martes, 27 de octubre de 2020

ALDEANISMO Y GLOBALIZACIÓN


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Constituyó un hallazgo poderoso, a nivel conceptual y significativo, el horizonte de la humanidad que Marshall McLuhan denominó «la aldea global», en feliz traducción española de la fórmula original «The Global Village»; por lo demás, de gran alcance premonitorio, precursora del término «globalización», escenario controvertido de nuestro presente. Bajo dicho título, escribió, en colaboración con Bruce R. Powers, su último trabajo, publicado en el año 1989, libro póstumo, pues el célebre pensador canadiense falleció en el año 1980, dejando la edición del manuscrito al cuidado de su hija, Corinne McLuhan, y del coautor vivo. Ciertamente, en este ensayo no hallamos especial análisis del término en cuestión; de hecho, como tal, tan sólo aparece en el rótulo, sin encontrarse una sola ocurrencia a lo largo de la misma. Volumen, en gran manera, recapitulatorio (e involuntario legado intelectual) de sus estudios previos; caracterizado ya el continente mundial, se trataba ahora de compendiar el contenido de su obra.

McLuhan contempla en su exploración un futuro dominado por las tecnologías de la información y la comunicación, cada día más veloces, de ingeniería extraordinariamente avanzada y precisa, dando como resultado un mundo interconectado, donde podría hablarse de límites mas no de fronteras. Sus análisis y previsiones no se detienen en valoraciones respecto a tamaña conmoción espacio-temporal. Su lenguaje y mirada son de carácter técnicos, lo cual deja entrever una perspectiva desarrollista y secuencial (¿tecnocrática?) de naturaleza mecánica  y de inteligencia humana impulsados por la corriente eléctrica

 

«El hemisferio izquierdo [del cerebro] sitúa la información en forma estructural en el espacio visual, todas las cosas están conectadas en forma secuencial, con centros separados pero límites fijos. Por otro lado, la estructura del espacio acústico, la función del hemisferio derecho donde los procesos se relacionan en forma simultánea, posee centros en todas partes pero ningún límite.»

 

Lo deseable sería que ambas partes se entendieran y no colisionaran, pero diríase que no ha ocurrido tal circunstancia. En realidad, el concepto que sintetiza la visión del futuro mundial no deja de incluir una contradicción en los términos, la cual, con inspiración monista, tendría su resolutoria síntesis en la totalidad de lo uno. Esta coexistencia problemática queda mejor recogida en la expresión en español «la aldea global» que en la forma original en inglés «The Global Village», donde el artículo determinado en ambos idiomas (en esta ocasión, más todavía en inglés) remarca el sentido uniformado y particular del concepto.

«Village» significa pueblo pequeño, aldea o poblado, con un sentido más denotativo y descriptivo que connotativo y definitorio. En español, «aldea», y en particular, las locuciones «aldeano» y «aldeanismo», remiten a un lugar, pero, sobre todo, a un determinado estado del alma, una condición existencial, una perspectiva, una concepción de la vida. Ortega y Gasset emplea con suma precisión en el ensayo España invertebrada la expresión «hermetismo aldeano» a fin de señalar «la visión angosta de los intereses inmediatos», propio de la gente rústica y afincada al terruño, ordinaria, limitada a nivel comprensivo por el localismo y lo próximo; la mentalidad aldeana, no va más allá… No apunta esta identificación categorial al «nivel cultural o intelectual», al grado de conocimiento y la graduación académica de los individuos enmarcados en dicho conjunto; aunque, sin duda, revela en ellos una dificultad —o acaso alergia cultural o predisposición contraria— para el proceso intelectivo de la abstracción y el distanciamiento comprensivo, lo cual sugiere un posicionamiento más afín a los sentimientos que a las cogitaciones.


