lunes, 4 de mayo de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA (9). EL “EFECTO PLÁCIDO”



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Plácido (1961) es una de mis películas preferidas, producidas en España. Con un guión de nota 10, firmado por Luis García Berlanga, Rafael Azcona, José Luis Colina y José Luis Font. Dirigido por el primero de la fila, es un film tocado por la gracia, y no por ser “gracioso”, sino bienaventurado, bienhumorado.

El personaje de Plácido, magníficamente interpretado por Cassen, conduce un motocarro. Pequeño empresario transportista, se gana la vida como puede, haciendo recados y encargos, según la demanda. El día de Nochebuena es contratado para recorrer la ciudad haciendo promoción de una subasta, patrocinada por Ollas Cocinex.

Ocurre que Plácido no es propietario pleno de su medio de transporte, lo está pagando por medio de letras que abona en notaría. La próxima, precisamente, vence antes de la puesta de sol del día 24 de diciembre. No hacer el abono conllevaría la pérdida total de sus derechos de propiedad sobre el motocarro.

Mientras realiza su tarea al volante, intenta completar la cantidad pendiente de pago, actividades que se interfieren, aunque dependa la una de la otra. El bueno de Plácido prevé hacer frente al pago de la letra con el jornal recibido en tal entrañable fecha navideña, pero los organizadores del evento le recuerdan que cobrará al terminar el trabajo, momento que va alargándose, debido a complicaciones y enredos varios, al tiempo que se acerca peligrosamente la hora de cierre de la oficina de cobro. Y si Plácido pierde el motocarro, le espera la ruina.

Tras una odisea homérica, después de sufrir mil angustias y ansiedades, rogando a unos que le adelanten los honorarios, a los otros que no le cierren el despacho, porque él es cumplidor y paga, sólo necesita un poco más de tiempo. Finalmente, comedia al cuadrado (aunque negrísima), tras tantos padecimientos y tensiones, logra reunir la cantidad que entra en caja, que tanto sudor y temblor le ha costado.

Estará usted contento. Ve como al final todo ha podido arreglarse. Alégrese, caramba, que es Navidad. Esto escucha a su alrededor el conturbado Plácido, con la familia esperando en la calle, en Nochebuena y sin cenar. ¿Qué me dice, buen hombre? Plácido dice: pues verá, tras tanto padecer, ahora, la verdad, la cosa ya no me hace gracia.

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Episodios emocionales de esta clase los identifico como aquejados del “efecto Plácido”, es decir, aquellas situaciones en las que la respuesta, la conclusión y la resolución de un asunto o problema llegan a destiempo, por lo común, no muy pronto, sino demasiado tarde, con la fecha de caducidad pasada... Refiero circunstancias que interesan a la ciencia (por ejemplo, dar con la fórmula resolutoria, cuando el problema que lo reclamaba ha dejado de serlo), aunque no menos a la vida cotidiana.

Recibir una devolución, una remuneración o una indemnización económica tras grandes desvelos, súplicas, numerosas gestiones y trámites, cuando no bastantes desdenes, humillaciones y otras vilezas, avinagran contingencias de la vida hasta al más entusiasta defensor del aliño en platos, plazas y plateas, tanto las señaladas como las que el lector pueda añadir por su cuenta.

 No pido que me den lo que es mío, sino que no me lo quiten

Refiero, entonces, momentos agridulces de la existencia humana que no constituyen la sal de la vida sino la salida por la puerta falsa o la de atrás. Un listado de acontecimientos y hechos destemplados, trastornados, alterados en su misma naturaleza, que es lo mismo que decir “desnaturalizados” o transfigurados. Como son también que a uno le devuelvan de mala manera lo robado o prestado; le hagan pagar o esperar de más y luego vengan con la disculpa, rectificación recurrente con traza de abuso de poder y olor a farsa; que el inocente purgue sus penas en prisión por fallo judicial hasta que, aclarado el error, le abran las puertas del penal y adiós muy buenas: “estará feliz de poder salir a la libertad, ¿verdad?”.

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Incluyo asimismo en el inventario el poder salir a caminar, visitar a familia y amigos o ir a la playa tras un infame, cruel y caprichoso (¿capcioso?) arresto domiciliario, según un plan oficial programado por fases, por aquello de que uno no se acostumbre demasiado a la libertad y, además, aprenda a ser agradecido. Estará usted contento, ¿no es cierto? Ahora sí, hala, a correr. Luego no, en casita antes de que den las diez. Sí, papá Estado, gracias.

No acepta el hombre libre que le digan cuándo debe hacer o no hacer aquello que puede y debe elegir libremente hacer, evitando, eso sí, molestar o perjudica a otros, pero, de hecho y no por mera sospecha o peregrina posibilidad; dejo al margen de esta declaración a “ofendiditos”, enemigos de la libertad, miedosos, inseguros y maníaco-obsesivos patológicos, recelosos y otras especies picajosas como especias irritantes que se rascan la piel por placer o reacción compulsiva.

“No veo mucha diferencia entre un hombre que se abandona a la cólera y otro que se entrega a un acceso de tos” (Alain, Propos sur le bonheur).

No pido que me den lo que es mío, sino que no me lo quiten. Aquello que se concede graciosamente y a la fuerza, por quien no tiene derecho a legislar ni disponer sobre ello, no constituye un acto de justicia ni de benevolencia, sino una ignominia. Por eso a los casos que catalogo bajo el rótulo del “efecto Plácido”, yo, la verdad, no les veo la gracia.

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