domingo, 29 de noviembre de 2020

SONRISAS INVISIBLES

1

«Sonría, por favor». Así rezaba un celebrado eslogan promocional, ideado, si no recuerdo mal, por el Centro de Atracción y Turismo en la ciudad española de San Sebastián, allá por los años sesenta del siglo XX. Tras este lema han florecido muchos otros parejos, invitando a la cordialidad y al trato simpático entre desconocidos, y, si no me equivoco, hasta programas de televisión, anuncios publicitarios de vocación dentífrica y eslóganes de propaganda con mucha labia en partidos políticos, a ver quién pasa por más gracioso y quién aparenta ser más simpático, porque la sonrisa vende y hace ganar votos.

Es esta utilización partidista y afectada, engañosa y embaucadora, sensiblera a la vez que mandona, de un gesto, de un rasgo, tan esencialmente humano y humanizador, como es la sonrisa (todavía más que la risa, que viene a ser como el cine sonoro respecto al silente o la ironía al chiste), lo que le quita encanto y hasta diría que su principal gracia, hasta el punto, bien mirado el asunto, de quedar cubierta por una capa de sospecha, acabando siendo atrapada como en una tela de araña.

No refiero un caso insólito. La larga y oscura sombra de la deshumanización y la implacable persistencia de la barbarie no cesan en su afán por borrar de la faz de la Tierra lo que de natural hay en voces, gestos y hechos humanos, para trocarlos en diseños utopistas tan alteradores de lo real como aterradores del alma, elaborados en despachos con mucho bureau y teléfono rojo, laboratorios tenebrosos preparando ensayos de probeta, medios de comunicación muy mediatizados y en departamentos universitarios multicolor de estudios culturales.


Una sociedad a la que roban la sonrisa o la hacen invisible está condenada a una existencia abatida y desolada

 

Esta labor de zapa afecta a signos, costumbres y palabras, troquelados con fines infames. Los procedimientos utilizados para esta tarea que marea son variados y los esfuerzos, concienzudos. De entre los más empleados, a la vista de su éxito, destaca el siguiente: alterar aquello que se pretende cambiar, conservando el significante pero transfigurando el significado, dar la vuelta —por sí decirlo— a los usos humanos, por resultar, más que demasiado humanos, sencillamente humanos. Como ocurre con la sonrisa.

Se repite mucho que nacemos llorando, porque, inocentes criaturas, no sabemos lo que nos espera en la vida por delante. Suele callarse, sin embargo, que uno de los primeros actos humanizadores en un bebé es la aparición repentina de la sonrisa, por lo común no espontánea sino estimulada a su vez por la cariñosa y tierna expresividad de la madre. Tamaña correspondencia contiene una formidable fuerza comunicativa, moral y civilizatoria.

 


2

La «sonrisa inaugural» caracteriza, en efecto, la supervivencia de la cortesía y las buenas maneras, paso previo del buen humor, como observó Alain, y expresión equivalente de la salutación, según analizó Ortega y Gasset, quien emplea aquella fórmula como interina de ésta.

El filósofo francés expuso la feliz convergencia a la que hago mención en un delicioso y tonificante texto titulado La sonrisa (Le sourire), incluido en el libro Propos sur le bonheur.


«Quisiera decir sobre el mal humor que no es menos causa que efecto; me inclinaría incluso a pensar que la mayor parte de nuestras enfermedades son el resultado de un olvido de cortesía, es decir, de una violencia del cuerpo humano sobre sí mismo.»

 

La cortesía y la afabilidad (la «urbanidad», decíase antaño) son una condición necesaria en la convivencia y el trato humano. No elimina ni hace esfumarse, como por ensalmo, el peligro y la malevolencia en la sociedad, pero dulcifica —o cuando menos suaviza— el contacto entre individuos en sociedad, aminorando la indisposición actitudinal, la rencilla y la disputa; por ejemplo, borrando de la cara cualquier signo de enemistad anticipada u hostilidad manifiesta por medio de la sonrisa.

Aclaremos conceptos, antes de continuar. La apelación a la cordialidad, la fraternidad y la simpatía se me antoja propósito desmesurado y presuntuoso, evasivo, al cabo, en este asunto. Como condición necesaria para ser posible, la sociabilidad no exige familiaridad comunitaria ni aprecio o hermandad universales; estas disposiciones del espíritu tienen su lugar en los lugares, relaciones y afectos correspondientes (familia, camaradería, amistad, amor, y más). Tratar al otro no supone obligatoriamente ni implícitamente tener que amarle: «Hasta sería injusto si lo amara —añade Sigmund Freud—, pues los míos aprecian mi amor como una demostración de preferencia, y les haría injusticia si los equiparase con un extraño.» Para poder convivir, y para empezar, es suficiente con la avenencia, la armonía, la coexistencia social. Con la «sonrisa inaugural» como carta de presentación.

Hay muchas clases de sonrisas, no todas fiables ni saludables ni provechosas. Aquí hablo (y aun más, hago un elogio) de la sonrisa de bienvenida, pacificadora, no de la sonrisa miedosa, vengativa o maliciosa, así como la sonrisa fija y permanente, sonrisa de máscara escénica, así como la devenida sin razón, incontrolada, boba, más propia de un demente que de gente decente. Mueca más que sonrisa sería ésta no otra cosa que contorsión bucal, entre el tic incontrolado, el espasmo muscular y el espanto nervioso.

