1
Suele caracterizarse la
sociedad occidental de los tiempos posmodernos como “sociedad del espectáculo”.
Con razón. Y desde tal perspectiva debe observarse y analizarse el comportamiento
de los individuos que allí aparecen. La
esfera pública en la era de la globalización ha sido derribada hace tiempo,
para construirse en su lugar un teatro: el gran teatro del mundo. En la
denominada “democracia participativa”, por activa y por pasiva, “participar”
significa formar parte de la compañía,
de la troupe, estando en el reparto, si la interpretación resulta naturalista y realista, según el “Método Stanislavski”, versión Actor’s Studio de Lee Strasberg, y
recibiendo como premio el aplauso del público, entregado de antemano.
En la “sociedad del espectáculo”, la conducta social
consiste, básicamente, en actuación, en interpretar un papel de pieza teatral,
sea en uno, dos o tres actos, dependiendo del género. La mayor parte de
espectadores no notará la diferencia. Porque discernir entre realidad y ficción, verdad y mentira, acción y
representación, es distinción muy aristocrática y rancia que quedó abolida con
el fin del Antiguo Régimen.
A los actores más
populares y queridos los fans les llaman por el nombre del personaje que ha
encarnado, le ha dado celebridad y por el que es más conocido. A la dimensión ilusoria de la virtualidad
se le denomina comúnmente “realidad virtual”, o sea, una realidad más entre
otras, de semejante entidad y valor. Esto también se impuso cuando la
igualdad fue equiparada a la libertad y la fraternidad, con una elocuencia tan
afilada como la cuchilla de la guillotina. ¿De
qué extrañarse, pues?
2
La función comienza cada
mañana al mirarse en el espejo. La primera mirada que se lanza uno a sí mismo no es de orgullo, como creía Jean-Jacques
Rousseau, sino, más bien, conlleva una cierta decepción, resumida en pocos
palabras por Emil Cioran: “Ah, otra vez yo…” La frase apunta al
asombro existenciario en el caso del filósofo francés (no en del ginebrino), a quien,
de origen rumano, y aunque sostuviera lo contrario, nada humano le era ajeno.
También Cioran tenía algo de actor dramático; desde luego, mucho menos que
Rousseau.
Por contraste, para el
individuo no perdido en filosofías, la revelación matutina significa la llamada
al escenario, ponerse en la piel de otro, o en sus zapatos (versión en inglés: put oneself in someone's shoes); actitudes ambas poco higiénicas, aunque
traviesas, de ahí la fascinación general por la empatía: aunque se vista de
seda, mona se queda. Lo primero, una nueva identidad, adoptar un alias; por
ejemplo, el que luce en las redes sociales. Del alias al alter y, a
continuación, sesión de maquillaje: sombra aquí, sombra allá. Ponerse
después el disfraz de superhéroe y pronunciar las palabras mágicas: It's
showtime, folks! Empieza el
espectáculo.
Los actos humanos en la arena pública
han adquirido, como una segunda piel, la traza de una performance. Será porque hoy, se respiran continuamente aires de fiesta y se vive una
infancia perpetua (¿remitirá esto a la ensoñadora inmortalidad?). Siguiendo la
senda categorial de Sigmund Freud,
el “principio de realidad” no sustituye ya en la biografía del sujeto al
“principio del placer”, propio de lo que antes se denominaba la “edad de la
inocencia”, sino que éste perdura hasta la edad madura. Resultado: la sociedad se asemeja a un alegre y
ruidoso kindergarten. ¿Quién ha dicho
que la vida es difícil, si se trata de un juego de niños?
Damas y caballeros, lo que presencian en sus pantallas, lo que les pasma, indigna o conmueve, es sólo una representación, una farsa, un montaje: cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia
3
En el Tribunal de
Justicia, los juicios celebrados a
puerta cerrada se graban en vídeo, y
en la mayor parte de los casos, las vistas, como su propio nombre indica,
pueden seguirse en Internet. En las
sesiones parlamentarias, sencillamente, las intervenciones de sus señorías
se ajustan al guión escrito por el aparato de los partidos, pero concebidas
para ver el telediario en los aparatos de televisión. Las presentaciones de libros han ido transformándose en charlas
informales de amigos, trufadas de bromas y ocurrencias frívolas, en escenas de
sofá, ambientadas por música en vivo y animadas por un catering imprescindible,
lo cual deja inertes a los caducados autores, discípulos de Francisco Umbral,
que han ido allí a hablar de su libro y no tienen quien les escuche. En las conferencias es habitual que el
orador aparezca en escena con micrófono inalámbrico acoplado a la cabeza, y,
cual cantante de rap, deambule frenéticamente por las tablas, delante de
pantallas multicolores, hasta el punto de que sus intervenciones deberían
medirse no por los minutos que consume en su plática sino por los kilómetros
recorridos de acá para allá.
