Una de superhéroes
La calle
está ruidosa. Aires de tormenta. Atmósfera pesada. Canta, oh diosa, la cólera de aquí…
Malos tiempos para la épica, la
lírica y la poesía. Versos inacabados. Tiempo airado y poco aquilatado. Ira aireada es decir “indignación”. La
diosa responde hoy al nombre de Twitter,
Whatsapp o YouTube. El bardo es un barbudo cantor de los cantares con la cara pintada
o una Barbie petarda, por lo general, seres bajo seudónimo (¿robots?, ¿trols?, ¿tapados?)
que llaman a la acción/reacción, mientras teclean frases sin freno y maldicen a
otros desconocidos en la soledad de un cuarto oscuro. El rango de héroe se lo reparten
youtubers enmascarados o con cara anchoa y tipos encapuchados reacios al
desodorante: unos incendiando las redes; los otros, quemando michelines,
levantando aceras y cerrando el paso a los patinetes. Cojomantecas y sacamantecas son agora
en la plaza quienes asan la manteca y dan leña al madero.
¿Es esto
real? ¿Has visto? ¿Me has visto? ¿Sabes lo que ha dicho…? ¿Has leído/oído lo
mío? ¿Conoces lo último?
Los aspirantes al estrellato ya no
anhelan salir en la moviola, sino en la movida, vía Instagram.
- Pero,
¿qué quieren ahora?
- Salir
en la foto
En esta era (pretérito imperfecto)
prevalece el fenómeno fenoménico, es decir, aquello, según la RAE, «perteneciente
o relativo al fenómeno como apariencia o manifestación de algo». Un fenómeno,
en realidad, que acontece como doble de la realidad, un mero artificio, un
revuelto de imágenes y sonidos, el imperio de los sentidos, fondo y forma
simulados, reforzada la ilusión por el
componente emocional, aliado del sentimiento, no de la inteligencia, que es
ahora móvil.
La evolución
ha dado un brinco y se ha tornado revolución. “Todo fluye, somos y no somos.” (Heráclito de Éfeso). La vuelta a la tortilla, manda huevos, ha
significado, a la postre, la vuelta a la caverna. Tampoco se lee a Platón. Y ya ven ustedes el resultado.
¡Qué cosas! Lo que ha quedado de la
filosofía es la página reservada al mito, aquella creencia tribal que debía
haberse rendido a la autoridad del logos,
la palabra. Lo real ha quedado reducido
a una secuencia de imágenes reflejadas en un ojo dorado, y así va a ser difícil
entenderse. No es que la imagen valga más que mil palabras. Sucede que la
imagen ha sustituido a la palabra.
La representación termina al apagarse las luces de la escena y abandonar la sala. Continúa la función en la salita del apartamento, donde no cesa de relampaguear un rayo de luminosidad azulada
«El medio es
el mensaje, y con la luz encendida aparece un mundo sensorial que desaparece al
apagarla», afirma Marshall McLuhan,
nada menos que en los años sesenta del siglo pasado. Hacía alusión al medio audiovisual
(en rigor, al sensorial), antes del auge de Internet y las redes sociales. Antes de que los teléfonos inteligentes invadieran la Tierra, con
sus poderosas aplicaciones, y dominaran el mundo. Entre los componentes más
efectivos, véanse la cámara de fotos y de vídeo, integrados en la máquina, y no
una cámara, sino tres, cuatro, que sé yo. Damas y caballeros, les presento las nuevas armas de destrucción masiva. “Pásalo”.
No es
noticia aquello que se publica (que se sube
a la Red). Esta es impresión de antañón. No
se fotografía ni graba lo que llama la atención, sino al revés: el objetivo es
llamar la atención por medio de cámara subjetiva. El compromiso histórico
ya no es movilizarse para salir en la foto, sino retratarse, porque el que no
se mueve no sale en la foto. El selfie
constituye hoy el máximo acto de autoafirmación, esforzándose en ejercicios de
estilo, el más difícil todavía. “Mamá,
mírame”. El último grito es la maniselfie.
El desfile
de sombras en el fondo de la caverna platónica que ven los encadenados de la
posmodernidad son las imágenes que pasan en el Internet: pajaritos por aquí,
gatitos por allá, fotomatón chuleando, sirenitas con mirada de serpiente de mar
ante el espejo del cuarto de baño, imitadores de “videos de primera”, y en este
plan. Mirando a la cámara. Una sonrisita… La
sonrisa del joker.
Hogaño, dulce antaño, el encadenado
es el enredado en su propia tela de araña. Actúa cuando la luz está encendida, cuando lo
filman y graban: «¡Luces, cámara, acción!». Con la tecnología digital, el
revelado es inmediato, ¡y tan revelado! La obscenidad salta a la vista. La
representación termina al apagarse las luces de la escena y abandonar la sala. Continúa la función en la salita del apartamento, donde no cesa de relampaguear
un rayo de luminosidad azulada.
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