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Sobre el gusto que percibo en Munich por rememorar el pasado divagaba yo la tarde que bajaba por la Leopoldstrasse en dirección a la Odeonplatz. Entre una y otra dirección serpentea la magna Ludwigstrasse, inmensa arteria vial que atraviesa la zona universitaria, y que alberga la Ludwig-Maximilians-Universität, la neorrománica Ludwigskirche y la Bayerische Staatsbibliothek. Me introduzco en la Biblioteca Nacional bávara. Las escaleras de acceso están sabiamente decoradas con majestuosas estatuas en recuerdo de Tucídides, Homero, Aristóteles e Hipócrates. Siento fascinación por los lugares que contienen sosiego, arte y libros. Como la hora de cerrar estaba próxima y no disponía del carné de estudiante o usuario de las salas, no pude acceder a su interior. Me conformé con subir las respetables escalinatas de entrada y deambular por sus corredores y salas adyacentes. Hasta que alcancé la sala de recepción que conduce a las salas de lectura, que ya cerraban sus puertas al público.
Me entretuve observando las vitrinas repartidas por el amplio vestíbulo. Para mi sorpresa, advertí que contenían libros chamuscados, abrasados y algunos casi pulverizados. Se trataba de una exposición conmemorativa de los bombardeos británicos que golpearon la ciudad de Munich en marzo de 1943, durante la II Guerra Mundial. Junto a la parrillada de volúmenes, varias mesas mostraban exponían fotografías de la Biblioteca muniquesa antes y después de los ataques aéreos, imágenes que mostraban la edificación profanada, en llamas y, al fin, su esqueleto seco como un tronco exánime y sin sabia.
Los muniqueses no olvidan algunas hecatombes. Una cosa es la alegría cervecera y la caridad católica, y otra, no recordar lo que fueron, ni lo que les han dejado ser o no ser, hacer o no hacer.
No era la primera recordación en que había reparado a propósito de los bombardeos británicos sobre la ciudad durante la segunda gran guerra del siglo XX. Al visitar la iglesia de San Miguel, próxima a la Marienplatz, el núcleo central de la villa, unos paneles a la entrada del templo me daban la bienvenida y, de paso, me repasaban la historia: el edificio, antes y después de los bombardeos.
Asimismo, reparo en las norias de souvenirs —o sea, esos artefactos giratorios que exponen postales turísticas de la ciudad—, anexas a muchos quioscos de prensa. Ya se saben: típicas estampas de la villa, el Ayuntamiento (el Viejo y el Nuevo), la Frauenkirche, con las características cúpulas bulbiformes, o sea, en forma de cebollones, fotográficas obscenas de individuos corpulentos atacando platos de codillo con coles a discreción y empuñando enormes jarras de cerveza. Mas, junto a las viñetas típicas y tópicas de la ciudad, abundan, asimismo, cartulinas con crudas imágenes que recuerdan los efectos de la acción aliada sobre la ciudad bávara: fotos en blanco y negro, o color sepia, oscuras y luctuosas.
Sin embargo, no observé referencia pública, testimonios gráficos, acerca de las causas de aquella catástrofe urbana ni otras destrucciones.
Múnich fue la cuna del nazismo. En esta ciudad nació el partido nazi. En este lugar se encontraba el Führer como en su propia casa. Múnich apoyó su causa y su lucha, sin reservas. Aquí mismo, a pocos kilómetros del centro urbano, está Dachau, el primer campo de concentración y exterminio habilitado por el Tercer Reich construido con un objetivo maligno: la eliminación de los judíos y otros condenados por la ideología nacional-socialista. Dachau, recinto infernal, fue inaugurado por Hitler a los 50 días de llegar al poder. A la entrada del campo, un monumento en recuerdo de aquella infamia reza: «Nunca jamás». Esto leemos en Dachau, para no olvidar el horror. Pero en Munich se recuerdan, más que nada, los bombardeos aliados sobre la ciudad. Tenía que saber más sobre este caso, y poder explicarme esta neta demostración de memoria histórica tan selectiva. De modo que acudí al Museo de la Ciudad, y así intentar saber cómo se ven a sí mismos los muniqueses.
Frauenkirche |
El Stadtmuseum está situado en un conjunto de seis edificios de gran carácter, situados en St-Jacobs-Platz, zona muy próxima al Viktualienmarkt, el gran mercado de la alimentación al aire libre y radiografía del estómago de la villa, que en estas tierras significa la víscera más cercana al alma. Si el mercado de vituallas, muy físicas y poco virtuales, representa el presente y la carne rosada de los muniqueses, el Museo de la Ciudad recoge su pasado y osamenta, casi diría que su fundamento. La organización del recinto es impecable y su contenido, de gran valor. Sin ir más lejos, las esculturas de madera talladas por Erasmus Grasser en el Renacimiento, representando figuras danzantes en las posiciones más inverosímiles y gentiles, representan un verdadero tesoro artístico y un placer para los sentidos.
En las plantas superiores del museo se exponen unas cuidadas reproducciones, en diversos estilos y periodos, del interior de las viviendas muniquesas, colecciones de vestidos e instrumentos musicales, así como un espléndido muestrario de muñecos y marionetas que hace resucitar las ferias y teatrillos del pasado de la ciudad. La primera planta ofrece una panorámica de la historia de Múnich, compuesta por maquetas, fotografías y cuadros originales. Llama poderosamente la atención la gran documentación aquí recogida sobre la ruina de Múnich tras la II Guerra Mundial. Más de dos terceras partes de la ciudad resultó muy dañada por los bombardeos, y la reconstrucción ha sido minuciosa, como lo muestran las fotografías que enseñan (aquí también) el antes y el después. Observo, algo poco corriente en esta clase de museos, y aun en las pinturas, bastantes óleos que recogen los momentos de la reparación urbana, con las grúas volando por los aires y las reconstrucciones en marcha para poner todo en condiciones. Como estaba antes.