Tertulias,
entrevistas y mesas redonda —políticas, literarias o del corazón— no
televisivas, son televisadas en directo, en
streaming, además de estar
disponibles a las pocas horas en podcast
y subidas a YouTube para poderse disfrutarse una y otra vez, lo cual anima a
los participantes a oficiar de púgiles sofistas y expertos en lucha libre de
inhibiciones.
Ya ven, en la “sociedad
del espectáculo”, quien no sea fotogénico ni tenga dotes para la interpretación no le queda otra papeleta que actuar de figurante (¡extra!, ¡extra!), formar
parte del coro o sentarse y mirar desde el patio de butacas y el pasillo.
Ya lo vio venir H. D. Thoreau,
cuando escribió: «Si se quiere conseguir
dinero como escritor o conferenciante, se debe ser popular, lo que supone caer
en picado.” (Vida sin principios).
Y luego están las manifestaciones callejeras y las movilizaciones. Ya no se llevan los desfiles
ni la gran parada inspirada en disciplinada marcha militar, cerrando filas y gritando
consignas oficiales, paso de la oca y tiro porque me toca. El último grito son las performances,
cuanto más excéntricas y descaradas, mejor, modelo Love Parade. Más que acciones movidas por el cartel y el lema
que los convoca, por compromiso cívico, militancia activa, conciencia social y
tal, constituyen genuinas movidas festivas, representaciones, figuraciones y
espectáculos con charanga y pandereta, letrillas, cánticos y milongas, más
pompones y caretas que pompa y circunstancia, porque el objetivo principal es
la quedada, como en el botellón, y
montar un número… musical.
4
Los participantes en estos actos asisten, más por afán de
diversión y exhibición que por convicción política, más por ánimo juguetón que
por motivación ideológica (algo similar sucede con los casos citados anteriormente).
Quienes informan de los mismos, periodistas “profesionales”, así como
reporteros aficionados e indepes, aprendices de gacetilleros que hacen
la crónica en la Red, suelen tomarse muy serio la representación, al pie de la letra, tomada por algo real, porque en ello les va la tarea. Siguen la
corriente de las marchas marchosas por medio de disputas y contiendas de
bandería, entre los de un bando y los del otro, del rosa al amarillo, del
morado al naranja y del azul al rojo, todo ello entre bromas y veras, insultos
y alabanzas. Sea como fuere, la
representación y la información no mantienen una buena relación.
Antes, el quid de
la cuestión estaba en el mensaje (el medio es el mensaje). Ahora, manda la
bronca y el jaleo, la jarana y el neodestape.
La algarada ha dado paso a la algarabía. La glorificada información (¿sabes lo que ha
dicho…?) es, por lo general, un cuento chino, suma de cotilleos y chanzas, cuando no de fake
news, que, en realidad, poco aportan de verdad y claridad a los hechos.
Damas y caballeros, lo que presencian en sus pantallas, lo
que les pasma, indigna o conmueve, es sólo una representación, una farsa, un
montaje: cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Luego, se añaden a la
virtualidad infinitas interpretaciones y comentarios, críticas y análisis,
porque en la realidad virtual, todo es Interpretación, y mañana, mamá, salgo en televisión.
¿Debate? ¿Coloquio? ¿Mesa redonda? ¿Manifa antifa? Oh, no: batalla de flores; tomatina; pelea de gallos, con más tongo que en un combate de catch; carreras de primer día de
Rebajas; casting para optar al papel
protagonista de la versión posmoderna de la opereta La alegre divorciada; juegos con las palmas de las manos y dame la
manita, Pepe Luis; el conejo de la suerte, correcaminos y el pájaro loco;
pasapalabra y sin vergüenza; Víctor o Victoria; ¡Ay, qué calor! y a la fresca;
danzad, danzad, malditos. Una función
más del club de la comedia. La comedia humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario