SALUD PRIVADA A LA LUZ PÚBLICA
«El Estado apoya y legitima la
Medicina, y, a su vez, la Medicina apoya y legitima el Estado. Es una alianza
impía, si se me permite decirlo así.»
Thomas
Szasz, La teología de la medicina
(1977)
1.
En el nombre de la «salud pública»
El Totalitarismo Pandémico está destruyendo, cual proceso sucesivo de invasión de hordas bárbaras y salvajes, cualquier rastro de civilización sobre la Tierra, donde, como debería saberse, difícil será que vuelva a crecer la hierba, una vez segados los derechos y las libertades, y si es que la humanidad sobrevive a tamaña embestida descomunal. Todo ello en el nombre de la «salud pública» y su brazo armado: la «sanidad pública».
¿Qué se pretende afirmar al enunciar tal constructo teórico/ideológico: «salud pública»? Ni más que menos que la siguiente atrocidad: la salud de las personas es un asunto público. Comoquiera que «público» —lo mismo que «social», «cívico», «solidario», «empático»— es un término que seduce a la población, la expresión de marras ha colado y calado en ella; por sugestión y persuasión más que por comprensión y convencimiento. Pues en su mayor parte la gente no es consciente de lo que realmente comporta su manifestación práctica, desde lo más superficial a lo más profundo, de lo informativo a lo procedimental.
Definir
la salud como algo público significa, de entrada, entenderla como una
circunstancia manifiesta y común en la comunidad, la cual puede ser
abiertamente —públicamente— conocida por todos y aplicable a todos por igual.
Al modo de un libro abierto, el historial médico y/o clínico, del individuo es
compartido sin reservas en el grupo social. Semejante perspectiva, hecha
realidad, conmueve desde la integridad y efectividad de las fuentes de la
moralidad a los denominados «derechos humanos», desde la comunicación humana a
la deontología profesional. Eso para empezar.
He
aquí los «incumplidores», por profesión. Señala el Juramento Hipocrático, para
quien pueda interesar, en especial a los médicos: «Todo lo que viere u oyere en
mi profesión o fuera de ella, lo guardaré con sumo sigilo». Asimismo, la
legislación vigente, o vigente a veces, contempla en diversos textos el secreto
profesional como una norma exigible y hasta punible, entendiendo que el
profesional está sujeto al cumplimiento de «sigilo o reserva» (artículo 10 de
la Ley General de Sanidad) y a la obligación de confidencialidad y el respeto
al derecho a la intimidad del paciente o cliente. Esta normativa impediría
revelar información sobre éstos en aquello relacionado con la acción profesional,
tanto sobre lo que el galeno descubra por su cuenta (ojo clínico) o conozca directamente por parte del paciente o
cliente. El uso obligatorio de la mascarilla y la «distancia de seguridad» en
una consulta médica o por vía telemática eclipsa lo primero, y dificulta lo
segundo; o dicho con más claridad: desnaturaliza ambas circunstancias.
Érase
una vez, en el país de nunca jamás, el secreto profesional era sagrado, tanto
para un sacerdote católico como para un médico, un psicólogo, un farmacéutico,
un abogado, un asesor fiscal, un empleado de entidad bancaria y, en general,
para toda acción profesional, pues lo contrario trunca o corrompe la confianza
necesaria que la hace posible. Había un tiempo —el mundo de ayer— en que la
documentación de hospitales, bufetes, oficinas, etcétera, referida a pacientes
y clientes, era materia reservada y exclusiva, no material para compartir ni
publicitar ni comercializar. En cuanto a su destrucción, debía seguir un
«protocolo» (otra palabra corrompida en un uso malsano) estricto, de modo que
no pudiese caer en manos ajenas (por ejemplo, no deshacerse de archivos en las
aceras de la vía pública ni los contenedores de basura, sino por medio de trituradoras
o incineradoras). Hoy, tras un largo ayer, la perspectiva del tema ha cambiado
radicalmente.
