Son éstos, cierto es, días
de celebración por el derribo del Muro de Berlín. Y mucho hay que celebrar,
en efecto. Los países que otrora vivían a la sombra del Telón de Acero, tras el
Muro, en el lado oscuro de la Historia, en el «paraíso comunista», han podido,
felizmente, desprenderse del «impuesto
revolucionario» que debieron pagar, tras la Segunda Guerra Mundial, a la URSS
y poder incorporarse, finalmente, con entusiasmo, a la comunidad de las
democracias modernas y libres. Mientras tanto, Cuba, Corea del Norte, China y
otras infortunadas naciones siguen sufriendo la miseria, la tiranía y la
servidumbre características de los regímenes construidos al son del himno de la
Internacional y demás cánticos de liberación colectivista. Cayó el telón, pero la tragedia socialista todavía no ha terminado.
Recuérdese que la teoría y la práctica políticas que
sostuvieron el «socialismo real», aunque vencidas por la sociedad civil, no han
renunciado a sus propósitos, los cuales, en el menos violento de los supuestos,
los confían a la fuerza y la coacción del Estado, una vez conquistado el poder.
El ideario socialista
no ha abandonado la escena. Aprovechando las ocasiones que se les han
presentado en estos veinte años, han salido de los escombros para así
recomponerse. He aquí la resurrección y la insurrección de las que he tratado
en otro lugar. Tal restauración no ha presentado tanto la forma de una
regeneración o redención cuanto la de una reincidencia, de una metempsicosis.
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