La sonrisa civilizatoria es voluntaria y provocada; no digo «provocativa», que supondría otra deformación de la naturaleza de las palabras y las cosas. En realidad, como señala Alain en el artículo citado líneas arriba, se trata de una acción forzada… por las circunstancias: «buscamos la obligación de sonreír». Sonrisa de buen recibimiento, preliminar como el saludo, es actitud necesaria en una sociedad bien ordenada, como pueda ser vestirse para la ocasión, ceder el asiento en el autobús o el paso en la calle a ancianos y  personas impedidas, no eructar, bostezar o ventosear en público, y de ahí en adelante.

¿Sonrisa falsa, pues? Ciertamente, en cuanto no proviene del gusto sino de la norma. ¿Sonrisa hipócrita, entonces? No dramaticemos, aunque tampoco lo negaré, recordando al lector que la hipocresía es «un homenaje que el vicio rinde a la virtud» (La Rochefoucauld), tan valiosa en el grupo social como los buenos modales y la ceremonia. ¿«Ortopédica amabilidad del mercado», quizás? Sobre esta malevolencia he dedicado un capítulo, titulado justamente «El empleado de El Corte Inglés me sonríe» en el ensayo Dinero S.L. De la sociedad de propietarios a la comunidad de gestores (2020), adonde remito al lector interesado en obtener más detalle de la cuestión.

 


3

El asunto que interesa aquí y ahora es, en efecto, la «sonrisa inaugural», acompañante y aun sustituta del saludo, acción insustituible, forzosa, imperiosa, irremplazable, esencial en la salud moral y la conservación de la sociedad civilizada.

 

«El hecho de que exista el uso del saludo es una prueba de la conciencia viva en los hombres de ser mutuo riesgo unos para otros. Cuando nos acercamos al prójimo se impone, aun a estas alturas de la historia y de la llamada civilización, algo así como un tanteo, como un tope o cojín que amortigüe en la aproximación lo que tiene de choque.»

 

José Ortega y Gasset, El hombre y la gente


Los individuos no precisan amarse ni ser amigos de verdad para convivir entre sí y relacionarse (según hemos visto), mas tampoco pueden maltratarse por sistema ni de entrada. Preciso es darle una oportunidad al extraño o al conocido (de vista), si comprendemos la importancia de no ceder, en primera instancia, a la violencia ni ser bestializados por modos y maneras dominantes en las etapas primitivas de la humanidad, sea a propósito del salvajismo o la barbarie.

Evitar el choque social de anticipación (por si acaso) significa no ir por la vida dándose codazos unos a otros ni patadas en las espinillas ni mantenerles en milimetrada distancia ni tratarles como apestados ni tomarles la temperatura disparándole un rayo en la frente ni hacerles un test de admisión en locales y localidades, por sistema y de modo general, ni ocultarse tras velo de recelo o prevención (que significa en términos bélicos, prepararse para atacar).

La sonrisa debe ser discreta, pero, sobre todo, precisa de visibilidad, como condición para ser real y efectiva. No valen las sonrisas tapadas con un pañuelo o trapo, que reconocen a la persona tímida, acomplejada, temerosa y desconfiada. Un rostro enmascarado es un rostro malcarado, propio del bandido y el facineroso.

Una sociedad a la que roban la sonrisa o la hacen invisible está condenada a una existencia abatida y desolada, hosca y fosca, deshumanizada, bestializada. Porque las bestias no sonríen. Lo más bienhumorado que puede hallarse en el mundo animal es la sonrisa de hiena.

 

4

En una secuencia de la película Sopa de ganso (Duck Soup, 1939), dirigida por Leo McCarey y con los hermanos Marx al frente del reparto, soplan vientos de guerra entre Freedonia y Sylvania. La Sra. Teasdale (Margaret Dumont) intenta mediar entre el Presidente del Gobierno de Freedonia (Groucho Marx) y el Embajador de Sylvania (Louis Calhern) a fin de evitar el conflicto, convocando al efecto un encuentro amistoso entre ambas autoridades para que dialoguen y se entiendan.

 


Rufus T. Firefly, Presidente del Gobierno de Sylvania: Qué obra más noble. Sería indigno de su confianza si no hiciera todo lo posible para que Freedonia continuara viviendo en paz con el mundo. Me alegro de recibir al Embajador y de ofrecerle mi mano derecha en señal de camaradería. Estoy seguro que responderá a ese gesto de la misma forma. ¿Y si no? ¿Qué tal sería eso? Yo le tiendo mi mano y él la rechaza. Eso perjudicaría mi prestigio. ¡Yo, un presidente, ofendido por un embajador! ¿Quién se cree que es? Me deja en ridículo frente a todo mi pueblo. Imagínese, yo le tiendo la mano, y esa hiena la rechaza. ¡Ese pobre cerdo nunca se saldrá con la suya! [Entrada de Trentino en escena] ¿Así que Vd. se resiste a estrechar mi mano? ¡Suficiente! ¡Ya no hay vuelta atrás! [Firefly abofetea con un guante a Trentino]

Embajador Trentino de Sylvania: ¡Esto significa guerra!

Rufus T. Firefly: ¡Entonces habrá guerra! ¡Habrá guerra! ¡Reúnan las tropas! ¡Guarnezcan los caballos! ¡Guerra! Freedonia irá a la guerra... Al fin, nuestro país irá a la guerra. Iremos a la guerra.

 


5

«”¡Vale!, dijo el Gato [de Cheshire], y esta vez se desvaneció muy paulatinamente, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció flotando en el aire un rato después de haber desaparecido todo el resto.

“¡Bueno! Muchas veces he visto un gato sin sonrisa”, pensó Alicia, “pero ¡una sonrisa sin gato!... ¡Esto es lo más raro que he visto en toda mi vida.»

Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas


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