En el breve ensayo El príncipe, Nicolás Maquiavelo plantea
la cuestión de si el gobernante debe ser amado o temido por su pueblo. El agudo consigliere florentino maneja la ciencia política con la destreza y
el efecto de un florete, y con similar genio al de Thomas Hobbes, sabe que los pactos sin espada no son nada.
Maquiavelo no dedica el jugoso librito al gran público ni al súbdito, sino a
quien tiene mando en plaza, al objeto de que aprenda a alcanzar el
poder y, sobre todo, a mantenerlo. Esta es su diplomática respuesta a la
cuestión expuesta:
“comoquiera que los hombres aman según su voluntad y temen
según la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en aquello
que es suyo y no en lo que es de otros. Debe tan sólo ingeniárselas, como hemos
dicho, para evitar ser odiado”.
“Temido”
sería, a este respecto, sinónimo de “respetado”. Mientras que ser amado no hace a un príncipe mejor, sino más vulnerable
y, a la larga, despreciado, al poner de manifiesto una actitud infantil y
afeminada.
En este mundo mundial, es pecado
venial querer tener razón; puede
costarte un riñón y partirte el corazón
Ocurre que el principito no entiende de razones ni se
rinde ante la autoridad de un argumento, sino que, por encima de todo, desea y necesita ser querido y protegido. El
aprendizaje de la racionalidad, el ejercicio de dar razones y recibirlas
(dialogar, según Platón), vendrá, si es que llega, con el tiempo, la
instrucción y el ejercicio de la mente. Y si tiene mucha suerte, tal vez
encuentre un día una princesa, siendo felices y comiendo perdices.
¿Y la princesa? Principito, ¿a quién quieres más: a papá o a mamá? Puesto que uno no desea meterse en
jardines, charcos ni laberintos, les cuento una historia y paso, quiero decir, trasfiero el trámite al director John Ford
y a los guionistas de la película Drums Along the Mohawk (Corazones
indomables, 1939), Sonya Levien y Lamar Trotti, y las reclamaciones, de haberlas, diríjanse al maestro armero.
¿Recuerdan el comienzo del film? Durante la conocida como Revolutionary War (1775–1783) en
Estados Unidos, Gil (Henry Fonda) y Lana (Claudette Colbert), tras contraer matrimonio,
se dirigen a la pequeña granja que Gil posee en Deerfield, en el Valle Mohawk, Estado de Nueva York. Esa
noche, hacen parada y fonda en el camino. Un siniestro cliente del local (espía
de los ingleses, para más señas) se acerca a ellos y entabla conversación,
preguntándoles quiénes son, adónde se dirigen y cuáles sus preferencias
políticas. La pareja de recién casados
apura la conclusión de la frugal cena y la inoportuna conversación, dirigiéndose a
su habitación bajo la llama de una luna de miel. Breve conversación:
Gil:
¿No te habrá asustado eso de los conservadores y los indios?
Lana:
Ni siquiera estaba pensando en los indios
Gil:
¿En qué pensabas?
Lana: Me preguntaba si me
quieres tanto como yo a ti
¿Es preferible tener razón o ser
querido? ¿Puede extenderse la exhortación de Maquiavelo al campo de la ética? La preferencia sobre
ciencia o querencia no pertenece, propiamente, al
plano de la política, por
definición, ámbito regido por la violencia. La ética, por su parte, respira en una atmósfera de libertad, donde el
yo, la razón y la virtud priman sobre el otro, la fuerza y la sinrazón. El enamoramiento hace perder la razón y estar como en la luna, una cara visible y la otra, oculta. El satélite del amor gira en una órbita donde el tú está encima del yo, aunque, ciertamente, hay otras posturas y puntos
de vista.
Si desea el
lector saber sobre el hecho del conocer y sobre las cosas del querer, pero no quiere ir demasiado lejos, escuche la voz íntima del instinto, la experiencia y el
sentimiento, si es que llevo razón... También puede
ofrecer sacrificios a la diosa Venus,
aunque, cuidado con no quemarse, porque según la mitología, su esposo Vulcano es celoso y fogoso, y
puede terminar el aprendiz de amador con el rabo entre las piernas y el trasero
chamuscado.
Quien tenga salud, dinero
y amor, que le dé gracias a Dios. Pero, no quiera además tener razón, pues
no se puede tener todo en la vida. En verdad les digo que tener razón y ser querido son
propósitos que no casan muy bien por no estar bien avenidos. En este
mundo mundial, es pecado venial tener razón; puede costarte un riñón y
partirte el corazón.
“en este mundo es mejor no tener
razón. De lo contrario, enseguida te lo hacen pagar caro.”
Philippe Claudel, El informe de Brodeck
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