El día a día en la vida y obras de
los políticos ha vuelto a poner en el candelero la palabra “servicio”. Ya sabíamos aquello de la “vocación
de servicio” que su labor conlleva y que salta a la vista. El tema de portada
es en estos días el servicio doméstico,
que, ya digo, está en todas partes. Y yo que lamentaba lo mal que está el
servicio, razón por la cual dejé de buscar asistenta que me planchara las camisas,
terminando por no encontrarlas (ni la asistenta ni la camisa).
La ideología que progresa
adecuadamente suele maldecir tal servidumbre humana, demasiado poco humana. Primero, porque uno debe plancharse
las propias camisas, no faltaría más, lo cual es como vivir en plan
autoservicio. Eso, en caso de no ser discapacitado o necesitado de ayuda a la dependencia,
en cuyo caso la autoridad competente te envía a casa un asistente social a ver
lo que pasa. Segundo y en consecuencia,
si es “social”, el servicio está bien; significa “bienestar” y ‘virtud
republicana’ (modelo Robespierre). Si es
por capricho o agranda la brecha de la
desigualdad, entonces, está mal,
llegando a ser vicio, una especie de sevicia.
Todo esto se
conoce, en pocas palabras, como “Estado
de Bienestar”, que ha llegado a ser, más o menos, lo que yo barruntaba,
pensando por mí mismo: un estar la mar
de bien, tener todo gratis y además te planchan las camisas a domicilio. O
dicho de otro modo: un estado de liberados en el que el ciudadano no trabaja ni hace
la colada. El Estado se ocupa de todo y
la casa sin barrer. Así, el “hombre nuevo”, hala, por la mañana, a pasear y
tomar el sol; por la tarde, una función de teatro con contenido social; y por
la noche, a leer libros de materialismo histórico. De hecho, yo dedico
bastantes veladas encantadoras al conocimiento de la obra de Karl Marx, a la cual los libreros han reservado el escaparate de sus establecimientos, que no negocios: la cultura no es negocio, es cultura y ni
una palabra más.
Sólo la gente importante,
vicepresidentes, viceministros y
señoras disfrutan de dicha
gracia,
más que nada, por motivos de
seguridad y protección de
autoridades (servicio secreto)
Marx, un señor con toda la barba y
muy listo, describió hace dos siglos, mucho mejor que un servidor, ese futuro,
que es hoy, aunque
él lo llamaba de otro modo, ya que hablaba y escribía en alemán, usando un
término que no consigo recordar, no se me queda. Escribió de todo: desde libros
de fantasmas (empecé uno así, y al leer la primera línea me entró el pánico)
hasta de economía política.
¿Saben? Marx, muy preocupado por la
humanidad y los parias de la Tierra, tenía criada, a quien trataba muy bien y
era muy cariñoso con ella, ya ven. El filósofo, profeta de los pobres, le pagaba en especie,
ya que no era capitalista ni partidario del salario, por todo lo cual el cielo le premió con un Engels de la
guarda, dulce compañía, quien se ocupaba de escribirle los tratados y hacerse cargo de las
facturas del carnicero y el cervecero, allá en Londres; los pobres tenderos,
claro está, no habían leído La
riqueza de las naciones de Adam Smith, de manera que no sabían
distinguir entre benevolencia y egoísmo.
Las chicas de servicio, las que
tienen que servir, las sirvientas, ¡las criadas!, ¡las doncellas!, han pasado a
la historia. También, las niñeras, por falta de demanda. Eso pasaba antes, cuando el
capitalismo. Ahora, si acaso, se les llama de otra forma. Por ejemplo, “señoras
de la limpieza”, aunque a mí me ha costado aprender la frasecita, y mira que me
esfuerzo, porque ya no sé quién es la dueña de la casa, si la que limpia y pasa la aspiradora por la alfombra, o la limpiada
y cepillada, o sea, la que tiene que pagar. La verdad es que tampoco se las
distingue: visten igual y están todo el día con el móvil y el WhatsApp.
¡Qué tiempos aquellos en los que
hasta el pequeño burgués tenía servicio en casa! No me refiero al escusado o al WC,
que es área reservada y hay que llamar antes de entrar, sino a los sirvientes y
las menegildas. Las chicas de hoy en día no quieren servir, les parece algo humillante y explotador, oficio de esclavos; prefieren ser cuidadoras o barrenderas del departamento municipal de servicios sociales y limpieza en general, personal
de voluntariado en una ONG o ecologista en acción, para ver mundo y aprender
idiomas.
Liberadas como están, cuando se
les llama, ya no responden con la fórmula clasista: "Servidora" Tampoco
con un "¡Presente!", que es locución falangista. En realidad, no responden, en
absoluto. Tampoco los chicos, si bien no hay dios que los distinga, unas de
otros, ni viceversa. Nos prometieron la
igualdad, y a mis años, igual me da Juana que su hermana, con tal de que me
lave las servilletas.
Con la
llegada de la igualdad, no todos, empero, tienen
derecho a tener servicio doméstico. Sólo
la gente importante, vicepresidentes, viceministros y señoras disfrutan de
dicha gracia, más que nada por motivos de seguridad y protección de autoridades
(servicio secreto).
Antaño, la
gente era más sencilla, y había hasta presidentes que, en el ala oeste de la
Casa Blanca, se arreglaban solos sin necesidad de ayuda de cámara. Escuchen,
para que vean, esta anécdota,
que no es un cuento, en plan pedagogía social.
El Presidente de los Estados Unidos
de América, Abraham Lincoln, del Partido Republicano, recibe un día al embajador de Inglaterra en
sus aposentos. He aquí el breve diálogo diplomático:
- El embajador
de Inglaterra: Los caballeros ingleses nunca lustran sus botas
- Abraham
Lincoln (que estaba lustrando el calzado, levanta la cabeza y pregunta): ¿Las
botas de quién lustran ustedes?
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