Algunas piezas lingüísticas se columpian entre la simplona
nadería y la insidiosa palabra trampa. Así ocurre con la voz “cívico” (vale también "social"), que para más de uno representa una entrada de aire
fresco en la “Nueva Política” (o lo que sea), un curalotodo, una promesa de aceptación comunitaria y aun una consolación perenne de revolución pendiente; una
aportación, en fin, tan sublimada en el ámbito de lo público como lo pueda ser
el “aire de zanahoria” en la “Nueva Cocina” (o a lo que sepa la nueva sopa).
No es que pretenda llevar demasiado lejos la analogía entre el quehacer de la cosa pública y
el primor de los fogones, pero tengo para mí que más de un ingrediente
tienen en común, aparte de que en ambos espacios resulta bastante corriente encontrar, tarde o temprano, a sus profesionales y oficiantes, jefes y pinches,
con las manos en la masa…
Ni uno ni otro espacio de la Cultura (Kultur) se han salvado tampoco de la
presión de las nuevas tendencias posmodernas o new age (o como se diga eso), hasta el punto de que ya no sepamos
con seguridad la naturaleza del mensaje que llega a nuestros oídos o la vianda
que nos llevamos a la boca.
La pasión por una ambigüedad de ambigú y el gusto por la complejidad simplicísima han unido sus fuerzas para favorecer la promoción de la deconstrucción, sea de la tortilla de patatas o el gazpacho o la zanahoria, preferentemente, por parte y cuenta de cocineros elevados a chefs de cocina, sublimes artífices de la “cocina de autor”: “¡el autor, el autor!
¿Qué es un chef de la nouvelle cuisine? Algo así como un catedrático de sociología en una universidad pública (o privada), adicto al pensamiento francés de ayer y hoy (como las fantasías animadas): amplio continente y escaso contenido, mucho plato y poco pato.
La pasión por una ambigüedad de ambigú y el gusto por la complejidad simplicísima han unido sus fuerzas para favorecer la promoción de la deconstrucción, sea de la tortilla de patatas o el gazpacho o la zanahoria, preferentemente, por parte y cuenta de cocineros elevados a chefs de cocina, sublimes artífices de la “cocina de autor”: “¡el autor, el autor!
¿Qué es un chef de la nouvelle cuisine? Algo así como un catedrático de sociología en una universidad pública (o privada), adicto al pensamiento francés de ayer y hoy (como las fantasías animadas): amplio continente y escaso contenido, mucho plato y poco pato.
Viene esto a colación, como vengo diciendo, porque los
promotores de lo “cívico” buscan suavizar la papeleta de la existencia (que
precede a la esencia) y así llevar el ascua a su sardina. ¿Que las masas tienen hambre y sed de “justicia social”? Se les atiza
una analgésica ración de "civismo": una apariencia de ciudadanía virtual
eufónica como entrante de un horizonte inmenso plagado de derechos civiles por
doquier; un placebo con aroma de fresas para quitarles el mal sabor de boca de vivir
en esta realidad tan injusta que no les da siempre lo que piden, ni aquí ni ahora.
Y es que con la voz “cívico”, como las demás palabras
trampa, se han creado vocablos a pedir de boca, con un efecto tan vitamínico
como apetitoso, que nunca sacia, los cuales, fijados ventajosamente, sacan del apuro al
sustantivo más laxo, aunque no puedan evitar dejar en el ambiente el amargo
gusto a engaño, a insustancial comida recalentada.
Tengo para mí que algo en esto tiene que ver la
moraleja del palo y la zanahoria. Acaso sea al revés, aunque igual de rápido: vuelta
y vuelta.
Esta entrada es una versión reducida y actualizada del artículo "Nación cívica" y zanahoria publicado en Libertad Digital el día 23 de enero de
2004
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