Tanto
es así que los «incumplidores» del secreto sanitario por vocación superan en
número y pasión a los «incumplidores» por profesión. Se trata de gente
corriente, de multitudes inconscientes e irresponsables que hablan del estado
de salud, de enfermedades y otros pormenores internos (de los propios y los
ajenos, de mayores y de menores, sin reparos) en voz alta, sin miramientos ni
pelos en la lengua, con naturalidad y desvergüenza, como si no tuviesen nada
que ocultar…
No constato un fenómeno concreto ni excepcional, a propósito de la salud, sino de una tendencia general que tiene en dicho asunto uno de sus tentáculos, a saber: la propensión a compartir, difundir y divulgar los datos personales y la información por doquier y a granel, a manos llenas y todo gratis, sin discriminar entre publicable y reservado, banal y sensible, inoxidable y tema delicado, esto tan cursi, de «pijos», que la sociedad contemporánea, desinhibida y espontánea hasta la obscenidad, rechaza maquinalmente, como un reflejo condicionado, ya que «discriminar» suena a «discriminatorio» y eso (algo similar sucede con «propiedad privada»: gusta mucho tener cosas, pero, por lo general, se desconoce, cuando no desprecia, el supremo derecho de la propiedad privada).
2.
Pin vacunin
Según
ya hemos tenido ocasión de dejarlo dicho, y por escrito, en el ensayo, la quiebra de la
privacidad y la intimidad, que abre las puertas de par en par a la ofensiva del
totalitarismo y la barbarie, crece y se reproduce desde las filas de la
comunidad misma (antes «sociedad civil» o algo así).
El
apogeo de las redes sociales ha sido decisivo en esta «operación destape», en
el desparrame general, en la glasnot colectivista
y sin fronteras, en la socialización de la «opinión pública», en el trasluz que
sueña con ser deslumbramiento. La información general básica es estar on the air, y significa estar en la
onda, incluso para quien no sabe inglés.
—
Hola, ¿cómo estás?
—
Ah, yo muy bien, y además vacunado. ¿Y tú…?
Se
queda el hombre discreto con la boca abierta observando y oyendo al Big Mouth
(bocazas), que viene a hacer el papel de Big Brother (Gran Hermano) en la
sociedad de la desinformación y el desconocimiento, convertida hoy en un patio
de vecinos o un mercadillo callejero. No sólo en referencia a cuestiones de
salud. Hoy, no hay materia de conversación más común y popular que «la
pandemia», siendo la máxima estrella el hacer saber si uno está «vacunado» (de
la «covidvacuna», por supuesto) o no; si bien, y en rigor, habría que nombrarla
en plural: «covidvacunas». Quieren decir con tales palabras, que se limitan a
repetir, si uno u otro ha sido inyectado con los fluidos que prescriben con
carácter universal[i]
las Autoridades, y que patrullas y pelotones de «sanitarios» ejecutan; o hacen ese
papel ejecutor, irreconocibles como van en la escena, disfrazados,
enmascarados, tapados, desfigurados: pídale usted a cualquiera de ellos los
papeles que acrediten su condición y verá lo que pasa…
¿Cómo
extrañarse de que los aparatos del Estado, transgrediendo leyes y derechos, detengan (momentáneamente o
de momento) y exijan a ciudadanos que muestren
a gente extraña (¡pero Autoridad, al cabo…, y
al agente en prácticas!) y, además, enmascarada, información acerca de su
salud, «pasaporte de vacunación» y lo que sea menester de Ministerio, y que autoriza y anima a que empleados de
establecimientos (¿públicos?), actuando como ¡agentes de la Autoridad!, a
exigir al posible cliente que se identifique sanitariamente y le tome la
temperatura con pistolas láser apuntándole a
la cabeza, cuando la misma población expone la salud privada a la luz pública,
intercambia información sobre asuntos internos, no importa el lugar ni el
momento, sea una plaza pública o la calle mayor, sea un concurrido centro
comercial, sea incluso en las redes sociales,
comúnmente de modo natural y desenvuelto?
