Marc Fumaroli, París-Nueva York-París. Viaje al mundo de las artes y de las imágenes. Diario de 2007 a 2008, traducción del francés de José Ramón Monreal, Acantilado, Barcelona, 2010, 922 páginas
A primera vista, y considerando el mismo título, París-Nueva York- París de Marc Fumaroli da toda la apariencia de ser de un libro de viajes. Pues bien, no se trata de una ilusión o de un error. Es un libro sobre un viaje físico, no imaginado o ficticio, pero, al mismo tiempo, intelectual, incluso diríamos que espiritual. Un viaje interior y exterior, pues, a dos ciudades situadas en dos ámbitos geográficos y culturales distintos, el Viejo Continente y el Nuevo Mundo. El propio autor se refiere explícitamente a «mi viaje y su diario» en el epílogo «Breve perorata», donde, a propósito del germen y la composición de la obra, escribe:
«He viajado desde las dos costas del Atlántico por el mundo de la vista, entre las imágenes, las artes y los libros, y me encuentro delante de un mosaico de notas del que ahora tengo que alejarme para descubrir en él, a ser posible, la figura del conjunto.» (pág. 887).
He aquí esa figura conjuntada. Como puede comprobarse — por esta vez, y que sirva de precedente— el subtítulo añadido a la versión española del volumen sí informa bastante fielmente acerca de su contenido real.
Conviene, no obstante, fijarse en el título original: Paris-New York et retour. Desde París, Fumaroli vuela a Nueva York, realiza la ruta prevista y hace las correspondientes observaciones. Pero retorna, finalmente, a París. Estamos, por consiguiente, ante un viaje de ida y vuelta que comporta una personal elección. Un recorrido sobre los iconos y los signos que han conformado la imaginería y el imaginario cultural del mundo contemporáneo a partir de los vestigios del pasado, para, a menudo, acabar por sepultarlo.
El itinerario toma dos ciudades —Nueva York y París— como símbolos y epítomes de los tiempos modernos, como lo que han sido y son: las capitales, por excelencia, de la creación y el arte «modernos», y que no siempre han evitado el «modernismo» y «y el hipermodernismo». Tras quince meses de «trabajo de campo», y con un bagaje intelectual e investigador más que acreditado en las alforjas, el autor, una vez regresado de la travesía, ante el papel, ordena las notas de la bitácora y fija el momento de la recreación: la escritura. El resultado conlleva un balance. La panorámica, erudita y generosa en datos y análisis, describe la historia de la cultura visual de Occidente —la nuestra— con dos caras y dos significados, dos tradiciones y dos perspectivas, no siempre complementarias.
El autor, como Ulises, retorna, finalmente, al hogar; en este caso, a Francia, a París. El sentido de la aventura y el gusto por conocer mundo, no supone un olvido de los orígenes. Esta lección, válida para la odisea humana, es aplicable, asimismo, a la cultura: la cultura es memoria, tradición y herencia; en expresión de Cicerón: «la maduración del espíritu». En esta obra singular sobre el valor de la estética y la calidad de la vida, nociones como «significado», «sentido» y «dirección» apuntan a algo más que a meras palabras.
Marc Fumaroli, nacido en Marsella en el año 1932, es catedrático de la Sorbona y del Collège de France, y gran especialista en el estudio de la retórica y la literatura francesa. Es autor de una obra tan sólida como extensa: L’Âge de l’éloquence (1980), El Estado Cultural (1991), L’École du silence (1994), Diplomatie de l’esprit (2001), Chateaubriand. Poésie et Terreur (2004), Exercices de lecture de Rabelais à Paul Valéry (2006), Las abejas y las arañas (2008). Ha estado, asimismo, a cargo de la edición de Cartas a su hijo, de Lord Chesterfield (2006) y Amor y vejez, de Chateaubriand (2008). Aun siendo un notable estudioso, frecuentador de aulas académicas y bibliotecas, Fumaroli no se abandona a la vida contemplativa.
Además de viajar y de aguzar los sentidos en torno al mundo circundante, interviene con energía en la vita activa y ciudadana, sin rehuir la polémica, cuando es menester: noblesse oblige. Su anterior texto, El Estado cultural, propició un encendido debate en Francia sobre la intervención del Estado en materia de educación, ciencia y cultura. Fumaroli desconfía del intervencionismo y el dirigismo cultural por parte de los Gobiernos y las instituciones públicas, de igual modo que abomina del sometimiento de la libre creación a la razón de Estado.
En París-Nueva York-París, llama la atención acerca de los peligros que conlleva el auge de la banalización, la estandarización y la industrialización de la actividad creativa y la misma existencia humana, «nuevas tendencias» que ahogan lo más bello y noble que contienen arte y vida. Se impone defender, entonces, el arte de toda la vida.
El primer capítulo del libro —«Anuncios, pantallas, clones y cuadros de museo»— esboza las grandes líneas de la senda que el lector empieza a recorrer a través de sus páginas. Y lo hace tomando cuatro divisas de una gran fuerza simbólica, a partir de las cuales irá trenzando importantes derivaciones y consideraciones. Las marquesinas Decaux, mobiliario urbano albergan las paradas de autobús de París, pero también de Nueva York y de otras partes del planeta, dando la impresión al viajero de que, en realidad, recorriendo distintos países, acaba contemplando similares paisajes. El marco de acero del televisor Samsung, brillante y moderno, encuadra la reproducción fotográfica de un Van Gogh, invitando a la reflexión sobre la primacía del continente y el contenido en las imágenes. Las «clonaciones artísticas» de Andy Warhol vuelven a poner a prueba la singularidad del arte en la era de la reproducción, pero también de la reprografía, la fotocopia y el photoshop. Y, en fin, el Desnudo bajando la escalera nº 2 de Marcel Duchamp rompe moldes, encandila a europeos y americanos, sin distinción de origen, y todo ello por tratar de «reinventar» el objeto artístico y el espacio tradicional que lo acoge, el museo.
Vivimos en el mundo contemporáneo, pero somos infectados de «Arte Contemporáneo», arte que, renegando de su propia raíz, pretende abarcarlo todo: «un “Arte Contemporáneo” que no significa nada en sí mismo, sino la ruptura definitiva y repetitiva con la antigua fructificación y la entrada en un mundo maquinal de señuelos.» (pág. 506).
¿Para volcar sobre el papel estas alforjas, que guardan los tesoros de nuestra cultura, hacía falta el viaje? Fumaroli cree que sí, pues el viaje asegura tomar distancia de todo aquello que nos rodea y ponerlo en perspectiva. Ya lo dijo Charles Baudelaire:
«Existen pocas ocupaciones tan interesantes, tan atractivas, tan llenas de sorpresas y de revelaciones para un crítico, para un soñador de espíritu proclive a la generalización, así como al estudio de los detalles, y, para decirlo mejor, la idea de orden y de jerarquía universal, como la comparación de las naciones y de sus respectivos productos.» (pág. 441).
Por ejemplo, América y Francia.
Ocurre que las imágenes quedan distorsionadas al verlas demasiado, demasiado lejos o demasiado cerca.
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