domingo, 26 de julio de 2015

HOMENAJE A ELIAS CANETTI: LA MASA Y LA CASA


Para Elias Canetti, existe un impulso originario e incontenible de la masa, en verdad una de las primeras características que más impresionan, su instinto de destrucción: «Preferiblemente, la masa destruye casas y cosas.» (Masa y poder) Como animal pesado y sobrecargado que es, la masa avasalla y somete todo lo que encuentra a su paso, todo lo engulle y metaboliza, hasta el punto de formar en su interior una pasta compacta, concentrada y reducida a su mínima expresión: un conjunto de objetos empequeñecidos. La masa se agranda en proporción directa a la mengua de sus componentes; la masa, vale decir, se hace masilla, con la que tapa agujeros y aberturas que impidan fugas. Y es que como apuntó Ortega y Gasset: «Hay una delicia epidémica en sentirse masa, en no tener destino exclusivo. El hombre se socializa.»

Pues bien, los individuos que se resisten a ser integrados en la masa –lo que no significa que lo logren– buscan su propio espacio donde resistir y sobrevivir, quedando así en el límite de la masa: uno de esos espacios protectores es la casa, refugio de la intimidad y símbolo superior de la propiedad y de la privacidad. Los límites y las demarcaciones de la casa son las ventanas y las puertas, desde ellas guardan el espacio interior y lo separan de lo exterior. No extraña, pues, que la masa se esfuerce en destruir este bastión, porque destruyendo estas imágenes, quebrantan los fortines de la individualidad, la jerarquía y las distancias.

Ventanas y puertas pertenecen a casas, son la parte más delicada de su delimitación hacia el exterior. Destrozadas las puertas y las ventanas, la casa ha perdido su individualidad. Entonces, cualquiera puede entrar a su gusto, nada ni nadie está protegido dentro de ellas. Por lo común, en las casas están metidos los hombres para excluirse de la masa, sus enemigos; lo que no significa, necesariamente, «recluirse». El derribo, el asalto, la intromisión o el allanamiento de morada destruyen aquello lo que los separa. Entre ellos y la masa no hay ahora nada. Pueden salir y sumarse a ella. O viceversa. ¿Se puede…? Se puede pasar a buscarles.

A la masa le irritan las puertas y las ventanas, cuando no están rotas. Le disgusta todo signo indicador que marque distancias. Sobre ellas ejerce la masa su presión más enfurecida. Soplaré, soplaré y la casa derribaré... «A la masa desnuda todo le parece la Bastilla.»


La capacidad del hombre para ensimismarse y desprenderse de la carga y del eco fragoroso de la plaza pública y la tremenda necesidad de residir en uno mismo aun viviendo en la ciudad, no representan un don natural ni una gracia que nos sobreviene. Se trata de un aprendizaje, de un ejercitarse en salir de la casa, de atravesar el puente, de entrar en sociedad, de participar en la vida activa, de encontrarse con la masa, pero también de encontrar el camino y el destino de vuelta al continente de la ética.


Fragmento de mi artículo «La ética, a las puertas de la ciudad», en El Catoblepas, número 15, mayo 2003, pág. 7.

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