Antes, hacer de enfermedades y achaques tema prioritario de conversación pública era síntoma de gente que empezaba a chochear. Hoy no, cuando hay igualdad y todo eso, el asunto que aquí nos trae no tiene edad, ni sexo, ni ideología, ni nada. Personas incontenidas publican en Internet imágenes de ellas mismas, sus familias, allegados o recién llegados mostrando el signo de la victoria o tumbados en una cama de hospital comunicando al aire libre sus afecciones, que no malestares, pues se les ve muy felices; otras, recibiendo el pinchazo de rigor, mientras pone cara enmascarada de circunstancias y hacen con la mano el gesto de OK; incluso hay quien sube a la Red el documento que acredita que sus hijos han sido convenientemente «vacunados», como el Gobierno (global) manda.
Oigo,
veo y leo a activistas-contra-la-plandemia, los mismos que denuncian la campaña de miedo lanzada por el Gobierno
(local), informando al minuto sobre el número de
fallecidos, presuntamente, por reacción o
consecuencia de los fluidos vacuninistas
que circulan por sus venas, de personajes, por la gracia del publicista,
muertos en la flor de la vida y de repente (de hecho, se ha creado un serial, hilo informativo o
como se llame la cosa, denominado «repentinitis», donde se lleva la cuenta de
personas fallecidas cuando nadie se lo
esperaba…).Y,
en fin, tampoco faltan voces críticas y comprometidas con la denuncia del covidismo que publican libros que llevan
por título la palabreja anteriormente mencionada, así como «Yo no me vacunaré»,
y confidencias de ese tipo.[ii]
No
es esto, no es esto…
Atenerse
a la discreción y a la reserva, en lo relativo a la salud, respetar la
privacidad y la intimidad, es hoy, algo propio, como ya se ha dicho, de
tiquismiquis. Ocurre que compartir la información invita a intervenir en lo
ajeno, pues lo propio, la privacidad, la intimidad, la materia reservada al
ámbito del individuo —junto a la propiedad privada—,
han quedado diluidos por el vórtice de lo
colectivo.
Tan sólo acepto, en fin, el uso del concepto «salud pública» para referirse a dolencias y desarreglos internos (en cuerpo y espíritu) que saltan a la vista, expuestos a la mirada de los demás o, mejor dicho, por quienes uno es observado. Valga como muestra un par de botones: una llamativa y purpúrea erupción cutánea (tan perceptible como un tatuaje) o un flemón son, esto lo concedo, casos públicos, aunque afecten principalmente a quien los padece. Pero, no soy proclive a que se extienda mucho más el largo brazo de la res publica, a que todo lo abarque y confunda en el reino de la igualdad, y así, finalmente, no sepa uno siquiera dónde tiene la mano derecha y la mano izquierda, ni si es suya, o es que le han puesto la mano encima.
¡Miserable género de remedio es deber a la enfermedad la salud!
Michel de Montaigne, Ensayos
3.
Una vida saludable
Sé
lo que no debe ser la salud: algo público, como un trámite administrativo
definido y gobernado por los aparatos del Estado, así como compartido
solidariamente con la salud de los otros, a quienes deseo larga vida. Pero no sabría definir con precisión qué
es la salud, en sí misma considerada y como un todo. Sí, en cambio, me decido a
caracterizar lo que entiendo es una «vida saludable», a saber, la particular
ocupación prioritaria en la vida hacia fuera y la genérica despreocupación por
la vida hacia dentro.
Vivimos
bien, vivimos mejor, en el momento en que nos despreocupamos de nuestro
interior, como nos desprendemos de una
obsesión, angustia o zozobra. Si se me permite decirlo de otra manera menos severa y
más ligera, diría que no me genera desasosiego el constatar que este ensayo,
luciendo un Apéndice que aumenta de tamaño (sin estar inflamado ni exaltado),
nivel ocho de actualizaciones y con ánimo para añadir algunas más, termine en
apendicitis… Cierto es que mi ser depende, en buena parte, de mi estado de
salud, pero esto no supone que deba estar pendiente de él
a cada instante, todos los minutos del día a día: una forma más de estar
enfermo, por imaginación, o de ser un enfermo imaginario, que diría Molière. Tampoco frecuentar las consultas médicas.
