miércoles, 22 de abril de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA (7). SOLEDADES SIN SOL


1
Vivo en soledad desde que esto empezó. Desde que fui confinado en mi propia casa, que ya no sé si es casa, jaula o calabozo. Esto no es bueno.
Y lo irónicamente cruel del caso es que me gusta la soledad, pero la buena, que es la elegida. He seguido la senda y la sabia admonición de Friedrich Nietzsche:

“— ¡elegid la soledad buena, la soledad libre, traviesa y ligera, la cual os otorga también derecho a continuar buenos en el buen sentido!”

En esa clase de soledad buena no me encuentro solo, sino que me hallo a mí mismo. Pero esto es distinto. Ni retiro interior ni ensimismamiento. Ni buena ni libre, no estoy ahora en soledad, sino en reclusión, como animal enjaulado, contra mi voluntad, bajo pena de prisión, si incumplo la orden del Gran Legislador.
Deseo poder salir de esta ratonera y volver a mi madriguera cuando yo quiera, allí donde me sienta libre.
Añoro la libertad de salir más que la libertad para salir. He aquí mi elección, mi noción de soledad buena, con o sin compañía. Hablo de la libertad de elegir si salgo o entro de mi casa, mi ciudad, mi país; o de lo que eran y, probablemente, ya no sean lo mismo nunca más. Hablo de mi derecho a elegir si voy o vuelvo, cómo y cuándo, y adónde, lo cual significa que nada ni nadie me lo impida por la fuerza, física o normativa.
La libertad para denota otro estado, otra situación. A diferencia de la anterior —libertad de—, esta no es consustancial al ser humano, sino otorgada, graciosamente (¡maldita la gracia…!). Y lo que se otorga por mandato, puede ser retirado por caprichosa y voluble ordenanza. Repudio, por tanto, el tener libertad para ir al supermercado o la farmacia, pero no a caminar, a la montaña, a saludar a las olas del viento. Esa no es libertad buena ni verdadera. Es libertad condicionada. 

Sí, lo veo venir: la gente, no acostumbrada a la libertad buena, saldrá aturdida, desorientada, desquiciada

2

Nunca me han gusto las multitudes. Temo la colectividad, así como las medidas colectivas, que son como la talla única en las prendas de vestir, que se ajustan al cuerpo de cada cual a fuerza de estirarlas, forzarlas, deformarlas. Me mosqueo al escuchar el lema bronco del “Todos para uno y uno para todos”. Me aterra el colectivismo, que anula al individuo y acaba destruyéndolo, tras encerrarlo en un campo de concentración o gulag.

Otra muestra. El motivo (o excusa) del alargamiento insensato del confinamiento colectivo actual en España reside, según parece, en que las autoridades deben testar previamente a toda la población —sanos, enfermos y con mala pinta— para, según dicen, asegurarse de que no quede ningún agente contaminante ni cabo suelto, peligro o enfermo alguno, y todo esté controlado y vigilado, que no otra cosa es una dictadura.

Semejante plan de intervención colectivista parece propio de haber sido concebido por el Dr. Fu Manchú, el Dr. Mabuse o el Dr. No es No, y se me antoja que además de coercitivo y bárbaro, puede ser peor el remedio que la enfermedad. Aún hay algo más grave al respecto: la medida es exigida clamorosamente por la mayor parte de la población, obsesionada con el tema hasta el delirio, al entender que el tema se hubiese resuelto ya de haberse hecho el chequeo generalísimo desde un principio. Como se ha hecho en la República Popular de China, Corea del Sur y no sé cuántos países orientales más; culturas, estas sí, lejanas a la perspectiva individualista y respetuosa con la libertad, propias de la civilización occidental, al menos, cuando el capitalismo.

Puntualizo. No es que soliciten hacerse ellos el dichoso test (gratuito y rapidito) porque consideren que es su derecho recibir sin coste ni espera la realización de dicha prueba. Resulta que exigen que sea impuesta a todos los ciudadanos, lo quieran o no, sin prescripción médica individualizada, las veces que hagan falta, bajo amenaza de severas sanciones y castigos.


Soy de la opinión de que quien apoye este desatino debería hacer previamente un test psicológico (si tanta confianza depositan en los tests) que evalúe su grado de manía obsesiva y compulsiva, así como su nivel de agresividad y otras patologías. A continuación, y tomado el gusto al asunto, debería (es simple sugerencia, no exigencia, por mi parte) tomarse la temperatura de su colectivismo, que es a la política como el colesterol al sistema cardiovascular.

No hay que ir a Siberia para quedar congelado, solidificado, y percibir al aliento gélido de la gran colecta, el autoritarismo, la cola, la mascarada, la mentira, la cartilla de racionamiento, la deportación.

No sé qué hará el Gran Legislador para combinar (no digo “armonizar”) el plan colectivista con la “distancia social” que exigen los nuevos tiempos víricos. Algo se le ocurrirá a su enorme grupo de asesores reunidos, no compuesto sólo por la corte de palacio, sino por miles y miles de “grupos de expertos” e “intelectuales orgánicos”, de departamentos universitarios, consejos de administración de empresas, medios de comunicación, además de millones de voluntarios que aportan ideas y dan ánimos al Supremo Mandamás, desde la calle, los balcones de las viviendas y las redes socializadas del Internet del Gran Poder, pidiéndole que apriete más y más y más... Sea como fuere, será como para echarse a temblar.



3

Quienes siguen este Cuaderno saben que temo, sobre todo, el día después, que no será el final del confinamiento, el cual, según lo programado, no tendrá otro fin que la muerte, primero civil y luego... La muerte, como El Virus y la mascarilla, nos igualan a todos, y esto va de eso: de igualitarismo. El día después será la estampida general, como cuando la manada, el rebaño y las reses socializadas ven levantarse la valla y salen dando brincos. En este caso, que es social, serán saltos de alegría y ¡bravos! , celebrando la liberación, muchos bajo el “efecto Berlín del 45” o el “síndrome de Estocolmo”. He aquí unas enfermedades verdaderamente peligrosas y contagiosas. 

Sí, lo veo venir: la gente, no acostumbrada a la soledad y a la libertad buena, saldrá aturdida, desorientada, desquiciada. ¿La calle? ¿El mundo exterior? Un territorio hostil. Entonces, yo me quedaré en casa, no por agorafobia ni por decreto gubernamental, sino por gusto, libremente, porque quiero, en mi soledad buena.

Ah, y en compañía de la paloma. Hela aquí, con su mensaje venido desde lejos, acaso del pasado, que conservo en el presente muy cerca del corazón.


He dicho a menudo que la mayor desgracia de los hombres proviene de una sola cosa, que es el no saber permanecer tranquilamente en su recinto. Un hombre que tiene lo bastante para vivir, si supiese permanecer en casa con gusto, no saldría de ella para echarse a la mar o para sitiar una plaza.
Pascal

2 comentarios:

  1. Hola...Tanto tiempo sin publicar...Bueno...Por fin podemos tenerte por acá

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    1. Hola. Pues aquí seguimos. Encantado de tenerte por aquí... Saludos

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