El aldeano «covidiano» enmascarado es ya un tipo poseído por la llamada «Nueva Realidad», donde vive sin vivir en él y sin moverse de casa, un ser deshumanizado, «transhumano», un zombi

 

El «hermetismo aldeano» tampoco se circunscribe a un área geográfica concreta ni a un tiempo histórico en particular. Se trata de una forma estructural de la mente humana a la hora de acercarse a las cosas y a los acontecimientos, de cómo aprehenderlos, y que McLuhan, acabamos de referir, sitúa en el hemisferio izquierdo del cerebro. Para esta visión de la realidad, los «límites fijos» mandan sobre la comprensión y la voluntad de los sujetos. Límites que pueden ser familiares, grupales, de barriada, municipales, regionales o nacionales, y aun supranacionales (vgr. en referencia a la Unión Europa u otra clase de comunidad política, corporativa o cultural); o también lingüísticos, religiosos, etcétera. Límites, en fin, que afectan a personas y comunidades, dando lugar a extremismos (valga la ironía), como son la estrechez de miras, la perspectiva pueblerina, la actitud sectaria de cualquier tipo o los nacionalismos.

Bajo la jurisdicción de la mentalidad aldeana, los asuntos que van (o vienen) allende la acotación especificada de la aldea suponen una extralimitación de entendimiento y sentimiento, sucesos que no llegan a comprenderse porque, de entrada, no interesan; es decir, que no se engloban en su restringido y «hermético» espacio físico y psíquico, perceptivo y sentimental. Está de sobra insistir que el aldeanismo aquí descrito está reñido con —o incapacitado para conocer suficientemente y en sentido estricto— el fenómeno de la globalización.

2

Juzgo altamente relevante y valioso, amén de oportuno, este preliminar cuando la amenaza globalista reactiva sus ataques contra la humanidad; como pueda serlo la actual crisis mundial ocasionada a cuento de la denominada «pandemia COVID-19». Sin duda, quienes han diseñado y puesto en marcha este plan conducente a implantar por la fuerza un Nuevo Orden Mundial, dirigido y gestionado por una oligarquía altamente ejecutiva (y ejecutora), ocupan estratégicos centros de poder (económico, político, de comunicación, etcétera).

No menosprecie nadie al enemigo, sobre todo, si es muy poderoso. No cuestione tampoco su inteligencia[*], la cual ha quedado puesta de manifiesto por la minuciosidad severa —sin apenas contratiempos en la ejecución— de su estrategia, así como en la estricta previsión de la respuesta de la población —es decir, su inexistencia, o al menos, tibieza en la misma— frente a semejante embestida; el tiempo confirmará que la de mayor crueldad y capacidad devastadora en la historia hasta la fecha.

El globalismo (una ideología) se ha beneficiado de la globalización (un acontecimiento histórico). Diríase, al modo de McLuhan, que ha sido comandado por el hemisferio del cerebro ejecutor. Mientras tanto, el aldeanismo, profundamente contrariado, ha retrocedido hasta adquirir formas y modos del tribalismo primitivista y el «pensamiento mágico», viendo a sus invasores como llegados de otra galaxia (como, en efecto, así es), y sin saber determinar sus intenciones.

 


3

Reparemos, brevemente, en algunas secuencias y efectos de esta infiltración en la aldea global, en el mayor de los casos con un denominador común (efecto, ya ve usted, de la globalización), sin excluir los particularismos propios de cada área.

En general, la población, sin distinción de raza, sexo, nivel de renta y patrimonio ni cualificación intelectiva, ha reaccionado en clave aldeana ante un suceso de carácter global al que no hace frente, hecho que no debe extrañar a partir de lo señalado anteriormente y con el que contaba de antemano el Alto Mando de la fuerza atacante mucho antes de la incursión enmascarada de marzo de 2020. La muchedumbre ni acepta la nueva situación in toto ni la rechaza tampoco; sencillamente, está demasiado desconcertada y aterrada como para llegar a una conclusión, y menos todavía, tomar una decisión actuante, al respecto. Si siente nostalgia de lo de antes es debido a la costumbre y la comodidad, no por lo que conlleve de vulneración de la libertad (hace mucho tiempo que esta batalla está perdida). En cualquier caso, antepondrá el sacar provecho del nuevo estado de cosas (o no tan nuevo; ahora es patente, aunque sólo para algunos pocos) a oponerse abiertamente a la tiranía rampante.