«Tal
relación de dependencia está implícita en todas las situaciones de relación
entre clientes y expertos. Puesto que, en caso de enfermedad, el cliente teme
por su salud y por su vida, esta dependencia de la medicina es especialmente
dramática y problemática.»
Thomas Szasz, ibíd.
Me hallaré cerca de la sabiduría práctica, la paz interior y el contento moral en el momento en que me aproxime a la lección serena de vitalidad propuesta por Alain. Por ejemplo, cuando sostiene lo siguiente: «Es necesario, en primer lugar, mantenerme alegre, tanto como pueda; es necesario, en segundo lugar, que aparte ese género de preocupación que tiene por objeto mi propio cuerpo y que produce una alteración de todas las funciones vitales.» (Propos sur le bonheur).
En
consecuencia, y como también advierte el filósofo francés, podré decir que
estoy bien… de salud, que estoy próximo a alcanzar un alto grado de fuerza y
potencia de ánimo, de vitalidad, cuando llegue a convencerme de que no debo
temer más un dolor de estómago o de riñones que el de un callo en el dedo gordo
del pie.
Para
ello, y con todo en esta tragicomedia de nuestros
días, es preciso tomarse la salud en serio, como un asunto personal. Es
necesariamente vital llevar una vida saludable: nadie mejor que cada cual el saber lo que le sienta bien o mal, y, en cualquier caso, tener
la posibilidad de elegir cómo vivir y qué consumir. Se debe estar informado y documentado, descubrir nuestro interior,
controlar las emociones, adquirir conocimientos básicos de medicina, estar al
corriente de remedios, tratamientos y brebajes tonificantes (y no me refiero a reducir nuestra existencia al lema «ajo y
agua», sino todo lo contrario…) y perfeccionar la práctica de la
automedicación, al tiempo que el autocontrol y la responsabilidad, hacia uno
mismo y hacia los otros, especialmente, los más allegados a uno. Creo
firmemente, llegado el caso, en que es preferible morir de pie (o en la propia
cama) que no de rodillas (o en la camilla de un hospital).
«Está fuera de toda duda que observar
un régimen adecuado es mejor que tomar un
medicamento. Ni es menos cierto que de
cada cien médicos hay noventa y ocho
charlatanes. Todo el mundo sabe que Molière tuvo mucha razón para burlarse de
ellos. No deja de ser ridículo que muchas mujeres y varones, después de comer,
beber y gozar con exceso, por un ligero dolor de cabeza llamen al médico, le
invoquen como su Dios, le pidan que obre el milagro de que puedan coexistir la
intemperancia y la salud, y para conseguirlo den una moneda de oro a ese dios,
que se ríe de su necia credulidad.»
Voltaire,
Diccionario filosófico (1764).
Entrada «Médicos»
No
es posible prescindir, plenamente y en conjunto, de los médicos, si bien es
cosa prudente y saludable no depender mucho de ellos. Sobre los médicos, en
conjunto, afirmo lo mismo que sobre los medicamentos y la medicina, en general:
que causan más males que bienes. La estructura sanitaria y el Estado terapéutico,
consolidados desde hace largo tiempo, han concedido inmensos poderes a la casta
médica (sanitarios, terapeutas, etcétera), la cual ha aceptado y justificado,
como colectivo y sin reparos, el statu
quo dominante, a la vista del beneficio y el rango social que le
proporciona. Pocos profesionales del ramo se percatan de las tremendas
consecuencias (y consideraciones) morales que esta circunstancia produce, con
la honrosa excepción de Thomas Szasz:
«En general, deberíamos concebir al
médico, tanto si investiga como si ejerce, como agente del que le paga y, de
este modo, lo controla; que ayude o perjudique al llamado paciente depende
entonces, no tanto de que sea un hombre bueno o malo, como de la función que
desempeña la institución para la cual trabaja, a saber, si pretende ayudar, o
perjudicar al llamado paciente.»
