sábado, 14 de mayo de 2011

MUNICH, ¡QUÉ BÁVARO! (2)


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Los muniqueses —los bávaros, en general— tienen fama de constituir una comunidad alegre y distendida, abierta y comunicativa, dada al buen vivir, muy especialmente cuando las comparamos con el resto de alemanes, del norte y del este. No anda errada del todo esta percepción. Múnich se ha ganado la nombradía de ciudad compacta, elegante y eficiente, a base de esfuerzo y dedicación, y no poca concentración. También debido a lo excéntrico, geográficamente hablando, de su situación en el conjunto germánico. Pues, excéntrico es, indiscutiblemente, que la mayoría de sus habitantes sean católicos en la patria de Lutero. Sí, son alemanes, y tienen la tranquilidad de serlo, pero más que nada, por encima de todo, son bávaros federados y contribuyentes: bávaros, a fin de cuentas.
Hoy, Múnich, capital de Baviera, puede alardear de ser una ciudad moderna y desarrollada. Su población supera el millón de habitantes, aunque mantiene unos límites demográficos prudentes que le permiten armonizar el nivel demográfico con la calidad de vida individual.
Alte Rathaus
Dispone de Universidades de prestigio, que acoge a más de 100.000 estudiantes. Más de 40 museos, algunos tan notorios como las Alte y Neue Pinakothek, la Glyptothek, el Paläontologisches o el Reich der Kristalle, todos ellos en el Barrio de los Museos, en la zona noroeste de la ciudad, entre el Alter Botanischer Garden, próximo a la Karlsplatz y la Shellingstrasse, arteria que conduce a las proximidades de la Universidad. En la Prinzregenstrasse se alzan majestuosos la Haus der Kunst y el Bayerisches Nationalmuseum. El extremo este, erigido sobre una isla del río Isar, acoge el Deustsches Museum, centro —gris, mazacote y un tanto bunkerizado— dedicado a la ciencia y a la tecnología. Todo ello sin citar las múltiples galerías y colecciones particulares o de motivos específicos, que enriquecen todavía más la villa, sea el museo BMW, sea Siemensforum, sea el Museo Judío.
En Múnich he visto muchas iglesias barrocas, exuberantes mercados callejeros, palacios, jardines, bellas estatuas y fuentes públicas, teatros y tiendas de lujo en abundancia. Todo un alarde de cultura y prosperidad. Tampoco me han pasado desapercibidas innumerables cervecerías, que también es cultura próspera y muy rica. La ciudad bávara dispone de parques memorables, como el Englischer Garden, que compiten sin complejo con el Central Park neoyorquino o con el Hyde Park londinense, aunque el muniqués llega a ser todavía más «inglés» que el inglés, y no sólo por llevar nombre propio tan inequívoco, sino por estar diseñado a modo de parque natural, antiguo coto de caza, bosque salvaje y campechano espacio desbordante de lagos, cascadas y agua corriente...
Munich puede enorgullecer de contar con distinguidas avenidas, como la Maximilianstrasse, no menos elegante que la vía Manzoni de Milán o la calle Parizká de Praga. Trascurre desde la plaza Max Joseph hasta el término del Ring y enlaza con el puente de Maximilian, y, dejando éste atrás, empalma con el Maximilianeum, enorme mole donde actualmente está domiciliado el Parlamento bávaro. La calle Maximilian no es muy larga, pero recorrerla resulta muy agradable, igual que pasear por sus aceras y admirar aquí la solera del hotel Kemspinski; allá, las galerías neogóticas que acogen las tiendas de Arman y Hermés; más allá, en fin, el sofisticado (aunque algo ruidoso) café Roma, donde se reúne la gente joven y guapa de Múnich.

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Múnich dispone, pues, de todo para asegurar al visitante una estancia agradable y distendida, recoleta y tranquila. Incluso que madure la idea de residir aquí una temporada puede que no ser una idea alocada.
El centro de Múnich, delimitado por el Ring, llama la atención justamente porque en ese espacio nada nos sobresalta. Los edificios no superan las cinco plantas, y la armonización de estilos, lo mismo que su mantenimiento, son impecables. Chispea el bullicio juvenil y alegría por sus calles, pero no  percibimos tribus desarrapadas y alborotadoras, al margen de los grupos de aficionados al Bayern, que forman broncas falanges cada jornada futbolística. No hay mendicidad en las vías públicas, ni venta callejera no controlada, ni espontáneos vendedores de flores, pañuelos de papel o baratijas diversas que asaltan a los comensales y viandantes de la mayoría de ciudades de Europa y del mundo. No, aquí no.
Neues Rathaus (detalle)
En el corazón de la moderna y cosmopolita Múnich apenas puede uno cruzarse con habitantes que no sean de raza aria, de pura cepa, a prueba de tirantes de cuero y luciendo cabelleras blondas. Es preciso alejarse a las zonas del extrarradio, o al barrio universitario de Schwabing, para toparse cara a cara con la multiculturalidad y la diversidad de rostros y jetas, para apreciar las delicias turcas o armenias o africanas, los contrastes, los puestos callejeros ruidosos, y para observar, en suma, algún papel arrugado o monda de fruta alfombrando las calles. En esta barriada, periférica, heterogénea y revuelta, ya es posible encontrar tiendas y restaurantes son sabor y olor foráneos. Aparte del eje gastronómico Alemania e Italia, claro está.
Y es que Múnich, disfrutando del privilegio de poseer cientos de cervecerías típicamente bávaras, dispone de pocos cafés, salones de té y cafeterías; esto no es Viena, aunque guarden entre sí más de una semejanza formal y arquitectónica. Hay escasos restaurantes franceses, aunque, eso sí, multitud de locales de comida italiana.

Italia aquí está muy presente en Múnich. Italia e vicina i catolica. ¡Munich ostenta tantas logias arquitectónicas y tantas fachadas de edificios de aire florentino, como el del exquisito hotel Opera, donde me hospedé durante mi estancia en Múnich! ¡Tantos muniqueses encontré que entienden y hablan el italiano con naturalidad! ¡Tantos visitantes llegan desde el lado de los Apeninos! ¡Cómo recuerdan la antigua Roma esos arcos del triunfo y de la victoria, de reminiscencia tan augusta! 

Continuará...
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2 comentarios:

  1. Recuerdo una mañana inolvidable en el mercado. Encontramos toda una galería de gente variopinta con la que compartimos mesa y cerveza.
    Había una ostrería en la que te servían media docena de ostras con champan que me supieron a gloria. Otro plato que degustamos era una ensalada servida en un cuenco de pan de pita absolutamente soberbia. Allí encontramos a unos chicos de Edimburgo que iban medio sonados, pero con los que departimos una loca y surrealista conversación regada con las gigantescas jarrotas de cerveza-
    Mira, mi correo es antonio.rguez@gmail.com
    Un abrazote.

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  2. Amigo Anro, desde luego que eres un bon vivant. Apasionado del buen yantar y el buen libar. ¡Vaya que sí!

    Hablando de mesa y mantel, recuerdo que los días que pasamos en Múnich coincidieron con "la semana del espárrago" que se celebraba en la villa. No es broma. Conocía otras glorias de la ciudad, pero no ésta. De manera que era raro el local elegido para comer en el que no acompañaran algún plato con alguno de los dichosos espárragos. Pues bien, puedo prometer y prometo que, desde aquellos días muniqueses y de esparragamiento general, no he vuelvo a probar uno. Ni medio.

    Saludos y buenos viajes

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