Como yo leo bastante, con el
e-book me libro de llevar mucho peso y, de paso, organizo mejor mis lecturas.
El problema para algunos es que no huele… El hecho de
que el libro electrónico resulte además menos caro que el libro en papel no representa un problema para los lectores a una nariz pegados. Será por dinero…, dijo
el orgullo al pobre. Y entiéndase esta consideración no sólo aplicable a la
novela El perfume de Patrick Süskind.
Relata
Suetonio en De Vita Caesarum VIII, 23, 3 que el emperador Vespasiano (69–79 d.C.) tuvo a bien imponer una tasa sobre las
letrinas de Roma, cuyos residuos eran recogidos en la Cloaca Máxima, la red urbana de alcantarillado, que, a pesar del
nombre, canalizaba no sólo las aguas mayores sino también las menores. Cuando
el hijo de Vespasiano, Tito,
recriminó a su padre la práctica de sacar dinero de las letrinas, éste le dio a
oler una moneda de oro y le preguntó
si le molestaba su olor (sciscitans num
odore offenderetur). Tito respondió que no (non olet), a cual replicó Vespasiano el célebre aserto: «Y, sin
embargo, procede de la orina» (Atqui ex lotio
est).
Hay
quienes ponen los sentidos y los sentimientos por delante de criterios de
racionalidad, utilidad y economía. También la apariencia sobre la realidad. El
mundo vegetal prima en ellos sobre el mundo digital. En el reino de Oleo, la petunia gana sobre la pecunia en esta ley inversa
de la evolución. Aunque me huelo, que sus habitantes no se tengan, en
consecuencia, por contrarios al Progreso, sino todo lo contrario.
Pero
hay más. Muchos que proclaman amar los libros emplean una voraz expresión para
conocimiento público: yo devoro libros, eso dicen. Semejantes gargantúas del libro cabría denominarlos por
su nombre: «bibliofagos». También de «insaciables», mas no de «consumidores»,
pues esto último les ofendería. Aunque pueda coincidir en un mismo individuo la
condición de bibliófago y devoto del
liber
oloratus, en el primer caso en particular es muy comprensible su
preferencia por el libro en papel en detrimento del electrónico, por ser la pulpa de
celulosa masticable y el plástico, no; ni siquiera bebible el cristal liquido
de las pantallas.
Libros
para qué os quiero. ¿Para hacer de la biblioteca una perfumería o para comerte
mejor?
http://www.theamericanconservative.com/olmstead/the-beauty-of-books/
ResponderEliminar