Thomas Szasz, ibíd.
En
la estructura de poder reinante, los médicos adquieren el papel de custodios de
la salud de las personas (rebajadas a la condición de «pacientes») e
intermediadores entre éstas, la casta médica y el Estado. He aquí un asunto muy
serio, en la medida en que les convierte en gestores del bienestar —y aun de la
vida y la muerte— de los individuos, a cuyo socorro[iii] y
mandato cualquiera puede recurrir, o necesariamente recurre. Tener acceso a
determinados fármacos o sustancias químicas, algunos, ciertamente, vitales,
exige de la receta médica, que sólo un médico puede prescribir. Un severo
accidente interno, una herida o fractura grave en la máquina del cuerpo
requieren de la intervención de un especialista y de un espacio específico
donde ser atendido (clínica u hospital). Se crea así un círculo cerrado y muy
problemático del que resulta complicado salir.
El
tema exige un examen más prolijo que en este Apéndice no puedo (ni debo)
desarrollar.[iv]
Con todo, sintetizo aquí la cuestión con dos breves digresiones.
Primera,
la profesión médica, en su artificiosa magnificencia y estratégica complejidad
termina reduciéndose, en la práctica que el ciudadano advierte de hecho, a dos
figuras: el médico, cuya principal función es la de extender recetas[v], y
el cirujano, que no es sino una combinación de ingeniero electrónico y técnico-mecánico.
Porque, al fin y al cabo, las máquinas y los medicamentos ya sostienen en dos
columnas el gran mito de la Medicina; en realidad, boato y mucho aparato.
Segunda,
el Totalitarismo Pandémico, al conceder poderes extraordinarios a la casta
sanitaria (asociados y voluntarios con bata blanca y mascarilla médica), ha
puesto de relieve la tremenda responsabilidad (e irresponsabilidad) y curvada
labor del sector en la actual tragedia mundial. Cedo de nuevo la palabra a
Thomas Szasz. Sustituya el lector los términos «psicólogos y psiquiatras» por
«médicos» y confío en que comprenda mejor lo que expongo en estas páginas:
«Es
tarea moral de los psicólogos y psiquiatras salvaguardar, en general, la
dignidad y la libertad de las personas y, en especial, las de aquéllas con
quienes trabajan. Si, en vez de ello, se aprovechan profesionalmente del
estatus de reclusión de los individuos o las poblaciones, son, en mi opinión,
criminales.»
No es que la llamada «pandemia» haya provocado, como efecto secundario, el Totalitarismo. Sucede lo contrario: el Totalitarismo ha aprovechado el medio pandémico (la excusa y el cuento chino de la «pandemia») para consumar su propagación a escala global
4.
«Salud pública» o «policía médica»
Recapitulemos.
¿Qué significa, en suma, la denominada «salud pública», excusa para la
instauración y progresión del Totalitarismo Pandémico? Demos la palabra,
nuevamente, a Thomas Szasz:
«La llamada disciplina de salud
pública, originada en lo que primero se llamó́ reveladoramente “policía medica”
(medizinalpolizei), surgió́ para
servir los intereses de los gobernantes absolutistas de Europa en el XVII y el
XVIII. El término, según George Rosen, fue empleado por primera vez en 1764 por
Wolfgang Thomas Rau (1721-1772).
»Esa idea de la policía médica, es
decir, la creación por el Gobierno de una policía médica y de su articulación
mediante reglamentos administrativos, alcanzó rápidamente una gran
popularidad. Se hicieron esfuerzos por aplicar este concepto a los grandes
problemas sanitarios de la época, que alcanzaron un alto nivel en la obra de
Johann Peter Frank (1748-1821) y Franz Anton May (1742-1814).
