La revista digital FronteraD me propuso hace unos meses participar en una sección especial de la publicación títulada «¿Qué hacer?», en la que se pide a los colaboradores una reflexión sobre una inquietante y actual cuestión: Cómo cambiar el curso de las cosas. He aquí mi contribución:
No
escribo el título de este breve artículo en inglés por darme
importancia. Ni para demostrar dominio en lenguas modernas, que no es
caso, ni siquiera en las antiguas, también denominadas «muertas».
Tampoco para epatar; de ser así, hubiese recurrido al francés,
si tuviese competencia para ello. De hecho, ya ven ustedes, he pasado de
inmediato al español, mi lengua propia, porque escribo en España y
desde España. ¡Qué valor! Lo que deseo expresar aquí es un ramillete de
ideas y creencias vívidas que incumben al mundo entero, global,
interconectado. A ver si me entienden desde el principio. A ver si me
explico.
Todos necesitan amor, ya lo dice la célebre canción sesentera, música de escarabajo.
Lo que hoy no se escucha tanto es que todos, y en todas partes,
necesitamos libertad, más libertad. Amor también, claro está, pero no
confundamos el ámbito de lo público y lo privado, ni el amor con los
amores y otros primores. ¿Ya hemos pasado la fiebre de Mayo del 68?
¿Hemos crecido desde entonces? Dejemos, en consecuencia, de llamar a
papá Estado (moderno dios pagano) para que nos asista permanentemente y
en todo. ¿Hemos experimentado la metamorfosis como un paso
hacia algo mejor, hacia una más plena humanidad, hacia una mayor
realización personal? En cualquier caso, ¿qué hacer para conseguirlo?
Para empezar, no dejemos que el bosque del principio del placer nos impida ver el árbol del principio de la realidad.
Porque mucho hay de lo primero y muy poco de lo segundo
en la actitud mostrada por una gran parte de la población que se indigna
ante cualquier recorte del gasto público y la menor merma en el «Estado
del Bienestar» o gratis total. Lo quiero todo y ya, porque me gusta… He aquí el prontuario, básico y elemental, de una sociedad que exige «crecimiento», pero cuyos miembros no maduran.
¿Es eso lo que nos pasa? ¿Libertad, ahora y ya está? No sólo.
Libertad, siempre. Ahora todavía más que nunca: cuando vivimos malos
tiempos para la economía de libre mercado, cuando crece el miedo a la
libertad, cuando el canto de sirena de los Gobiernos (de todos los
países, unidos) arrastra a millones de individuos al empobrecimiento y
la dependencia del Otro, cuando el fantasma del intervencionismo, el
proteccionismo y el estatismo recorre… el planeta.
La realidad es lo que hay, y nada más. A menos que queramos ir más
allá… ¿Qué es la vida? Es todo lo que nos pasa, responde José Ortega y
Gasset. ¿Y la libertad? La libertad no consiste en decidir lo que hay o
lo que nos pasa. El primer principio de la libertad es poder decidir qué
hacer ante lo que hay y nos pasa. Y lo que nos pasa es, en pocas
palabras, un suceso. Sucede que al individuo se le está coartando cada
día más el poder de decisión. En una situación en la que prima la
Política por encima de todo lo demás, tenemos, ciertamente —al menos, en
bastantes naciones— la posibilidad de elegir a nuestros gobernantes. Pero, con la opción del voto no acaba todo. Sucede que elegimos políticos para acabar siendo suyos,
para que elijan por nosotros en lo realmente importante: la vida de
cada cual, la propiedad privada, el despliegue de la libertad.
Es tal la influencia y el peso de la Política sobre la sociedad que
las prácticas y usos característicos de aquélla han llegado a contaminar
a ésta, sin remedio, con resultados fatales. La gente habla, por lo
general, como los políticos, quienes no paran de parlotear.
Muchas empresas privadas (valga la redundancia) aprehenden maneras y
modos propios de los «aparatos del Estado»; no sólo anhelan vivir de la
subvención, sino que imitan directamente los hábitos y las estrategias
de actuación estatistas. Crecen por doquier los gestores que se ponen en el lugar de los propietarios, mientras los empresarios, por si esto fuera
poco, arrastran mala prensa y mala imagen entre la opinión pública. El
efecto es inevitable: unos pocos (aunque siempre demasiados) se consideran dueños de los individuos, de sus bienes y propiedades, de sus disposiciones y decisiones, de su libre voluntad.
Mientras tanto, muchos no saben lo que les pasa. Y eso es lo que nos
pasa. Acaso no todos quieran libertad ni más libertad. Con todo, hay
algo indubitable: lo que todos necesitan es libertad.
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