado programa o episodio gracias a la redifusión, el podcast, el iphone y
el youtube, o decidir también a qué hora ponerse la película en casa, elegida
por uno mismo, en una pantalla panorámica? ¿Se extraña alguien aún de mi falta
de sintonía con el «medio» por antonomasia y de que, por mi parte, le haya
puesto fin?
Televisión,
vale, pero la mínimamente imprescindible en un Estado que, asimismo, debería
ser lo más mínimo posible. ¿Hay vida después de la televisión? ¡Vaya que sí!
Donde es difícil que la haya es en un mundo incapaz de desenchufarse del
telediario y de subsistir sin la dosis diaria de «programación». Ánimo, pues,
que tras el «apagón» no está el vacío, sino que empieza, al fin, un luminoso y
liberador «apaga y vámonos» a pasear, al cine, al teatro, a leer o a lo que
ustedes quieran.
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