La sóla libertad no la desean los hombres, por la sencilla razón, a mi entender, de que si la desearan, la tendrían. (Étienne de La Boétie, De la servidumbre voluntaria).
Digámoslo en pocas palabras. Simplemente, basta con la dejadez y el abandono de los que habla La Boétie para que pueda mantenerse en pie el poder despótico más mezquino, ejercido, habitualmente, por individuos flojos y mediocres, a veces por sólo uno. Merced a esta debilidad de voluntad y carácter del subordinado, el sátrapa se considera fuerte, aunque nunca llegue a serlo, en realidad. La fuerza que exhibe, su estatus, no proviene de sí mismo, sino de la poca resistencia ofrecida por los gobernados o súbditos. Los hombres serviles —«nutridos y educados en la servidumbre»— sólo saben que obedecer, y semejante condición de sometimiento la consideran algo natural o inevitable. Normalmente, ni siquiera se la cuestionan.
Porque la servidumbre no constituye una fatalidad, los serviles no son ajenos a su condición de siervos. Tampoco inocentes. Son atrapados en el círculo infernal de la dominación por el miedo y la comodidad, el gusto por lo simple y lo fácil, por la rutina y la inercia. La servidumbre de la plebe le sale gratis al tirano.
«Por tanto, la causa primera de la servidumbre es la costumbre». Tal es la correcta deducción de La Boétie. Así pues , ya que adoptar costumbres es cosa consustancial a la naturaleza humana, bueno será discernir entre ellas. Aprendiendo a elegir, urge desprenderse de las nocivas para adquirir las más beneficiosas. Lo primero, la libertad. Hagamos de ella una costumbre.
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