viernes, 20 de marzo de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA



De repente, el cielo se nubló. Una gran masa gris cubrió ciudades y campos, una concentración brumosa de nubes densas y oscuras, de mal agüero. Pero, no llovía. Desde la ventana de mi habitación, no discernía la línea del horizonte. La perspectiva era de lejanía, de distancia. Sin embargo, la sentía encima de mí, como un segundo techo.

De momento, había calma. Después de la calma vendrá la tormenta, pensé, alterando el sentido de las palabras que componen la letra de conocida expresión común. No sería lo único en verse modificado. Seguía sin llover.

“El hombre del tiempo” afirma que se avecinaban fuertes tempestades y que había que estar preparados, quedarse en casa, no hacer "desplazamientos innecesarios". Por la seguridad ciudadana. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado vigilarían para que las normas fuesen cumplidas; custodiarían nuestros días, velarían nuestras noches. Todo ciudadano frente al televisor para recibir instrucciones. 

Aunque, ¿cómo creer, en estos tiempos turbios, a un individuo que predice el tiempo con aspecto de mendigo que vive a la intemperie y no se ducha habitualmente? ¿Cabe fiarse de un representante del Gobierno que informa y da consejos, digamos, sobre higiene y “salud pública”, en ruedas de prensa televisadas, ataviado (no digo "vestido") con un suéter, sin afeitar y el pelo alborotado, indicios de no haber ido a la barbería ni a la peluquería en meses, cual maestro de escuela rural aleccionando a sus pupilos en posguerra, cuando no había jabón ni aceite, y era común hacer cola para comprar, con suerte, pan negro y boniatos?

acaso no sea esto más que una tormenta seca, con gran aparato eléctrico, mucho ruido y las nueces sin recoger

Pasan los días y no llueve, a pesar de las previsiones y alarmas de fuertes aguaceros, anunciando incluso el diluvio universal. Algunos chubascos ha habido en estos días, bien es verdad, motivo como para no salir al exterior sin chubasquero.

La bóveda celestial está sacudida por rayos, truenos y relámpagos, y por el rumor, lejano aunque permanente, de helicópteros. El ambiente, eso también, está muy cargado, sofocante, seco, de bochorno. Estamos en el inicio de la primavera, estación propicia para catarros, gripes y alergias. Estación de chaparrones y otras inclemencias, aunque lo que avisto desde mi ventana sea una llovizna intermitente, que no llega a chirimiri.

Después de todo, acaso no sea esto más que una tormenta seca, con gran aparato eléctrico, mucho ruido y las nueces sin recoger. Pocas bromas sobre brumas: estas tormentas son de las peores, de las más peligrosas. Alimentan descargas electroestáticas que provocan incendios con facilidad, y engañan mucho, porque uno busca refugio creyendo que así se mantendrá seco y a salvo, que todo pasará pronto, dejando paso a espacios rasos y ventilados, sin contaminación atmosférica, donde poder respirar aire puro y limpio por avenidas y senderos, por un camino de baldosas amarillas. Y luego resulta que no es así.

Me asomo de nuevo a la ventana. Brillan luces que no son soles, tal vez sean producto del movimiento giratorio de sirenas de coches patrulla. Fuera, entre sombras y dudas, ya no hay cielo, sólo infinito con aire de agujero negro, porque el cielo de verdad es azul y abierto. Espero verlo pronto, señal de que ha aclarado.

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