miércoles, 10 de junio de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA (10). SOSPECHAS SIN SORPRESAS


1
La reacción de la población ante la gran crisis mundial provocada por el denominado "COVID-19” suele dividirse en dos bandos enfrentados

Por un lado, los que perciben esto como un accidente, algo casual, experimentan el confinamiento (la cuarentena, el lockdown) con artificiosa normalidad, aunque el encierro vaya por dentro, y mantengan la vana esperanza, confiando en que todo acabará bien. 

Por otro lado, quienes evalúan lo que está ocurriendo como un fenómeno provocado, no azaroso sino causal, un desorden intencionado que descompone el orden instituido y ha sacudido violentamente las bases de la civilización (o lo que queda de ella) y que constituye sólo un episodio (una “fase”), un experimento mediante el cual pulsar y medir (“testar”) la resistencia de instituciones, organismos e individuos, con vistas a imponer un Nuevo Orden Mundial gobernado por un Alto Mando con plenos poderes.


Tras la sospecha no hay sorpresa, porque todo estaba minuciosamente calculado

Admito que esta distinción cabe ser calificada de arbitraria, pues podría escogerse otro criterio divisorio. Lo cual reconocería, al fin y al cabo, una voluntad de seccionar la sociedad, hasta el punto de llegar a fragmentarla en la era de la polarización. Y esta es la cuestión. Ya tenemos una pista a seguir.
La “doctrina oficial”, proclamada por las autoridades, “comités de expertos” y gestores de la Crisis, sostiene la necesidad de unidad en la población a la hora de acatar las normas y protocolos con los que afrontar la "pandemia". Exhortación acompañada de amenazas a los incumplidores.  La recomendación adopta así la forma de orden y exigencia de obediencia absoluta, no importa que los protocolos supongan, en realidad, protolocos. Otra huella que rastrear.


2
Con la población mundial confinada en casa y sometida a un régimen estricto de ordeno y mando a distancia social, cualquier información o dato respecto a este asunto debería ser desinfectado antes de consumirse. Bajo un “estado de alarma” (de hecho, un estado de excepción) la información adquiere, de inmediato y necesariamente, un tinte de propaganda. Nada es verdad en la era de la “posverdad”. Buena parte del significado de las palabras ha cambiado de sentido. La neolengua que emplean los informantes y los informativos, sean del bloque oficial o del alternativo, hace incomprensible el discurso, para quien exija un mínimo de claridad y comprensión en el lenguaje.
A fin de no ser definitivamente aniquilado por el temor, los datos tóxicos y la manipulación, es preciso mantener prudente distancia con la cruda información y su repetición, así como aprender a leer entre líneas; interpretar el lenguaje corporal y de signos; emplear el arte de la deducción, el uso de la inferencia y la hipótesis; preferir la opción más factible y verosímil que la repetida y machacona; repasar el capítulo sobre la filosofía de la sospecha; anteponer, en fin, el racionalismo al empirismo en tiempos de imágenes invertidas y palabras contaminadas.
Sólo los familiarizados con la lógica y habituados al pensamiento racional y la abstracción, serán capaces de bajar el volumen de la máquina de la mentira y la huera consigna, de frenar la difusión y propagación de la ponzoña liberticida. Me temo que la proporción de iniciados en estas destrezas no será muy elevada. Nuevo indicio de sospecha.


3
No tengo nada que confesar ni que justificarme, mas sí informo al lector que tengo tomada mi posición sobre el asunto, provisional, hasta que no se me demuestre lo contrario,  y, por tanto, no dogmática, sino falsable (Popper), abierta a permanente  revisión crítica. Soy de natural (y acaso por formación filosófica) escéptico, lo que no significa que evite definirme cuando la ocasión lo demande y mi voluntad sea esa.
Lo que ahora está pasando es una reedición, bruta y descarnada, de la situación precedente, elevada a su máxima potencia, al objeto, acaso, de llevarla hasta sus últimas consecuencias, de modo colectivo y coordinado, mediante actuaciones autoritarias orientadas a un horizonte totalitario. 

Nada observo en el presente que no haya percibido con anterioridad, de alguna manera; a veces, de manera anticipatoria. En este momento, la política y el ideario globalista se han vestido de personal sanitario, secundado por fuerzas policiales y fuerza armada, como medio de cerrar y abrir puertas, bocas y voluntades con mayor facilidad e impunidad. Amparada la operación por un estado de alarma o excepción con toda la traza de ley marcial.
Dicho de otro modo: las élites que han planificado y comandan el pandemónium están decididas a ir a por todas, jugar la partida definitiva, reunir los planes que exigirían (que han exigido: el tema viene de lejos) las batallas parciales en una acometida integral, sabedores de que no tendrían (ni tendrán) resistencia significativa. 

¿Es esto la tormenta perfecta? Yo diría que sí.

Tras la sospecha no hay sorpresa, porque todo estaba minuciosamente calculado. En un envite de esta magnitud, a escala mundial, admira comprobar (al tiempo que aterra) que no se han cometido errores estratégicos de bulto, que nada ni nadie en puestos clave les haya fallado, que la coordinación y la convergencia estén resultando de precisión matemática.
Y esto es sólo el principio.

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