La presencia de las masas y la voz de la opinión pública representan, en efecto, un hecho sociopolítico fenomenal y omnipotente, pero, asimismo, efímero y caprichoso. Las gentes, por lo general, salen a la calle a manifestarse sin razón alguna. Por lo común, movidos por una pasión o un instinto de supervivencia. Asimismo por una suerte de pulsión autoafirmadora (que supone a la vez una fuerza negadora de la individualidad). Pero también por una descarga de tensión, cuando el apremio y el miedo les paraliza, y necesitan sacudírselos de encima buscando la calle y la gente, el amparo del cielo protector y el contacto con los otros (como ocurre, por ejemplo, al producirse una catástrofe, un terremoto, un incendio).
Elias Canetti, quien —junto con Ortega, y en la actualidad también Peter Sloterdijk— mejor ha comprendido el fenómeno y la fenomenología de la masa, denominó justamente «descarga» a su más característico movimiento interior:
«Sólo todos juntos pueden liberarse de sus cargas de distancia. Eso es exactamente lo que ocurre en la masa. En la descarga, se desechan las separaciones y todos se sienten iguales.» (Masa y poder).
Así como ayer sostenían una cosa, las masas, hoy o mañana, pueden mantener exactamente lo contrario. Las prospectivas sociológicas y los sondeos de opinión que registran la intención de voto o la impresión de la gente acerca de un asunto puntual conforman tendencias que no pueden minimizarse, pero tampoco magnificarse, ni ser tomadas por indicios suficientes con los que establecer el rumbo principal de la acción política. Toda conciencia y toda opinión pueden ser manipuladas con suma facilidad, pero las de raíz pública, todavía más.
Como fórmula de compensación ante la presión de la propaganda colectiva, al menos los procesos electorales han previsto una jornada de reflexión (individual) para el día anterior a la celebración del sufragio universal. Pero esto no ocurre ante la convocatoria de manifestaciones callejeras. Escribe Ortega:
«El hombre-masa no afirma el pie sobre la firmeza inconmovible de su sino; antes bien, vegeta suspendiendo ficticiamente en el espacio. De aquí que nunca como ahora estas vidas sin peso y sin raíz —déracinées de su destino— se dejan arrastrar por la más ligera corriente. Es la época de las “corrientes” y del “dejarse arrastrar”» (La rebelión de las masas).
A veces, simplemente, la política y la masa no respetan la reflexión.
Fragmento de mi artículo «Manifestaciones y manifiestos» publicado en la revista El Catoblepas, nº 25, marzo 2004, pág. 7.
No hay comentarios:
Publicar un comentario