Discursos cautivos en la sociedad limitada y anónima
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AGENDA ONE WORLD
La Gran
Catástrofe que recorre el mundo en
nuestros días cerrados conduce a un horizonte oscuro que denomino «totalitarismo pandémico». A algunos sorprende la velocidad del progreso que está tomando en
las sociedades ¡a escala mundial!, cual si se tratase de un paseo militar, casi
tanto como el conformismo y la pasividad con que la población se está tomando
la invasión de ladrones de cuerpos y
almas. Será cosa de las tendencias convergentes y las «Nuevas Guerras»
(versión, «Guerra Civil Global»). ¿Quién sabe? Misterios que ni la ciencia ni los Servicios de Inteligencia
(Artificial) han podido aclarar aún. Tal vez porque no se trate de
misterios ni secretos de Estado, sino de verdades veladas, de autoengaño y
obscenidad dominando la escena, en sesión continua.
El caso es
que la naturaleza y los rasgos identificativos de la plaga totalitaria no
siempre son identificados ni comprendidos correctamente, circunstancia que
afecta también a los pocos críticos que se atreven a denunciarlos. Y una enfermedad mal diagnosticada tiene difícil
remedio. Qué sé yo…
De natural escéptico, cada día soy más desconfiado —y,
por ende, prudente— aunque vigile con tesón y atención no inclinarme por la
pendiente de la afectación y el obsesivo recelo. Es tal la minuciosa operación
de la Propaganda y la extensión y «hegemonía» de la Doctrina Oficial sobre este
fenómeno planetario que, eso sí, llego a
sospechar que tanto los discursos propios y oficialistas como de contenido
rebelde y reluctante, en realidad, surjan de la misma mente mentecata y la
misma mano maniobrera (nada que ver con la «clase obrera»), es decir, con el
sistema operativo actualizado al minuto y una descomunal base de datos a su
servicio.
Cierto es que, como en toda guerra, fría o caliente, el aparato de espionaje, el doble juego y la labor de infiltrados y topos por doquier juegan un papel determinante en los avatares de un conflicto. Especialmente en la «Nueva Guerra», en la que corre más la tinta y el bulo que la sangre, los bombarderos arrojan más octavillas y libelos digitalizados que granadas y otras armas explosivas, en la que las paredes oyen, impera la turbia transparencia y el rey va desnudo, aunque, ay, pocos miran y menos quieren ver. El cuento chino que unos y otros cuentan a grandes y pequeños para tenerlos en cuarentena y en vela contiene demasiadas coincidencias, demasiados puntos comunes, demasiado pensamiento único y corrección política compartidos, demasiados lugares comunes, para achacarlos a la casualidad.
El concepto
«pensamiento único» ya no tiene nada de abstracto ni de figurativo, aunque sí
mucho de realismo sucio. ¿Por qué
será? Con el triunfo de lo absoluto, la realidad llega a su fin, el final que
todo lo iguala, su estación término, donde confluyen todas las vías, que es el
morir.
“que el individuo tenga la posibilidad de decidir, de decir «sí» o «no» sin coacción, según su voluntad. De acuerdo o no con lo que diga la ciencia o su porquero”
Barrunto que
la creencia fundada y el pensamiento racional han sido contaminados de
absolutismo pandémico, sin distinción de sexos, credos y nacionalidades, todo
lo cual resultaría altamente ilustrativo de lo que está pasando, si no ando
errado en esta selva oscura donde me
encuentro, en esta esfera social bajo vigilancia que no para de girar sobre sí
misma.
En una época en que la información y la comunicación
de masas están universalmente enmascaradas, la interacción entre sujetos adopta la forma de interactuación, y
éstos, lucen a menudo perfiles indefinidos —esos anónimos y seudónimos en las redes
sociales y, en general, en los contactos por medio de Internet que son los más
(y lo más) en la fiesta de disfraces que anima el actual panorama dominado por la
doblez, en que la virtualidad y el aparato mandan en detrimento de la
fisicidad y la realidad palpable, el ruido ahoga el argumento.
A propósito, ¿quién ha gritado «¡fuego!» en el gran teatro del mundo?
