Robert Hughes, Roma. Una historia cultural, traducción de Enrique Herrando, composición de Víctor Igual, Crítica, Barcelona, 2011, 608 páginas
Hay libros que son dignos de reseñar, así como de ponderar como se merecen, por su esmerado diseño de edición. Se trata de volúmenes cuya publicación es motivo de recensión, pero también de celebración.Libros que llegan a nuestras manos, pero de ninguna forma se nos caen de las manos. Que leemos, pero no nos dejamos los ojos en ellos. Que disfrutamos, en suma, de su lectura y su textura.
Hay razón para felicitarse a la vista de determinados productos. Por ejemplo, el recientemente salido al mercado Roma. Una historia cultural, firmado por Robert Hughes. Y asimismo para felicitar a la editorial Crítica por haber realizado un trabajo tan bien hecho. La calidad de impresión de un libro, es condición necesaria para su justa valoración. Y conste que no nos referimos en este momento a ediciones de lujo o especiales, esto es, conmemorativas, institucionales, decorativas o para regalo, etcétera. Hablamos de títulos, que por su formato y contenido, pertenecen al libro de consumo común, aun sin llegar a la segunda categoría del libro de bolsillo. Los presupuestos de carácter perceptivo y de presentación a los que hacemos mención son hoy necesarios más que nunca, en la era digital y de Internet, cuando resulta cómodo, rápido y poco oneroso acceder en pantalla a miles de libros, y aun a novedades, de todas las partes del mundo. Entra, por tanto, dentro de lo razonable exigir celo y aplicación a las editoriales en su labor, y ofrecer, en consecuencia, al lector una obra en condiciones, lista para revista.
La mimada edición de un libro es condición necesaria, aunque no suficiente, para convencer y agradar al lector exigente. Junto al continente presencial, no es menos importante el contenido intelectual. Es preciso ofrecer además de un cuerpo con buen aspecto, un texto con cabeza, sólido y convincente, bien escrito, labrado con esfuerzo y sentimiento. No carece de estas cualidades Roma de Hughes. Porque se trata de un libro concebido desde la pasión y la sinceridad. Ya en las primeras páginas, Hughes reconoce no haber nacido en Roma. Ni siquiera ha residido en la misma ciudad de manera prolongada. Sin embargo, y a continuación, el autor revela con palabras y hechos (con el acto de la palabra) su amor por la Ciudad Eterna, un sentimiento de unión con un cuerpo material y espiritual que le cautivó desde la primera visita a la ciudad, siendo muy joven.
Desde entonces, siempre retorna a Roma, a la menor ocasión, el mayor tiempo posible. Recorre sin descanso sus calles y plazas, se deje embriagar de su atmósfera, habla con sus habitantes, se nutre de la sabiduría concentrada en los romanos, sin olvidar la acumulada en los cientos de iglesias, museos y bibliotecas existentes en la ciudad. Una ciudad que fue en la Antigüedad el foco y el foro de la civilización occidental, y que hoy sigue siendo el centro (de gravedad) del mundo porque sigue poseyendo esa fuerza y ese poder de atracción que pocas urbes poseen en el orbe.
Acaso Nueva York, desde los tiempos modernos, comparta con Roma semejante poder de seducción. En ambas ciudades, venga de donde venga, el visitante no se siente jamás extraño. De inmediato, forma parte del conjunto urbano, a poco que se empeñe, por su parte, en considerarse neoyorquino o romano, respectivamente. Uno de los más notables cronistas, que mejor han captado y narrado el palpitar de Nueva York, ha sido William Sidney Porter, más conocido por el seudónimo de «O.Henry» (1862 – 1910), nacido lejos de la Gran Manzana, en Carolina del Norte. ¿Por qué extrañarse, entonces, de que la Roma más viva y culta, la historia de una urbe inmortal, que cae y se recupera mil veces, que no se hizo en un día y se nos antoja inmortal, la Roma desvergonzada e impúdica, que sabe convivir con el caos y el descontrol sin perder un átomo de belleza y santidad, por qué sorprenderse, en fin, de que nos la cuente, desde sus orígenes hasta la actualidad, un escritor australiano?
Robert Hughes (Sidney, 1938) ha vivido desde 1970 en Estados Unidos, donde ejerce de crítico de arte para la revista Time. Es autor de The Fatal Shore (1987), The Shock of the New (1991), A toda crítica (1992), Barcelona (1996) y Goya (2004). Sus libros han recibido un gran número de galardones, como el Premio Brusi de Literatura y Comunicación.
Bien es cierto lo que dice Hughes. Que no es necesario ser romano para enamorarse de Roma, la Cità Eterna. Y yo lo he comprobado en vivo y en directo. Roma es arte, Roma es vida. ¿Quién no se va a enamorar de Roma?. Buenos recuerdos me he traido de una de las ciudades más hermosas del mundo mundial. Ya la Gran Manzana no me atrae tanto. Otra cosa es Roma,que bien vale otra visita. Un abrazo, Fernando.
ResponderEliminarMe alegra, Francisco, compartir tu pasión por Roma. Una ciudad que invita siempre a volver a ella.
ResponderEliminar¡Hombre, Nueva York! Es el apoteosis de la ciudad moderna. Como Roma lo es de la ciudad clásica. Más aún que Atenas.
Saludos viajeros
Fué mi regalo de Reyes de hace 2 años, y es uno de los libros que al leerlos se les toma cariño, por lo que transmiten. ¡Gran Libro!
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