domingo, 6 de diciembre de 2020

SINIESTROS LADRONES DE CUERPOS Y ALMAS

La coronación del proyecto totalitario de imponer en el planeta un “Nuevo Orden Mundial” por parte de influyentes poderes fácticos —en el ámbito de la economía, la política, los medios de comunicación, etcétera—, gestores en distintos niveles de actividad y cualificación, proclives a sustituir a (o ponerse en el lugar de) los propietarios en una sociedad de libre mercado y regida por leyes y contratos, suele denominarse con acierto “COVID-1984”. El apelativo —poco cariñoso, claro está— remite a la célebre novela de George Orwell, 1984, recreación pavorosa de un futuro naufragado en el fango de la dominación y la sumisión, en que la humanidad ha dejado de serlo, donde los hombres han sido reducidos a esclavos deshumanizados, un futuro, en fin, que ya es presente (probablemente, lo era en una de sus primeras fases, cuando la obra fue escrita en 1948), por cuya fortuna y ventura ni el más optimista daría un duro.

El trágico momento por el que pasa la población a escala mundial encuentra en la literatura no pocos referentes que se le aproximan, y en gran medida lo anticipan. La utopía desgarradora descrita por el escritor británico cabría distinguirse como la que lleva a cabo un retrato más ajustado a la realidad vigente, al oscuro escenario en que vivimos peligrosamente. 

Tampoco faltaría en la historia del cine un inventario de títulos, encuadrados en los géneros de ciencia ficción, intriga, terror, drama psicológico, catástrofes, etcétera, que muestren cómo, un día u otro, lo real copia la ficción, por así decirlo. Por lo que mí respecta, si tuviese que seleccionar un film representativo de lo que nos está pasando sería Invasion of the Body Snatchers (La invasión de los ladrones de cuerpos, 1956), película dirigida por Donald Siegel, con Kevin McCarthy, Dana Wynter, Larry Gates y Carolyn Jones al frente del reparto. Se han realizado posteriormente otras versiones y remakes de la cinta, pero la mencionada constituye el clásico por antonomasia, la que cuenta y vale.

Todo buen aficionado al Séptimo Arte conoce el argumento. En una población de California, sucede un fenómeno altamente perturbador: cuerpos microscópicos venidos del espacio exterior penetran en las viviendas de la ciudad, donde adquieren la forma de vainas que, a su vez, gestan copias de los individuos que las habitan, aunque alterando su personalidad. Una vez germinados (¿renacidos?) los dobles, adquieren rasgos peculiares reconocibles por estar infradotados de conciencia colectiva, que les niega individualidad e identidad, y por carecer de moralidad. Se trata de seres que actúan como autómatas, con apariencia de normalidad en la conducta, pero que cobija una motivación de carácter maligno.

El médico local Miles Bennell (Kevin McCarthy), protagonista de la película, descubre la naturaleza del mal y cómo el suceso supera el límite municipal para adoptar la forma de una invasión a gran escala. Héroe del film, el doctor Bennell, consciente de la imposibilidad de detener con sus propias fuerzas la enormidad del avance de las empáticas criaturas (como hemos visto, se ponen en el lugar del otro, robándole cuerpo y alma) extendiéndose por todo el mundo, se esfuerza, sin embargo, en que sus conciudadanos perciban el peligro y se prevengan ante él. Tomado por un paranoico demente, es llevado a un hospital psiquiátrico (arranque del mismo film) donde al principio no logra convencer ni a sus colegas, aunque a la vista de la información que llega de otras localidades dando cuenta de sucesos semejantes, dan crédito, finalmente, a sus palabras de advertencia y llamada a la reacción general contra los invasores. Un final feliz (o al menos, esperanzador) en la ficción. No aseguraría lo mismo en la realidad…


Los ladrones de cuerpos y almas, los invasores que en el contexto y espacio existentes he denominado Másteres del Universo, se caracterizan por ostentar diversos rangos, desde general y oficial a tropa regular, desde miliciano a simple explorador y ojeador. Esparciendo la ponzoña y la cizaña, acaban por formar un inmenso ejército de colaboracionistas, por activa o por pasiva, conscientes o no de su participación en la ocupación; agentes víricos y “pacientes militantes”, podría decirse. Les estamos viendo y actuando de manera diferente a como los observábamos antes de ser infectados de pandemónium y de veneno “covidiano”. Les reconocemos por el aspecto exterior, por la fisonomía, por la fachada, y cualquiera se confiaría a ellos, pero las apariencias engañan. Diríase a primera vista que son las mismas personas, o mejor dicho, que siguen siendo seres humanos. Pero no lo son. Son dobles, seres reducidos a la condición de clones desalmados.

