PREFACIO. Al cierre
Durante la corrección de pruebas de Dinero S.L., al cierre de la edición y
ya próxima la publicación del ensayo, un encadenamiento de fenómenos de suma
relevancia está recorriendo el mundo, de norte a sur, de este a oeste. Una
cadena de sucesos que no sólo confirma, sino que acrecienta el sentido, la
extensión y la gravedad de acontecimientos aquí analizados, a saber: la
subrogación de la sociedad de propietarios en comunidad de gestores, el
recambio de la sociedad de libre mercado por una agrupación teledirigida,
intervenida y custodiada por los aparatos del Estado, sin que, como es habitual
en este proceso de contracivilización,
la denominada «sociedad civil» haya tampoco reaccionado en defensa de la
libertad y el derecho a la propiedad privada, sino todo lo contrario.
¿Qué ha ocurrido? Un virus coronado, procedente de
la República Popular de China, se ha extendido por todo el planeta, infectando
individuos, pueblos, campos y ciudades, convirtiéndose en dueño del planeta, dominado por murciélagos exterminadores, y en
señor de la guerra mundial, transformada en guerra civil, de distinta
intensidad, según la nación y el área del mundo que se trate. China,
finalmente, ha despertado y una vez ganada la plaza de primera potencia
mundial, ha dado otro gran paso adelante,
erigiéndose en el amo (o sea, en el Mao) del universo, en modelo de Estado, que muy antiguas democracias occidentales son las
primeras en alabar e intentan imitar.
El virus rey, conocido en clave como SARS-Cov-2, ha
adquirido el rango no sólo de agente mortal a gran escala, sino también el de gestor global de lo que queda de la
humanidad en la era de la globalización, bajo un no declarado, aunque fáctico, estado de excepción.
Conocido también con el nombre de coronavirus, ha adoptado de inmediato la
condición de excusa, justificación y salvoconducto para cerrar las ciudades del
mundo a cal y canto, creando un escenario desolador de ciudad fantasma bajo el estricto control de drones y helicópteros
sobrevolando terrazas de edificios urbanos y carreteras, de patrullas de
policía y tropas de ejército que retienen y/o detienen a personas que caminan
por la calle o circulan en vehículos sin autorización especial o causas
oficialmente aceptadas, y con el tiempo cronometrado. Gestores de la sociedad (desde un guardia uniformado, un concejal
de pueblo, hasta un médico de cabecera) tienen la autoridad para redactar, de su
puño y letra en una hoja de papel, un licencia para andar y comprar, para que
el propietario pueda entrar y salir de casa sin peligro de verse insultado por
vecinos o detenido por la Autoridad.
En nombre del virus chino se han decretado leyes y
normativas excepcionales que limitan gravemente los derechos y libertades de
las personas, obligadas al confinamiento domiciliario, bajo penas de multa y
cárcel, custodiados sus movimientos en el exterior, y bajo la amenaza imprecisa
de deportaciones masivas a campos de internamiento («hospitales de campaña») en
caso de simple sospecha, por parte de gente oculta tras una mascarilla, de que
un ciudadano sea portador del virus y un peligro para la sociedad.
Vivimos en un escenario apocalíptico que con un
ábaco chino hace la suma de fallecimientos en cadena, sin evaluarse la causa
precisa de los mismos, ni su número exacto, limitado el acceso de familiares a
los cadáveres, prohibidas las autopsias y los funerales. En la cancelada sociedad abierta, el entierro va por
dentro.
Presenciamos impotentes y aislados, en la sociedad
de masas, un horizonte oscuro e incierto, con la población atenazada por el
miedo y la (vana) esperanza de que esto
pase lo antes posible, sin saber de veras qué sea esto, merced a un universo mediático contaminado que la hechiza con
informaciones confusas y contradictorias, cuando no, simplemente, falsas (fake news), a diario.
Somos testigos y víctimas del apogeo de la era del
«poscapitalismo», con la economía y los servicios paralizados, excepto en áreas
concretas, como sanidad o alimentación, con miles de empresas obligadas a parar
máquinas y apagar ordenadores (o ponerlas al servicio del Gobierno sin réplica
ni objeción alguna), con comercios que han tenido que bajar las persianas, y
millones de profesionales, trabajadores autónomos y técnicos sin actividad,
parados.
Una situación, en fin, caótica en la que el derecho
a la propiedad privada ha sido puesto en cuarentena. Bajo el pretexto del virus
rey, sin límite a la acción del Gobierno, los ciudadanos, de pronto, hemos descendido
(retrocedido, en el reloj de la historia de la civilización) al estatuto de
súbditos. La política impone la ley.
He aquí el mundo de hoy, que no será nunca más cómo
el mundo de ayer, e imposible saber, en este momento, cómo será mañana, el
resultante de esta conmoción universal que ha arrasado vida, libertad y
propiedad privada, los pilares de la civilización.
¿Y el dinero de particulares y entidades, personas
físicas y jurídicas?
Nunca sospeché que al poner título a este ensayo,
producto de un trabajo de investigación y reflexión iniciado hace bastantes
años, fijaría, con tan dramática precisión, un presente carcomido por la pandemia y el pandemónium: Dinero. Sociedad limitada.
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