»La policía médica nunca pretendió́
ayudar al ciudadano individual o al paciente enfermo; más bien tenía por meta
explicita «asegurar al monarca y al Estado Mayor poder y riqueza». Puesto que
el poder y la riqueza para el Estado solo podían obtenerse a menudo a expensas
de una reducción en la salud y la libertad de ciertos ciudadanos, presenciamos
aquí́ un enfrentamiento entre los ideales médicos platónicos e hipocráticos,
donde los primeros triunfan fácilmente sobre los segundos.» (ibíd.)
La
Revolución francesa, añade Szasz, ayudó a reforzar la alianza entre la medicina
y el Estado. Lo cual queda literalmente
mostrado al quedar fundado el Comité de
Salut Public, por los miembros de la Convención revolucionaria Maximilien
Robespierre, diputado jacobino, y Georges-Jacques Danton, como una institución
sustancial de gobierno en la Francia revolucionaria, creada precisamente en
abril de 1793, iniciando así el conocido como «Reinado del Terror» (la Terreur,
1793-1794).[vi]
Repárese en que, previamente, en el mismo momento de establecer la Asamblea
Constituyente de 1789, fue creado nada menos que por Joseph Ignace Guillotin el
Comité de Salubrité, encargado de
concebir la teoría y la práctica de la ciencia médica revolucionaria,
pretendiendo humanizarla, empezando por establecer la guillotina (ideada,
asimismo, por el alma mater del
Comité, como su propio nombre indica) como instrumento oficial de ejecución
pública en Francia, muy empleado por aquellas fechas. No contenta ni
suficientemente satisfecha Francia con semejante hallazgo, en 1902 fue fundado Le Conseil d'hygiène publique et de
salubrité, sucediendo al Comité de
Salut Publique, con intención de preservar el ideal de «salud pública»,
guarda e intérprete de la salud de los franceses. Aunque
dicho Consejo dejó de estar activo en 2004, fue, a su vez, sustituido en
2016 por Santé Publique France,
agencia nacional de salud pública bajo la supervisión del Ministerio de Salud.
La alianza entre la medicina y el
Estado, sustituyendo la teológica santidad por la Santé revolucionaria, se ha extendido por todo el mundo y aspira a
afectar a todas las personas, oficiando en nuestros días la plaga apocalíptica 7+1. No es que la llamada
«pandemia» haya provocado, como efecto secundario, el Totalitarismo. Sucede lo
contrario: el Totalitarismo ha aprovechado el medio pandémico (la excusa y el cuento chino de la «pandemia») para
consumar su propagación a escala global. ¡Y, por todos los demonios, diríase
que está consiguiéndolo!
NOTAS
[i] En
la Comunidad Valenciana del Reino de España, el departamento de Sanidad lleva
por título «Conselleria de Sanidad Universal y Salud Pública». Se entiende,
¿verdad?
[ii] El hábito de emplear los mismos medios y
expresiones (o semejantes) que los del adversario ha sido varias veces
cuestionada en el libro. A contracorriente, como es habitual en mí (y no es
petulancia, pues dicha actitud me reporta más complicaciones y perjuicios que
beneficios), creo más necesaria y útil la crítica y la polémica entre «aliados»
que entre «adversarios», con quienes poco tengo que debatir:
«Si
hay quien mantenga que la extinción es preferible a la existencia, o la vida
opaca preferible a la variedad y a la aventura, a éste no lo cuento entre los
míos, con ése no hablo. Al que escoge la nada, la nada le doy. (G. K. Chesterton,
Ortodoxia).