Las medidas tomadas por los Gobiernos locales, tan semejantes entre sí (por no decir «idénticas») son asumidas por los aldeanos como provenientes específicamente de los propios Gobiernos de manera autónoma (y aún autonómica); a ellos lanzan las alabanzas o las críticas, abrigando la esperanza de que un cambio de gobernantes (¡el triunfo de la «oposición»!) mantendrá o cambiará las cosas, según la filiación partidista de cada cual, sin apercibirse, como digo, de que en la mayor parte de esas cosas ya estaban presentes y vivas, de modo anticipado y en fase incipiente o experimental desde hace no poco tiempo. Y se dejaron pasar...

El aldeano global, en cualquier poblado del hemisferio occidental no sabe —ni falta que le hace en sus quehaceres y preocupaciones de cada día lo que esté sucediendo en Australia o la República Popular de China, países que le pillan muy lejos y tal vez sólo sabría situar en el mapamundi por su gran extensión; ni qué tienen que ver con esto de aquí. Y no le hablen de Soros ni de Bill Gates ni de los Rockefeller, del FMI (que le suena a una frecuencia radiofónica) ni de la OMS (WHO?: otro canal de televisión, como HBO, o así). Si algo no va como esperaba o desease, la culpa la tiene el ministro de turno, el teniente de alcalde de su pueblo o el concejal de Actividades Diversas, que como su nombre indica, se ocupa de muchos asuntos, y le conoce todo el mundo… en la aldea.

El aldeano (versión «covidiana»), para quien la actual crisis es sanitaria y ya está, no cuestiona la mascarilla obligatoria, todo lo más, matiza: allí sí; aquí, no; y en este plan. Ni entiende de signos ni de claves simbólicas, aunque la aproveche (mascarilla, ¡qué merendilla!) para hacer propaganda política (banderita o eslogan, que ni bordados), coleccionar una variada colección multicolor de ejemplares cual producto de moda que haga juego con camisetas y zapatillas deportivas o, y he aquí lo más dramático del caso, para sentirse alguien —más importante que el McLuhan ese, sin ir más lejos— porque está en el lado correcto del mundo (hemisferio izquierdo), ayudando a los desfavorecidos, protegiendo a los enfermos del Virus (y de paso creyendo protegerse uno mismo) y a todos los que sufren en el mundo global, según le muestra la televisión. Espera el anuncio de la vacuna salvadora («que ponga fin a esto») con ansia y esperanza, apuntándose de los primeros en la lista de espera y haciendo cola.

El aldeano «covidiano» enmascarado es ya un tipo poseído por la llamada «Nueva Realidad», donde vive sin vivir en él y sin moverse de casa, un ser deshumanizado, «transhumano», un zombi. Sólo es persona en sentido etimológico: «Préstamo (s. XIII) del latín persona,  ‘máscara de actor’, ‘personaje teatral’, voz de origen etrusco. Por metonimia pasó de las acepciones teatrales a designar al individuo mismo, generalizándose al ser de la especie humana» (Fuente: Oxford Languages). Perdiendo su identidad individual (característica reaccionaria y egoísta, que funcionaba antes), finalmente, ya es otro, todo en uno, todos unidos en un único ser, ¡una mascarilla global! y todo ello sin necesidad de viajar ni hacer mundo. Se ha puesto en el lugar del otro sin moverse de sitio.

Hace tiempo que vengo reflexionando sobre ello: la aparentemente inocente ilusión de la empatía acabará infectando a la gente a nivel global, sin que se dé cuenta, persuadida de estar en el lado correcto del mundo y ser, por fin, otro. Todo ello sin salir de la aldea ni de casa.



NOTA

[*] Recuérdense, a modo de ejemplo, estos dos fragmentos supremos:

«¿O aún no has considerado cuán agudamente percibe el alma mezquina de aquellos que son llamados “malos” pero son inteligentes, y con qué penetración discierne las cosas a las que dirige su atención, porque no tiene mala vista ya ha de ponerse al servicio del mal, de modo que cuanto más aguda se su mirada, mayores serán los males que cometa?» (Platón, República, Libro VII, 4, 519 a)

«Una raza de tales hombres del resentimiento acabara necesariamente por ser más inteligente que cualquier raza noble, venerara también la inteligencia en una medida del todo distinta: a saber, como la más importante condición de existencia, mientras que, entre hombres nobles, la inteligencia fácilmente tiene un delicado dejo de lujo y refinamiento» (Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral)


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