miércoles, 12 de febrero de 2020

DEMASIADO


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No lo digo por presunción ni como alarmante vaticinio, sino por simple sospecha. Pero presiento que el colapso de la sociedad occidental será resultado de un caso agudo de indigestión o atragantamiento semántico, afectada por el síndrome del “demasiado” en referencia a la sociedad de consumo y de consumidores

Tampoco creo que sea una figuración personal, porque indicios, señales y rastros hay, relacionados, en su mayor parte, con la mala asimilación de vivir en una sociedad de libre comercio y  consumo libre, la cual es tomada a menudo con disposición acomplejada y culposa. El tipo sobrado por “demasiado” se traga, como una purga, el palabro “consumismo” mientras consulta los productos en promoción de la semana en Mercadona, a ver qué ponen. Nunca va de shopping sin aprensión ni bolsa de la compra de antemano, por si acaso, por lo del CO2P2 y porque así lo manda el Gobierno.

¿De qué protesta, entonces? ¡Consuma usted, caramba, y no reste! Agua que no has de beber, déjala correr…

Muchos sienten terror en el hipermercado y horror en el ultramarinos por la cantidad de existencias policromadas que colman los mostradores y las vitrinas, cual bodegones holandeses de la época barroca. En la sección de lácteos, suspira un “demasiado” muy jeremíaco: “hay demasiadas clases de yogur, cuando todas parecen el mismo, y así no hay quien se aclare”. Frente a la repisa de agua mineral, está como estancado, ahogado en la angustia, mareado por un bravo oleaje de pluralidad, inodora, incolora e insípida sólo en la teoría: aguas con gas y sin gas, sabor a lima-limón o manzana, de manantiales nórdicos y sureños, en tamaño micro-botellín, garrafa de cinco litros e intermedios. La mar de complicado. Con lo buena que es el agua del grifo, pública y de gente corriente.


En el apartado de vinos, ah, la cosa es de borrachera, con ampollas de distintos colores y formas. Por si esto fuera poco, lo sitúan junto a los espumosos, el cava, la sidra y el champaña, aunque estemos en España, cerca de otros licores de mil amores y whiskies con nombre en inglés y ¡en escocés! Para qué tanto, se pregunta. Hay demasiado y uno se confunde, proclama. Además, yo no bebo, si no me invitan, y sólo un sorbito de lo que sea, confiesa. Mientras el “demasiado” orador platica, yo escojo dos botellas. De pronto, arrastrando un carrito de compra, más vacío que su cabeza, se dirige a mí: 

“Disculpe, usted, que parece entender de esto —le miro con cierto embarazo por si aparento la facha de curtido beodo—, podría decirme si esa marca [la que acabo de escoger] es buena”. “Para mi gusto y entendimiento, sí, aunque depende de la añada”. “Ah, la añada…”.

Desconocen estos pobres diablos la virtud de la frugalidad, mientras dan clases sobre la injusticia de las “políticas de austeridad”

No deseo dármelas de experto, pues quien esto escribe, en su ignorancia melonera, no ha dudado alguna vez en preguntar a una señora con un melón en su mano, si el que tengo en la mía está para comer ya; reconozco, esto sí, ser osado y atrevido, pues me exponía a recibir una bofetada por aquello de los malentendidos y por preguntón.

En un restaurante, modelo buffet libre, hala, tableros y repisas repletos de recipientes y bandejas para platos combinadísimos. “Coma y beba lo que desee por 9 euros”, reza un cartel en la entrada del establecimiento. “¡Es demasiado!” Vaya usted a saber si este miembro del clan se refiere a que el precio es muy caro o que se ha perdido en la quinta línea del menú: no sabe qué tomar y tiene que ponerse a pensar lo que quiere. “¿Por qué no eligen por mí? Es más fácil y cómodo”. Sí, lo he oído más de una vez.

En los grandes almacenes. Departamento de pijamas, pues lo mismo: “Oiga, señorita [a la dependienta]. No sé cuál escoger. Aquí hay para dormir toda la eternidad… Este que está rebajado, ¿es bueno”. “Entonces, ¿cuál me llevo?” En fin, para qué insistir en demasía, cuando ya saben de qué va este extraño caso del “demasiado” descamisado.

2


Una cosa es bulimia y otra anorexia. No es lo mismo tener un carácter pusilánime que ser persona decidida, ni estar concentrado que despistado. Tampoco moverse en un lugar como pez en el agua o andar perdido.

