Los dirigentes de la agrupación extremista Podemos, fuerza política (todavía) extraparlamentaria en España,
ocupa todos los días todas las portadas
de todos los medios de comunicación. Prácticamente, todo el país está pendiente ahora mismo de las cuentas bancarias y el
estado financiero del señor Monedero, poderoso caballero.
Pero, yo pregunto: ¿qué tiene
más delito, que este señor sea rico y pague más o menos impuestos a Hacienda, o
que sea el «número tres» de un partido extremista de alineación comunista,
vinculado a los regímenes actuales de Venezuela e Irán, que amenaza con
venganzas y «frentes populares», con restaurar viejos (y caducados) sistemas
sanguinarios para acabar con el Sistema actual, que aspira a asaltar el poder,
a alterar radicalmente el trémulo orden constitucional e imponer una «democracia
popular» de socialismo real, que ha logrado, cual flautista de Hamelín, hacer
que le sigan la corriente millones de ciudadanos muy indignados, que representa, en fin,
según las últimas muestras demoscópicas, la primera opción política en
estimación de voto?
En España, después del derrumbe del Muro
de Berlín, se coquetea y frivoliza con la perspectiva de una sublevación general
y de «dar la vuelta a la tortilla» («otro mundo es posible…»), con las posibilidades del comunismo, con la utopía, con un horizonte
totalitario y liberticida, de ruina general y de confrontación ciudadana. Pero, tras años de crisis económica, no se
decide a acometer una larga lista de urgentes reformas estructurales de
orden institucional, social y económico (educación, justicia, sistema
electoral, régimen fiscal, energía, plan hidrológico nacional, administraciones
públicas, etcétera), conducentes a frenar la corrupción, modernizar las
instituciones, aligerándolas de trabas burocráticas, tasas e impuestos, crear
riqueza y hacer nuestra economía más productiva y competitiva, creando así
puestos de trabajo. Empatizan los
extremos y terminan por juntarse.
Todo indica que a la mayor parte de la
opinión pública española le preocupa más lo primero (acosar a los ricos y el
desquite: «quítate tú para ponerme yo») que lo segundo (unir a la nación y
situarla entre las grandes potencias mundiales). El
orgullo del pobre vence al orgullo nacional. En consecuencia, no es preciso
esperar a las próximas elecciones: ya han podido…
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