domingo, 29 de enero de 2023

MARTILLO LLAMA AL CLAVO

  Suele contarse entre el tropel de chistes sobre abogados —y si no lo está, sugiero su inclusión— aquel que dice: tras dar la mano a un abogado, cuenta los dedos de tu mano al terminar el saludo y comprueba que no falte ninguno… En la ceremonia de la salutación, además de «dar la mano», también se utiliza la expresión «estrechar la mano», acaso más fiel y ajustada a derecho, al menos en esta ocasión, que la anterior, porque el apretón de manos con el letrado le deja a uno como más reducido, más disminuido; sobre todo, en lo que repercutirá en la billetera del estrechado.

Siguiendo esta línea de chanza —aunque muy seria y basada en hechos reales—, sugiero una versión de la misma referida a otra profesión, tan riesgosa para el cliente como la citada, o más aún: la de médico. La versión facultativa de la misma diría así: tras acudir a una consulta médica, verifica el número de los miembros y órganos de tu cuerpo, no sea que te hayas dejado allí alguno, quedando tú tan estrechado como estresado.

Digo esto no por  maledicencia, pues hay mucho malpensado por ahí. Lo digo en referencia a la irrefrenable inclinación de los matasanos a la práctica de cortar y coser el cuerpo del «paciente», reconocibles, entre otros signos, en quienes se cubren con bata blanca y mascarilla (será para no ser identificados). Muchos de ellos se cuelgan un estetoscopio alrededor del cuello, vayan a utilizarlo o no, casi diría que a modo de adorno u ornato; algo que recuerda al militar o funcionario civil laureado que luce medallas en el pecho, venga o no a cuento la guarnición, un aparejo que juzgo una horterada, una impostura en lugar de una compostura. Pero lo peor de este relumbrón en el personal sanitario, por concretar la cosa, no reside tanto en un asunto de estética o de capricho indumentario como de la salud personal de quienes caen en sus manos enguantadas. Como es sabido, el médico, que ha conseguido con el tiempo tanto poder e impunidad, no tiene las manos muy limpias, acaso será por eso que se lave las manos con frecuencia, o tal vez sea por higiene o quizás por aquello de Pilatos o quién sabe si por lo que escribió William Shakespeare a propósito de Macbeth en este célebre soliloquio del rey de espadas: «¿Podrá lavar la sangre todo el gran océano de Neptuno? ¿Limpiarla de mi mano? No, nunca; antes mi mano teñiría de rojo todos los mares infinitos cubriendo el verde de escarlata.»

El médico se siente muy importante prescribiendo al denominado «paciente» intervenciones quirúrgicas y facturándolo al quirófano, casi tanto como a un abogado aconsejar al cliente embarcarse en litigios sin fin y llevarlo a los tribunales, acompañándole allí en el sentimiento, al menos mientras éste pueda pagar las facturas. Que tales operaciones, de uno u otro signo, sean o no opciones necesarias para resolver el problema del paciente cliente no hace falta ni cuestionárselo, pues para algo los profesionales son quienes entienden del caso y no los resignados paganos que ni entienden sobre dolencias del cuerpo ni de habeas corpus.

¿Qué me pasa, «doctor»? Usted pague y calle, sea por medio de la tarjeta del Seguro, transferencia bancaria o en efectivo, o también en especie, es decir, dejándose literalmente la piel y parte de los órganos corporales, antaño tan vitales para quien es tomado por cobaya. Para que no haya dudas al respecto, el cliente paciente, una vez ha sido persuadido por la iniciativa del especialista, se ve conminado a eximir, por escrito y a priori, al facultativo que se hace llamar doctor (a menudo, sin poseer el título académico que lo acredite; abogado, ¿no constituye esto un delito de intrusismo profesional?) de cualquier responsabilidad acerca del resultado de la estricta exposición a la que se ve urgido. Las cosas unas veces salen bien y otras… no tan bien, sostiene el mecánico de bata blanca. O como dice el letrado: unas veces se gana y otras, se pierde, si bien él nunca renuncia a la minuta. Sea como fuere: de hospitales y bufetes no sales sin que te la claven... Ya se sabe: martillo llama al clavo.

Se ha conservado como una vieja costumbre que el padre, junto a otros familiares, que espera la llegada de un hijo en el hospital, una vez venido al mundo, lo primero que pregunte es si la madre se encuentra bien y… si el bebé está completo, entero, es decir, que no le falta ningún miembro, que cuenta, por ejemplo, cinco dedos en cada mano y en cada pie. Sea, si así lo asegura la enfermera jefe, mas no queda uno tranquilo del todo hasta que, con la criatura en los brazos, haga personalmente el recuento de sus extremidades y apéndices.

Así es la vida, y no le quepa ninguna duda al tumbado («tumbarse»: verbo de mal presagio) en la camilla del hospital o sentado en el banco del juzgado: los colegiados con bata blanca o toga negra (lo mismo podría ser al revés) también son humanos, y, como tales, pueden equivocarse, aunque te dejen hecho un Cristo. Así pues, sea usted comprensivo, buen cristiano y no martillo de herejes. Perdone, pues, a estos pecadores porque no saben lo que hacen (Lucas, 23, 34). Amén.

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