Hay que estar alertas frente al ataque de los invasores duplicados, aplicados a la tarea de extender y apuntalar la alarma general. No te dejes engañar por lo que recuerdas del original en ellos. No son “normales”. Han sido trocados en zombies, trucados en seres robotizados, amaestrados, que hacen lo que les mandan y nada más, lo que no es poco.


Observa a ese vecino, con quien intercambiabas algo más que los “buenos días”, y que ahora nada más verte salir de casa, te espeta con la acostumbrada afabilidad y la misma cara: “no llevas mascarilla”.

Fíjate en esos antiguos amigos a quienes visitabas con frecuencia y os tratabais con familiaridad, y que hoy te reciben en casa manteniendo las distancias, en pantuflas, pero enmascarándose de inmediato, nada más entrar por la puerta, por si acaso.

Mira ese empleado de toda la vida en grandes almacenes o zona comercial —custodiado por un guardia de seguridad, crecidos ambos tanto en el ordeno y mando cuanto disminuidos en modales— imponiendo al cliente las normas a la hora de adentrarse en un área, ataño de entrada libre y hogaño convertida en zona hostil (el que paga hace mucho tiempo que no manda; eso era cuando el capitalismo): “¡Un momento! ¡Toma de temperatura! ¡Lavarse las manos! ¡Ponerse guantes y no bajarse la mascarilla! ¡Circule por la línea roja! ¡No toque los productos que no vaya a comprar! ¡Guarde cola en las cajas a dos metros de distancia de quien se encuentre delante y sólo se acepta pago con tarjeta!” ¿Os acordáis de cuando el libre comercio y aquello de “el cliente siempre tiene razón”?  

Parece tu sobrino, pero al ir a darle un abrazo, se cubre con el brazo y te apunta con el codo, como si portase un invisible escudo, mientras sonríe creyendo que está saludando.

Ver y no creer que tu propia hija no permita que cojas en brazos a tu nieto. No puedes creerte que se trate de tu hija, ¿verdad? En efecto, no lo es.

¡Hola! Otra vez en la oficina bancaria de toda la vida. La directora de la sucursal sí es nueva. Cambian de directora cada pocas semanas. Repara en quien ejerce de funciones de conserje, sí, ese señor tan simpático y amable que lleva años atendiendo al público. Hoy te miran, en su lugar, unos ojos sin rostro y te inquieren con marcialidad: “¿Tiene cita previa? ¡Identifíquese!”

¿Qué ha sido de esas personas que tomabas por inteligentes y cultas, y hoy te hablan de pandemia, hospitales, test y vacunas como si eso fuese el problema, como si se tratase de algo real, como si tal cosa?

Suena el teléfono. ¿Es tu cuñada? ¿La escuchas? Sí, es su voz. Dice que este año no hay comida familiar de Navidad, porque somos más de la cuenta, según cálculo y orden de la oficialidad. Otro año será.

Y en este plan…

En La invasión de los ladrones de cuerpos, los individuos son transportados a una nueva dimensión (la “nueva realidad”, el ¡Hombre Nuevo!) cuando se quedan dormidos. Preciso es, por tanto, hacer lo posible por mantenerse despiertos.

*

¡Qué panorama! ¡Rodeados de tipos extraños, hasta en familia, entre amigos, en el barrio, en nuestra ciudad! Luego, mirarse uno mismo en el espejo. ¿Quién eres tú?


«Lo Unheimlich, lo siniestro, forma uno de estos dominios.

[…] La voz alemana “unheimlich” es, sin duda, el antónimo de «heimlich» y de «heimisch» (íntimo, secreto, y familiar, hogareño, doméstico), imponiéndose en consecuencia la deducción de que lo siniestro causa espanto precisamente porque no es conocido, familiar. Pero, naturalmente, no todo lo que es nuevo e insólito es por ello espantoso, de modo que aquella relación no es reversible. Cuanto se puede afirmar es que lo novedoso se torna fácilmente espantoso y siniestro; pero sólo algunas cosas novedosas son espantosas; de ningún modo lo son todas. Es menester que a lo nuevo y desacostumbrado se agregue algo para convertirlo en siniestro. 

[…] E. Jentsch destacó, como caso por excelencia de lo siniestro, la «duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente; y a la inversa: de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado», aduciendo con tal fin, la impresión que despiertan las figuras de cera, las muñecas «sabias» y los autómatas.»

Sigmund Freud, Lo siniestro (1919)

2 comentarios:

  1. Caray...tu artículo me dejó con la boca abierta y un ardor extraño en el estómago...¡Terrible!

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    1. Gracias, Alí, por tu amable comentario, que interpreto como un halago. Aunque lamento los efectos secundarios que citas.... 🙂 Un abrazo.

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