2
A FIN DE CUENTAS
En este tiempo de camuflajes y
simulaciones, cualquiera puede abrir una cuenta en una red social o plataforma
de mensajería en dispositivos móviles. Con oficio en la técnica de la
comunicación y con aplicación, pronto logra miles de seguidores, la mayor parte
de esos que sólo escuchan lo que quieren oír. En este caso que analizo, de «críticos con el
régimen covidista», o sea, de la oposición, a quienes el cuentista agita con mensajes inflamados de pasión y lucha, sin
morderse la lengua y hablando, claro está, la lengua oficial, para que se le
entienda.
Señala a los
«conspiradores» de la cosa, a esos
que «conspiran» a plena luz del día y hasta presumen a las claras de agenda de
futuro. Yo entiendo que conspirar es cosa distinta, pero porque soy un
tiquismiquis…
No perdona
la vida a las «élites» que, según es
sabido, han organizado el tinglado. El término no es sinónimo de «poderosos» ni
de «malhechores», sino todo lo contrario, pero, no importa, la gente odia a los
elitistas que se creen superiores y mejores que el resto, los muy presumidos y
estirados.
Pasa por la
quilla de la crítica social a los
multimillonarios y los pudientes
(magnates, corporaciones financieras, empresas farmacéuticas, etcétera), quienes
anhelan, lo de siempre —ser todavía más ricos de lo que son— y por eso han montado este embrollo. En sus mansiones de lujo y sus yates, los ricos viven ajenos a las estrecheces
de espacio y movilidad, ni se enteran de lo que es padecer, que para eso hay
que ser pobre. Es público y noticioso, que los villanos son ricos, y viceversa,
de modo que no resulta difícil entusiasmar a los enemigos del comercio, que con tal de
vender humo son capaces de lo que sea. Pobres… Desconocen que el Poder es una
pulsión muy superior al instrumento del dinero, y no se percatan de que los Amos del Mundo ricos son culpables y
despreciables por desear ser Amos del Mundo, no por ser ricos. Pero, esto suena
a cháchara de «expertos».
Si hasta hace poco el cuentacuentos la
tomaba con los «expertos», últimamente insiste en que debe atenderse lo que
afirman los «hombres de ciencia»; por lo visto, tipos distintos unos de otros.
Según este criticismo en observación, «experto» significaría algo así como
«sabelotodo» o «listillo», y «científico», quien está parcialmente cualificado, porque es nada menos que un especialista en la materia que toque (de
los asuntos del espíritu no sabe, que ese es oficio de curas y filósofos).
Yo
no me explico muy bien ni soy experto en nada, pero el que lleva la cuenta sí
sabe decir las cosas como conviene y como han de ser, comprensibles para todo
el mundo.
También cuando diserta sobre los riesgos
que comportan las «vacunas anti-covid». Y proclama
muy ufano: «yo no me vacuno». Sus miles de seguidores entenderán lo que dice,
mas yo quedo bastante confuso. ¿Por qué emplea el término «vacuna», que es la
denominación oficial de ese fluido inyectable que algunas voces cualificadas
conceptúan como «tratamiento génico sintético», en unos casos, y «placebo», en
otros, a fin de confundir y engañar, todavía más, a la temblorosa población? ¿Por qué denominar «vacuna» a lo que podría ser
llamado, asépticamente, «inyección» o «pinchazo», si el presunto propósito
del cuentista es desautorizar la campaña internacionalista de estampar y
timbrar el cuerpo humano para que se convierta en la terminal de un global
centro de comunicaciones —cuando no, en cobaya de laboratorio?
Propósito
de la Propaganda es desactivar al
crítico desde el mismo punto de salida, poner en su boca términos y expresiones
permitidas, sin que se dé cuenta… Que
no se exprese, pues, como un crítico de verdad, sino como uno más, como todos
los demás. Que cada cual sea cautivo de
sus discursos y, mediante la repetición, cautive a los demás. Labor del propagandística es que el agresor pase por
pacifista y quien se defiende, por defensor de la guerra. Que quien denuncie la
trama diabólica de la «vacunación» universal, cayendo en la trampa de llamar a
las cosas como desean que lo hagas, quede a la vista del público como un
enemigo de las vacunas — de la «salud pública» y de la solidaridad universal,
por descontado.