La película The Hurt Locker (En tierra hostil, 2008), dirigida por Kathryn Bigelow, contiene una excelente escena que muestra en imágenes el síndrome de desorientación pos-traumática o como se diga eso, mostrando en pocos segundos a un personaje fuera de sitio. Un miembro de la unidad de élite de artificieros norteamericanos destinado en Irak se encuentra cada día en situación de riesgo total; su misión: desactivar explosivos. La labor conlleva alta tensión y estrés, razón por la cual, el contingente se renueva con asiduidad. Durante uno de los permisos, de vuelta a casa, sale a dar un paseo y, de paso, comprar cereales para el desayuno de los niños. El soldado, a quien no le tiembla el pulso manipulando dispositivos peligrosos, que pocas misiones le hacen flaquear y menos, retroceder, queda petrificado al encarar en el autoservicio la división de “Cereales”. Descubre un corredor sin fin separado por dos filas de larguísimos estantes con incontables marcas y variedades de cereales, alineadas en perfecta formación a ambos lados de un pasillo de pesadilla. En un campo de minas, sabría qué hacer; rodeado de estuches de cartón conteniendo copos de maíz y arroz tostado, en zona hostil, no.

3


No analizo en este texto un asunto de naturaleza psicológica o conductual, sino moral y política, y en común con ambas esferas, la acción (el valor) de elegir. Es máxima moral muy sabia y de antigüedad muy actual aquella que aconseja: “Nada en exceso”. Ciertamente, desde una concepción de la existencia contenida y prudente, resultan desmedidas —y a veces, disparatadas— bastantes ofertas de compra en el libre mercado (¿variedad de sabores en helados?), aunque al serlo, a nadie obliga.

Lo tomas o lo dejas, como las lentejas, pero sin quejas. Basta con abrirse paso entre multitud y cantidad, saber lo que quieres, decidirse a la hora de elegir, seleccionar y escoger, también distinguir y discriminar, cuidando más de lo que  uno consume que preocupado por lo que consuman los demás o la cantidad en la oferta del fabricante y el comerciante.

El síndrome del “demasiado” al que aludo lleva al banquillo del juicio racional y la libre elección, precisamente, cuatro puntos principales, acusados de: 1) descalificar aquello que a uno le sobrepasa o ignora y exigir que se prohíba lo que no aprueba o complace; 2) ante el miedo a elegir, anhelar que otros decidan por uno; 3) ante el riqueza de la libertad, convocar la uniformidad, el uniforme y el plato del día, y 4) ante la posibilidad de vivir tan ricamente, anhelar la carestía y la escasez, el economato y el comedor social, la cola popular de la sopa boba y la cartilla de racionamiento.

A los portadores de este síndrome, yo acuso. A quien dictamina que algunos tienen demasiado (¿cuánto es “demasiado”?), mientras otros, poco (¿cuánto es “poco”?) A quien se indigna frente a un escaparate o expositor rebosante de productos, porque hay, dice, muchos que no pueden adquirirlos. Al que se sulfura ante una mesa abundante de viandas y bebidas, refunfuñando por las sobras que van a tirarse, cuando tantos niños en el mundo pasan hambre… ¡Basta! ¡Aire viciado!

He aquí un muestrario muy extendido de especímenes de chatarra y despojo, con “demasiado corazón”, mucho cuento y escaso cerebro. Desconocen estos pobres diablos la virtud de la frugalidad, mientras dan clases sobre la injusticia de las “políticas de austeridad”. Odian los recortes en gasto público, al tiempo que aplauden las subidas de impuestos, salarios, subsidios y pensiones, así como el aumento kilométrico de anchurosas aceras y del carril-bici, por decreto gubernamental. De esto nunca hay “demasiado”, que te he pillado. 


Prefieren, por orgullo del pobre, por ser rico acomplejado, por oscuro resentimiento o neta vileza, el horror al vacío del supermercado bolivariano en Venezuela o la desolada tiendita revolucionaria en Cuba que la abundancia del establecimiento en la esquina del barrio. 

Afirma el muy patán que el haber de más (¡consumismo!), está de más, lo contrario del debe, el sacrificio del Pueblo por la Causa y la “resistencia” de la plebe (¡comunismo!).

¡Basta! ¡Aire puro! Esto es demasiado para mí…

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