«Asimismo, la condición
necesaria, aunque no la suficiente, para ser plenamente libre es la riqueza. La
riqueza de las naciones y de los individuos permite que los ciudadanos no
queden sometidos a la peor de las servidumbres: la miseria. La depauperación de
las personas y las sociedades concentra en su interior funesto el genuino
significado de lo que cabe entender por carestía
de la vida.
»Una vida carente
de libertad conduce a una existencia menesterosa, obliga a las personas,
literalmente hablando, a la estrechez, a conformarse con poco, a un subsidio, a
una caridad, por favor, a ir tirando con un poco de aquí y otro de allá, con lo
que pueda cogerse de cualquier sitio, no con lo que sean capaces de producir, obtener
y ganar por efecto del propio esfuerzo, trabajando, emprendiendo constantes
proyectos, arriesgando, soñando con ir a más. La vida pobre animaliza a los
hombres, los rebaja y devalúa hasta niveles insoportables para la dignidad
humana. [...]
»"¡Que los ricos
paguen la crisis que ellos han provocado!" "¡Más impuestos para los ricos!" "¡Los
pobres siempre tienen que pagar los platos rotos!" Cosas así tiene uno que oír
todos los días, ay, por acá y por allá. Me pregunto por qué quienes semejantes
disparates profieren no hablan con propiedad, no gritan lo que acaso quieren decir,
pero no saben expresar con claridad; por ejemplo: "¡Abajo la riqueza!" "¡La
pobreza y los miserables al poder…!"
Tras el derrumbe
del Muro de Berlín, en los primeros compases del siglo XXI, aquel que hoy
mantiene todavía el bruto discurso o la dialéctica
en contra de los ricos y en defensa de los parias de la Tierra, no es,
justamente hablando, un superviviente, sino un zombi, o acaso un ave poco felix,
que renaciendo de sus cenizas, amenaza con incendiarlo todo, otra vez. ¡Y
todavía hay quienes le escuchan y atienden! ¡Pobres...!»
***
Fragmentos de la Introducción al ensayo La riqueza de la libertad (2017).
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