viernes, 7 de agosto de 2015

HIROSHIMA, NAGASAKI Y EL MAL MENOR EN LA GUERRA


«Ya en febrero de 1942 se le había dicho [desde los mandos militares japoneses] al emperador [Hirohito] que no sería posible ganar la guerra. En 1943, la marina había llegado a la conclusión de que la derrota era inevitable. En 1944, Tojo fue defenestrado por un putsch de la marina.  Ninguno  de  estos  hechos  modificó  la  situación.  El  miedo  al  asesinato  era  excesivo.  En mayo de 1945, se solicitó la mediación de Rusia, pero Stalin dio largas al asunto, pues en enero se le habían prometido en Yalta importantes recompensas territoriales, si en  agosto declaraba la guerra a Japón.  El  6  de  junio,  el  Supremo  Consejo  japonés  aprobó  un  documento  titulado  “Política fundamental  que  se  aplicará  en  adelante  en  la  conducción  de  la  guerra”;  allí  se  afirmaba:

Continuaremos la guerra [...] hasta el amargo final”. 

» El plan definitivo para la defensa de Japón, la “operación  decisión”,  contemplaba  el  empleo  de  10.000  aviones  suicidas  (la  mayoría  aparatos  de entrenamiento  adaptados),  cincuenta  y  tres  divisiones  de  infantería  y  veinticinco  brigadas; 2.350.000  soldados  entrenados  combatirían  en  las  playas,  con  el  respaldo  de  4  millones  de empleados  civiles  del  ejército  y  la  marina,  y  de  una  milicia  civil  de  28  millones.  Tendrían  armas como  escopetas  cargadas  por  la  boca,  lanzas  de  bambú  y  arcos  y  flechas.  La  Dieta  aprobó  leyes especiales con el fin de formar este ejército. Los comandantes aliados calcularon que sus propias fuerzas  debían  prever  hasta  un  millón  de  bajas  si  la  invasión  de  Japón  llegaba  a  ser  necesaria.



¿Cuántas  vidas  japonesas  se  perderían?  Si  suponemos  índices  comparables  con  los  anteriores,  la cifra estaría dentro de los 10 a 20 millones. […]

» Los datos disponibles no sugieren que habría podido obtenerse la rendición sin el empleo de las bombas atómicas. Si no se las hubiese empleado, se habrían librado encarnizados combates en Manchuria y  habría  sobrevenido  una  intensificación  todavía  mayor  del  bombardeo  convencional  (que  ya  se aproximaba  al  umbral  nuclear  de  alrededor  de  10.000  toneladas  de  TNT  diarias),  incluso  si  no hubiese sido necesario apelar a la invasión. 

Por lo tanto, el empleo de armas nucleares salvó vidas japonesas tanto como aliadas. Los que murieron en Hiroshima y Nagasaki fueron víctimas, no tanto de la tecnología anglonorteamericana como de un sistema paralizado de gobierno [el nipón], posibilitado por una  ideología  perversa  que  se  había  distanciado  no  sólo  de  los  valores  morales  sino  de  la  razón misma.»


El general norteamericano MacArthur y el emperador japonés Hirohito

Paul Johnson, Tiempos modernos (1983)

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