«Ya en
febrero de 1942 se le había dicho [desde los mandos militares japoneses] al emperador [Hirohito] que no sería posible ganar la
guerra. En 1943, la marina había llegado a la conclusión de que la derrota era
inevitable. En 1944, Tojo fue defenestrado por un putsch de la marina.
Ninguno de estos
hechos modificó la
situación. El miedo
al asesinato era
excesivo. En mayo de 1945, se
solicitó la mediación de Rusia, pero Stalin dio largas al asunto, pues en enero
se le habían prometido en Yalta importantes recompensas territoriales, si
en agosto declaraba la guerra a Japón. El
6 de junio,
el Supremo Consejo
japonés aprobó un
documento titulado “Política fundamental que
se aplicará en
adelante en la
conducción de la
guerra”; allí se
afirmaba:
“Continuaremos
la guerra [...] hasta el amargo final”.
» El plan definitivo para la defensa de Japón, la “operación decisión”, contemplaba el empleo de 10.000 aviones suicidas (la mayoría aparatos de entrenamiento adaptados), cincuenta y tres divisiones de infantería y veinticinco brigadas; 2.350.000 soldados entrenados combatirían en las playas, con el respaldo de 4 millones de empleados civiles del ejército y la marina, y de una milicia civil de 28 millones. Tendrían armas como escopetas cargadas por la boca, lanzas de bambú y arcos y flechas. La Dieta aprobó leyes especiales con el fin de formar este ejército. Los comandantes aliados calcularon que sus propias fuerzas debían prever hasta un millón de bajas si la invasión de Japón llegaba a ser necesaria.
» El plan definitivo para la defensa de Japón, la “operación decisión”, contemplaba el empleo de 10.000 aviones suicidas (la mayoría aparatos de entrenamiento adaptados), cincuenta y tres divisiones de infantería y veinticinco brigadas; 2.350.000 soldados entrenados combatirían en las playas, con el respaldo de 4 millones de empleados civiles del ejército y la marina, y de una milicia civil de 28 millones. Tendrían armas como escopetas cargadas por la boca, lanzas de bambú y arcos y flechas. La Dieta aprobó leyes especiales con el fin de formar este ejército. Los comandantes aliados calcularon que sus propias fuerzas debían prever hasta un millón de bajas si la invasión de Japón llegaba a ser necesaria.
¿Cuántas vidas
japonesas se perderían?
Si suponemos índices
comparables con los
anteriores, la cifra estaría
dentro de los 10 a 20 millones. […]
» Los datos
disponibles no sugieren que habría podido obtenerse la rendición sin el empleo
de las bombas atómicas. Si no se las hubiese empleado, se habrían librado encarnizados
combates en Manchuria y habría sobrevenido
una intensificación todavía
mayor del bombardeo
convencional (que ya se
aproximaba al umbral
nuclear de alrededor
de 10.000 toneladas
de TNT diarias),
incluso si no hubiese sido necesario apelar a la
invasión.
Por lo tanto, el empleo de armas nucleares salvó vidas japonesas tanto como aliadas. Los que murieron en Hiroshima y Nagasaki fueron víctimas, no tanto de la tecnología anglonorteamericana como de un sistema paralizado de gobierno [el nipón], posibilitado por una ideología perversa que se había distanciado no sólo de los valores morales sino de la razón misma.»
Por lo tanto, el empleo de armas nucleares salvó vidas japonesas tanto como aliadas. Los que murieron en Hiroshima y Nagasaki fueron víctimas, no tanto de la tecnología anglonorteamericana como de un sistema paralizado de gobierno [el nipón], posibilitado por una ideología perversa que se había distanciado no sólo de los valores morales sino de la razón misma.»
Paul
Johnson, Tiempos modernos (1983)
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