Lo que Deus sive Natura
ha unido que no lo separe el hombre. Así habla el oráculo implacable del
Designio y la Necesidad, la Voz del Omnipotente inmaterial o demasiado terrenal
a la criatura desangelada, caída en la Tierra para ser parte de un Todo del que
no debe desprenderse ni desmembrarse. He
aquí, para la tradición del Mito, el mayor pecado humano: querer ser uno mismo,
tener voz propia, aspirar a que la vida corra por su cuenta y riesgo.
Del individuo en comunidad se dice que es sujeto porque de él se espera
que viva emparentado con el otro, que es su hermano. Según sentencia el juicio
sumarísimo del Todo, los individuos, sometidos a la Fatalidad, están condenados a vivir juntos. A veces, esta
expresión, «vivir juntos», adquiere un sentido literal, muy severo y riguroso.
Es el caso que estos mensajes de universal comunión, entusiasmo
gregarista y apasionado comunitarismo me vienen hoy a la mente con especial
dramatismo al recordar una noticia que me conmovió profundamente en su día, hace años. En
el verano de 2003 tuvo lugar la operación quirúrgica, con el infeliz resultado
de muerte, de las siamesas iraníes Laleh y Ladan en un hospital de Singapur. Los médicos intentaron salvarlas de una
clase de enfermedad cruel y muy letal: la vida sin individualidad. Las dos hermanas
esposadas decidieron desde su mayoría de edad y su discernimiento responsable
someterse a una intervención quirúrgica a vida o muerte. Ellas tomaron la suprema
decisión de ser separadas y liberadas, y los médicos certificaron la
probabilidad de lograrlo. Pero, no pudo ser. Todo reproche o condena moral en
este asunto se me antojan fuera de lugar.
La unión no hace la fuerza, sobre todo cuando se produce por la
fuerza de la necesidad, o del destino. Cuando
entran en conflicto solidaridad, igualdad, fraternidad y libertad, es la
libertad la que tiene siempre la última palabra. Se escucharon entonces, y
acaso también se oigan todavía, voces de amonestación y sermón contra agentes y
pacientes. Que si montaje mercantilista, que si actitud temeraria, que si afán
de fama, que si meros caprichos... No es justo ni noble atacar a la ciencia por
ayudar a los humanos a tener mejor vida. Tampoco es decente tratar a Ladan y
Laleh como dos monstruos, dos temerarias suicidas, por el solo hecho de haber
deseado vivir fuera de lo común, de una en una, libres e individuales.
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