No planteo
una cuestión de «corrección lingüista», pues no tengo vocación de gramático. Pero sí estoy muy atento a los usos del lenguaje,
del consciente y del inconsciente, de lo que se dice y lo que se hace, sabedor de que uno es esclavo de las
palabras necias y amo de las justas, y de que por la boca muere el besugo.
Observo cómo te expresas y sé quién eres. Si no quieres ser cómo ellos no
hables ni actúes como hacen ellos.
El cuentero,
personaje de nuestra «historia basada en hechos reales», lleva varios meses lanzando mensajes envenenados
contra «las vacunas», ofreciendo cifras y estadísticas de fallecidos tras dar
la mano al sanitario quien, por motivos de seguridad y en defensa de la «salud
pública», se toma el brazo. Advierte al estremecido espectador de los peligros
que afronta si «se vacuna». Sucede,
primero, que uno, si fuera el caso, no «se vacuna», sino que «es vacunado»; segundo, que pretende
aterrorizar a la población quien no se cansa de acusar a las «élites» y a los
«ricos» de extender por el mundo el discurso del miedo…
Hace unos
días, el cuentón, en su anonimato, publica una entrada en las redes sociales
en la que comunica a sus miles de seguidores su decisión, finalmente, de
vacunarse, porque es lo mejor, después de todo y la vida (como el espectáculo)
debe continuar. Muy educadamente, pide
disculpas a quienes haya podido decepcionar su cambio de actitud, pero se
siente en la obligación de hacer saber aquello que no hacía falta, en cualquier caso, dar
a conocer. Pero, esta es la irreal realidad en las redes sociales, medio principal de
contacto y comunicación (a distancia y compartiendo ficciones, en gran medida)
para millones de individuos encerrados en sus casas y ciudades, por tiempo
indefinido.
Hace días que el de la cuenta no tuitea. Y el cuento
se acabó.
3
«LA CIENCIA ES LO ÚNICO QUE NOS SALVARÁ»
Al mismo tiempo que progresa el plan de dominación
global, el pensamiento mágico, el «terrorismo de los laboratorios» y «la barbarie del especialismo» (José Ortega y Gasset)
avanza con entusiasmo una de sus réplicas más socorridas, por los hunos y por los otros: «la ciencia es lo
único que nos salvará». Con La Ciencia
hemos topado: discursos cautivos, en la sociedad limitada y anónima, en la red
de la posilustración ilustrativa y el
pospositivismo ilógico.
«Habituados
a los lugares comunes de la calderilla filosófica que circula —un tomismo
diluido en la derecha, el positivismo en la izquierda»
Josep Pla, El cuaderno gris
¿Quién ha
dicho que todo ha cambiado y quiere volver a lo de Antes? Quien no sabe Historia, ni tiene memoria buena y cree firmemente que el mundo
se crea en un Big Bang cada vez que eructa.
Vivimos en la era del pos…tureo.
Para la posilustración, el desorden en la sociedad radica, básicamente, en
la falta (o insuficiencia) de educación y de cultura en la gente; se trata de
una interpretación pedagogista muy del agrado del gremio en cuestión y de quienes
adoran dar lecciones a los demás, aunque, en la mayor parte de los
casos, son producto del síndrome del Maestro Ciruela: ya saben, el que no
sabía leer y puso escuela.
Para el pospositivismo, el debate reside en qué hospitales, tratamientos, pruebas, mascarillas o vacunas son los convenientes y cuáles no. Sus fieles no
cuestionan (o lo hacen tímidamente) la plaga totalitaria, sino que, los muy
reformistas, se emplean a fondo para querer mejorar la situación con verdaderos
diagnósticos y eficaces remedios científicos.
Unos y otros olvidan, con todo, una cuestión esencial: el problema central de nuestro tiempo no es de buena
o mala calidad científica, sino de libertad ante un negro panorama de rampante
restricción de derechos y libertades. Es decir, que el individuo tenga la posibilidad de decidir, de decir «sí» o «no»
sin coacción, sobre sus elecciones particulares y según su voluntad. De acuerdo o no
con lo que diga la ciencia o su porquero.
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