«Probablemente,
hayan sido noches de insomnio las que han inducido a ciertos meditadores a preocuparse
por el lado hacia el que se acuesta la filosofía, para encontrar su espacio y
objeto, con el fin de acertar triunfalmente en su idónea posición, y procurarse
de este modo feliz descanso. Muchos son los animadores gustosos de convocar camas
redondas donde celebrar los
festejos de las bellas artes y las bellas escrituras, todas unidas en
promiscuo abrazo, en una propuesta, sin duda, más excitante que la que
proclaman los amantes del ensimismamiento y de las colaciones en mesas
separadas.
¿Se acuesta la filosofía más
a la ciencia o a la poesía? Si se toma esta insinuante pregunta como una
directa proposición, hay que hacer constar que ya se han dado respuestas
confirmadoras de tales relaciones, desde las tesis sostenidas por el
positivismo lógico —sus epígonos y sus neos
correspondientes, que se consuma tras el
enlace de la denominada filosofía científica— hasta la
ordenación de los Románticos de gradual generación pero semejante conversión,
que se consumen ante la proclamación de una poesía
filosófica (o filosofía poética),
garante de una elevación hasta el Absoluto. ¿De dónde procede tan celestino
empeño por emparejar a la filosofía?»
Fragmento
del artículo «El valor filosófico. Demarcación y géneros en filosofía y literatura», en Claves
de razón práctica, Madrid, ISSN 1130-3689, Nº 94, 1999, págs. 73-78
Para un mayor desarrollo de este asunto, véase
(Alfons El
Magnànim, Valencia, 2004).
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