Coincidiendo en el tiempo, la amenaza —tolerada por el Tribunal Constitucional español— de un nuevo ascenso a las instituciones españolas de ETA/Batasuna/Bildu y la muerte (justa y legítima) del jefe supremo de Al-Qaeda, Osama Ben Laden en Pakistán, rescato un artículo que publiqué, con el título de «Los terrorismos favoritos», en el diario Libertad Digital, el 19 de septiembre de 2003. Mientras unos países —gobiernos, partidos políticos, con el implícito o explícito favor popular— pactan con el terrorismo, otros lo combaten. A la vista de lo cual, algunos se enfadan. Mientras otros se alegran. Aunque no por lo mismo.
Hay una actitud política aún más engañosa que la de negar el terrorismo globalizado y sus interdependencias internas. Se trata de aquella que basa la caracterización del terrorismo en función de favoritismos: terrorismo bueno/terrorismo malo, según convenga.
Sea sostenido por personas individuales o por colectivos, henos aquí ante el peculiar modo de percibir un fenómeno objetivo desde la perspectiva de las necesidades psicológicas, políticas e ideológicas de cada cual. Sí hay gente que todavía vacila a la hora de condenar el terrorismo como un todo —y como lo que es: la amenaza más grave, apremiante y letal que se cierne hoy sobre la paz y la estabilidad del orden mundial y la libertad en las sociedades libres—, ello se debe en gran medida a que mantiene la convicción según la cual, entre el magma de los grupos ejecutores, al menos uno, merece ser salvado.
Tal grupo favorecido —¡el muy… condonado!— siempre representaría un caso distinto, más complejo, necesitado de extraordinarias matizaciones y atenciones, antes de ser pasado por la crítica y la descalificación estricta. Sucede así que unos arremeten con indignación contra las acciones criminales de la ETA, tenidas por «absolutamente» inadmisibles para una conciencia democrática, a la vez que no ven nada malo en los ataques de la guerrilla de las FARC o de Sendero Luminoso. Y viceversa.
Otros, condenan sin paliativos las acciones de las Brigadas Rojas o del IRA, pero tratan con benevolencia los atentados cometidos por Al-Qaeda, Hamas, Yihad Islámica o Hezbolá, porque éstos sí los comprenden. Y viceversa.
Tampoco falta, en fin, quien reprueba el hiperterrorismo, haciéndolo además responsable inequívoco de la «guerra universal» que recorre el planeta, mientras no sólo no censura la violencia de las organizaciones terroristas chechenas, sino que incluso hace de delegado occidental de «su causa».
Podrían traerse aquí a citación y examen muchos más ejemplos del síndrome favoritista que glosamos, porque testimonios no faltan y las combinaciones y cruzamientos que podrían efectuarse entre ellos nos conducirían a operar con unos guarismos muy considerables. Mas con lo citado ya tenemos más que suficiente.
Por lo general, las justificaciones contextualistas del terror son también de lo más variado. Se trata de variaciones sobre los mismos temas que se ven confirmadas a la hora de ponderar las «causas» del terrorismo favorito, a saber: injusticia social; desesperación del pueblo; ocupación militar; ¡hay que ponerse en su lugar!; resistencia valerosa; miseria económica; etcétera.
Los subterfugios y coartadas de la conciencia favoritista no vienen menos surtidos: solidaridad con el supuesto débil (David y Goliat); «orgullo del pobre»; altos ideales del combatiente; romanticismo reverdecido; espíritu de rebeldía reconstituido; rencor e ira auténticos; Resentimiento-VII Asamblea; sympathy for the devil; etcétera. […]
El terrorismo sin fronteras odia a muerte todo vestigio de democracia y de libertad en las sociedades. Y hoy EEUU e Israel simbolizan esos valores. Son naciones fuertes, arrogantes e… imperiosas. Hacen la guerra contra el Mal y defienden la ley y el orden. Y eso no resulta simpático para algunos. En el imaginario izquierdista, Yaser Arafat y Osama Bin Laden encarnan hoy [muerto el perro, no se acabó la rabia] la épica de resistencia y justicia, como ayer El Zorro y El Coyote. Héroes y personajes favoritos, entre otros, del público infantilizado y de los mayores sin reparos. Y sin vergüenza.
PS. Ofrezco aquí una versión, corregida y reducida, puesta al día, del texto de referencia. Puede consultarse el texto original en el siguiente enlace: «Los terrorismos favoritos». Son otros tiempos, pero los problemas parecen ser los mismos. Yaser Arafat y Osama Ben Laden ya no sirven de viva y vívida guía favorita a los fieros justicieros terroristas. Tendrán que buscarse otros zorros y otros coyotes.
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