J.
Mª Faraldo, La Europa clandestina. Resistencia a las
ocupaciones nazi y soviética
(1938-1948), Alianza Editorial, 2011, 344 páginas
A diferencia
de la Gran Guerra, la Segunda Guerra Mundial no se dirimió en las trincheras,
lejos de las ciudades. En contraste con la primera gran conflagración bélica
del siglo XX, en la segunda, no sólo participaron directamente en el conflicto
(o se vieron directamente involucrados en él) las fuerzas militares en liza,
sino que estuvo afectada la población entera. La Segunda Guerra Mundial, iniciando así el nuevo paradigma bélico de la «Guerra total», fue una fenomenal
batalla sin trincheras. Pero también sin cuartel, ni tregua, sin código de
honor, ni límites. Sin campo de Marte vallado, sin ring claramente delimitado, donde decidir quién gana el
combate y quien resulta perdedor, la distancia entre el guerrero y el espectador
se estrechó, hasta el punto de hacerse muchas veces imperceptible.
Según
describe el propio autor, el objeto de La
Europa clandestina es «un intento de comprender el fenómeno de la
resistencia de unos sectores de la población a la ocupación militar y la
imposición nacional por parte de un estado invasor.» (pág. 23). Esta
consideración invita a entender la
resistencia como un fenómeno político y social, no sólo militar o patriótico.
Golpeados los ciudadanos en el corazón de su vidas, en sus propias casas y
haciendas, invadidos, ocupados, violentados, desplazados, humillados y
ofendidos, empujados por la fuerza a ajustarse a los patrones políticos, culturales
e ideológicos del ejército asaltante, miles, millones de europeos eran
incitados a revolverse contra el atacante. O hacerse colaboracionista. Por
activa o por pasiva.
Fueron muchas y muy diversas las
formas de resistencia. La resistencia
―la «cuarta fuerza»― adoptó variados «comportamientos resistenciales». Estaban,
en primer lugar, las organizaciones armadas, los partisanos, el «maquis», el
«ejército en la sombra», el «Estado clandestino». Pero, por otra parte, es
justo reconocer las actitudes de la población, a menudo espontáneas, tendentes
a la negación de la autoridad, a la desobediencia civil, al sabotaje pasivo, al
ostensible disgusto en aceptar las órdenes de las autoridades ocupantes, al escaqueo,
a las acciones simbólicas de desafío, como, por ejemplo, llevar ciertas prendas,
cantar determinados himnos y celebrar ritos de notorio contenido patriótico,
antinazi (antifascista) o antisoviético (anticomunista), según el caso.
Porque ―y he
aquí uno de los aspectos más originales y relevantes de La Europa clandestina― acerca del tema examinado, más que de «resistencia» debe hablarse de
«resistencias». Frente a la tendencia usual ―aunque de ninguna manera
inocente― de identificar la resistencia con el antifascismo y el movimiento liberador
con la orientación izquierdista, lo cierto es que las naciones europeas fueron golpeadas por dos fuerzas totalitarias;
ciertamente, con rasgos propios, pero totalitarias, a la postre: el nazismo y
el comunismo. En algunos casos, como el de Polonia, los pueblos padecieron una «doble ocupación»,
produciéndose en ellos episodios donde lo grotesco quedaba fundido con lo
trágico: «Como cuenta por ejemplo el militar [polaco] Stanislaw Ruman, el 17 de
agosto [de 1939] su escuadrón resistía a los alemanes, cuando de pronto éstos
desaparecieron. Al poco se vieron rodeados por unos tanques pequeños, extraños.
Eran los soviéticos.» (pág. 89).
Muchos de
los compañeros de quien refiere la circunstancia fueron exterminados en la
terrible matanza perpetrada por el Ejército Rojo en Katyn. Finalizada la Segunda
Guerra Mundial, no pocos países del este de Europa, que padecieron la
dominación alemana durante el conflicto bélico, pasaron a la órbita soviética.