En lo tocante al loable propósito de no fomentar
la morbosa utilización de la muerte como arma de oposición y combate, véase la
sección «Remate total», incluido en el Apéndice IV. LIBERTAD REBAJADA: SECCIÓN
«OPORTUNIDADES». Léase también, si les place, lo siguiente:
«Con
todo, reconociendo a un adversario disfrazado de aliado, desenmascarando a un
villano enmascarado de amigo, sólo hemos llevado a cabo a medias la batalla. El
resto —la batalla contra uno de los credos socio-políticos contemporáneos más
viciosos, que mantiene una guerra declarada contra la libertad humana y la dignidad,
corrompiendo el lenguaje— queda prácticamente por hacer. Sin embargo, creo que,
si triunfamos en esta lucha, no será porque seamos razonables o bien
intencionados, racionales o liberales, religiosos o seculares, sino porque
protegeremos y perfeccionaremos nuestro espíritu protegiendo y perfeccionando nuestro
lenguaje.» (Thomas Szasz, ibíd.)
[iii]
¿Recuerda el lector las «casas de socorro»? Estos centros asistenciales y de
primeros auxilios, provinieron de los precedentes establecimientos de
Beneficencia y fueron cerrados en España en los años 80, para ser absorbidos
por el Sistema Nacional de Salud, y recién iniciado el siglo XXI, troceado éste
en los departamentos correspondientes de las Comunidades Autónomas.
[iv]
He tratado el tema, aunque tampoco de modo exhaustivo, en mi anterior ensayo Dinero
S.L.
(2020): «De médico a doctor, con cita previa», sección
del capítulo del libro «OFICIOS Y BENEFICIOS».
[v] Hoy, simplificada la tarea con la implantación de la «receta
electrónica» como sistema de prescripción de medicamentos por parte de los
facultativos.
[vi] La
Propaganda Totalitaria se ha dedicado largo tiempo a blanquear el periodo del
Terror, definiéndolo como una excepción en el «contexto» de la Revolución
francesa (una «travesura», podría decirse, de Robespierre y Danton, que pagaron
con su propia moneda), especialmente en Francia, donde la «Revolución», sigo
siendo reverenciada por la sensibilidad republicana gala, hasta el punto de
mantener semejante página negra en la historia como motivo para celebrar cada 14 de julio el Día de la
Fiesta Nacional francesa. Algo similar ocurre con la fullería propagandística
de distinguir, en la antigua URSS, entre «estalinismo» y «comunismo», y en
China, entre el periodo de la «Revolución cultural» y el maoísmo. La Doctrina
Oficial, en cara de apuro o acorralamiento aceptaría la crítica de las excepcionalidades del Dogma, pero jamás
la integridad del Dogma.
Y, en fin, es justo señalar que no todos los franceses comparten
el entusiasmo revolucionario referido: «En la actualidad, el Gulag obliga a
reflexionar sobre el Terror, en virtud de proyectos idénticos. Las dos
revoluciones permanecen ligadas; pero medio siglo atrás se las absolvía sistemáticamente
mediante la excusa de las «circunstancias», es decir, de fenómenos exteriores y
extraños a su naturaleza. Por el contrario, hoy en día, se las acusa de ser por
naturaleza sistemas de coacción meticulosa sobre los cuerpos y sobre los espíritus.»
(François Furet, Pensar la revolución
francesa, 1978).
NOTA: el presente Apéndice ha sido escrito para ser incluido en el libro ya publicado, como se ha realizado hasta ahora con los ocho anteriores. Sucede que Amazon (plataforma digital que gestiona la edición, comercialización y distribución del ensayo) ha dejado de aceptar las actualizaciones (revisadas y aumentadas), de modo que el libro en movimiento disponible a la venta (de momento) "se ha detenido" en la edición a la venta con el Apéndice VIII .LA GUERRA DE LOS NOMBRES. Desconozco el motivo de este cambio de proceder por parte de Kindle Direct Publishing, sección encargada en Amazon de las tareas de edición. En consecuencia, y sobre lo que de mí depende, seguiré publicando los nuevos Apéndices (íntegros) en este blog, si bien tengo pensado publicar un próximo libro cuyo contenido contenga todos los Apéndices. Sea como fuere, informaré al lector interesado por este medio de posibles novedades al respecto.
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