Hay, colgadas en las paredes, muchas vistas aéreas, y también de detalle minucioso, que patentizan el daño causado por las fuerzas aliadas a la ciudad y a sus habitantes. Pero sólo un panel huérfano da cuenta de que por la historia de Munich también pasó Hitler y el nazismo. Este rincón consagrado al penoso recuerdo y a la vergüenza recoge algunas instantáneas de desfiles y edificios característicos del Partido, sus órganos de poder. No se exhibe ni una foto de judío muniqués, vivo o muerto. Ni sobre la persecución antisemita. Ni sobre el Holocausto.
Odeonsplatz-Feldherren Halle |
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Múnich ha llevado a cabo un gran esfuerzo de recuperación integral urbanística, pero no de la memoria. Los muniqueses no desean recordar ciertas cosas, un empeño que no siempre es posible garantizar. Los cadáveres echados al mar, acaban emergiendo a la superficie. Más tarde o más temprano. Han sido derruidos algunos edificios muy emblemáticos de la etapa nazi, aunque todavía están a la vista algunas zonas muy oscuras.
En Königsplatz resuenan, todavía hoy, los discursos del Führer. Las soflamas de fuego, los taconazos y las firmes pisadas han dejado un eco y una huella indelebles, que toda el agua del océano no podrá limpiar... Ni el paso de la historia, borrar. Hitler estaba hechizado por esta explanada, custodiada por monumentales templos clásicos, el actual Staatliche Antikensammlungen frente a la Glyptothek enmarcando el Propyläen, edificio neoclásico inspirado en el Propileo de Atenas y escenario fastuoso elegido por Hitler para organizar las grandes paradas y las concentraciones a mayor gloria del III Reich.
En la actualidad, la Glyptothek alberga una valiosísima colección de arte y escultura griegos. En este espacio glorioso habita el recuerdo de personajes inmortales, como Platón y Marco Aurelio, que aquí se han quedado de piedra al sentir la atmósfera exterior, tan cercana. Este oasis de belleza y sabiduría aporta, sin embargo, un necesario contrapunto de serenidad al entorno.
Visité la plaza varias veces durante mi estancia en Múnich, por la mañana, por la tarde y al anochecer. En todo momento, contemplé el lugar como un solar desolado. El tránsito de personas era mínimo y el tráfico de vehículos, veloz, como queriendo batirse en retirada y dejar atrás aquel espacio, lo antes posible. ¿Será esto una señal de huida o un pasar de largo? El olvido con facilidad tórnase laguna.
Primavera 2003
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Pasajeros/lectores con destino España, diríjanse a la puerta de embarque nº 1
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Es cierto amigo Fernando, que ese limbo nazi está borrado de la memoria no solamente de los munichqueses, sino de los habitantes de otras ciudades como Dresden, por ejemplo, porque el sufrimiento que experimentaron con la represalia fue del mismo calibre y tenía la misma rabia con la que ellos castigaron a seres humanos que no tenía culpa de nada. Yo no quise acercarme al campo de concentración, porque ya experimenté una emoción demasiado intensa en el museo judío de Praga....lo cierto es que no llegas a explicarte como un pueblo tan culto fue capaz de tamaña crueldad o al menos que no elevara el más mínimo grito de rebeldía.
ResponderEliminarAsistí en el teatro de la ópera a una representación del "Otelo" de Verdi. El montaje incidía en la tragedia de la ambición por el poder y podía extraerse un símil bastante próximo.
Tu acercamiento a esta ciudad me ha hecho recordar muy buenos momentos de nuestro viaje.
Un abrazote.
Yo, amigo Anro, no compararía jamás, de ningún modo, los bombardeos aliados sobre Múnich y otras ciudades alemanas con el Holocausto. Porque sólo hay un Holocausto: la masacre del pueblo judío. Un hecho que no tiene parangón alguno en la historia. El Holocausto significa el Mal Radical. Los bombardeos serán, en su caso, lamentables (especialmente, si se exceden en su misión), pero nunca, de ninguna manera, “del mismo calibre” ni nacidos de “la misma rabia”. Este hecho es esencial, amigo mío, para comprender el siglo XX como siglo de los totalitarismos (nazi y comunista: dos regímenes, no se olvide esto, esencialmente antisemitas). Pero, este asunto excede el espacio de un blog de viajes. O no.
ResponderEliminarSobre tu sorpresa de la ecuación barbarie/cultura te hago notar que en Alemania "cultura" es "Kultur", no "Civilisation" (de raigambre francesa). Quiere decirse, que, desde hace siglos, los alemanes han antepuesto la "cultura" a cualquier otro valor (política, ética, economía, libertad, etc.). Te recomiendo al respecto un libro que trata, justamente, este asunto: Wolf Lepenies, "La seducción de la cultura en la historia alemana" (Akal, 2008). Luego, está el "caso Heidegger", entre muchos otros.
Como ves, el tema da mucho de qué hablar.
Saludos y buenos viajes.