De hecho, este fue uno de los temores (el quedar sometidos al poderío la URSS)
que motivó muchas iniciativas de movilización popular y de enrolamiento en
grupos de resistencia en aquéllas naciones. Grecia pasó, sin solución de
continuidad, de la Guerra Mundial a la guerra civil. En España, que no
intervino directamente en el conflicto, la dictadura del general Franco siguió
adelante. Para bastantes pueblos la «liberación» que supuso el fin de la
conflagración internacional, no trajo consigo la libertad.
Como el
propio título del volumen indica, el contenido de sus páginas remite al espacio
europeo, extendiéndose en el tiempo desde la invasión de Checoeslovaquia hasta
la instauración de las denominadas «democracias populares», los futuros países
«satélites» de la Unión Soviética. Si bien, en realidad, la «Segunda Guerra Mundial no concluyó hasta
que a finales de los años 1950, los últimos guerrilleros en España, en Grecia,
en Rumania, en Lituania, en Ucrania o en los bosques polacos, se dieron por
vencidos o fueron exterminados.» (pág. 22)
La Europa
clandestina consigue, además de narrar la
Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva resistencial, desmontar muchos
mitos empotrados en la «historia oficial» de las resistencias. Por lo que toca a la relevancia
más o menos determinante ―incluso, su utilidad― de las mismas en la resolución
del conflicto, hay que hacer constar que ninguno de los países invadidos entre
1939 y 1945 ―ni siquiera Yugoslavia― fue capaz de liberarse por sus propias
fuerzas: «Para acabar con las ocupaciones soviéticas ―lo que muestra, al fin y
al cabo, lo diferente de su naturaleza― haría falta esperar al derrumbe del
sistema a partir de 1989 y su discurrir sería además de un modo completamente
opuesto al de las liberaciones realizadas durante la Segunda Guerra Mundial.»
(pág. 305). Por otra parte, algún país, y multitud de dirigentes políticos,
hicieron de la resistencia una leyenda y una ficción con el fin alterar su
auténtica posición durante los años de guerra; este sería el caso de Francia.
Asimismo, la
investigación histórica ha logrado desvelar
la insidia antisemita según la cual el pueblo judío no resistió al nazismo,
sino que se dejó llevar al matadero con resignación, supuesta prueba de su
«culpa». En realidad, miles de judíos sirvieron en grupos de resistencia, a
menudo en puestos de mando, las revueltas en Varsovia fueron dirigidas por un
buen número de judíos, todo ello sin contar los numerosos y estremecedores
episodios de rebelión en los campos de concentración y de exterminio.
Y, en fin,
el estudio pormenorizado y riguroso de las resistencias revela el carácter propagandístico del denominado
«consenso antifascista», merced al cual la URSS y los partidos comunistas a
su dictado pretendieron erigirse en la fuerza ideológica decisiva que liquidó
el nazismo, lo que le otorgaría un marchamo de legitimidad democrática,
claramente negada por los hechos.
La edición
incluye 37 fotografías y un listado dando los datos de cada una; un mapa de
Europa, mostrando las distintas zonas de resistencia; un listado de siglas; y,
finalmente otro listado de organizaciones clandestinas por países. Además de
una amplia bibliografía.
José M. Faraldo, profesor de Historia en la
Universidad Complutense de Madrid, ha sido profesor e investigador en la
Europa-Universität Viadrina, de Franfurt/Oder (1997-2002) y director de
proyecto e investigador en el Centro de Investigación de Historia Contemporánea
en Postdam. Asimismo, ha sido investigador invitado en el GWZO de Leipzig y en
el ZZF, Postdam/Georg Eckert Institut de Braunschweig. Su principal campo de
estudio es la historia de Europa Central y Oriental, y, en especial, la
historia ruso-soviética y polaca, así como de la extinta República Democrática
Alemana.
Hasta ahora
se ha dedicado, además de la enseñanza y la investigación, a la traducción y es conocido principalmente
por las traducciones del polaco al español que ha realizado sobre la obra del
autor Andrezj Sapkowski y
su serie de Geralt de Rivia.
La Europa clandestina es, pues, su
primer ensayo.
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