domingo, 15 de agosto de 2010

FERRAGOSTO EN FERRARA



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Ferrara es una de las ciudades mejor diseñadas del mundo y con una exquisita sabiduría urbana como no he visto muchas otras en mi experiencia viajera. Aquí hay historia, cultura y civilización, y, lo que es más importante, gusto por conservarlas. Ciudad delineada con suma inteligencia, en Ferrara, Medioevo, Renacimiento y Modernismo coexisten y armonizan con primor, no como ocurre, por ejemplo, en Verona* donde dichos estilos están mezclados en estratificado y yuxtapuesto acoplamiento. Ferrara es hoy una importante ciudad de extensión y población mediana con estimables servicios y altísima calidad de vida, creciendo con decisión, pero también con mesura. Una ciudad a escala humana, con un centro histórico ordenado y rigurosamente conservado que se recorre muy bien a pie, gracias a que gran parte de sus calles y plazas están restringidas al tráfico motorizado, aunque no a las bicicletas que son, no cabe duda, las dueñas de Ferrara, como lo son también en Ámsterdam.

Las travesías en Ferrara, delicia de los flâneurs, ideales para caminar mirando aquí y allá y mirándose en los demás transeúntes, cohabitan sin hostilidad con las grandes avenidas y arterias principales de la ciudad, las cuales permiten el tráfico rodado y rápido, algo esencial en toda ciudad moderna. Y es que no sólo de sandalias y pedales vive el hombre actual.

Ahora es verano, ya se sabe, la estación propicia para las bicicletas. Los ferrarenses las adoran. Se dejan llevar por ellas con porte cadencioso y digno, sin prisas. Ahora cruzan la calle sin indicar la maniobra, ahora detienen la marcha para organizar una tertulia en corro en la Piazza Catedrale o en la Trento Trieste. Ferrara, siendo tan hermosa y rica, no sufre, para su fortuna, la agresión masiva del turismo. Las visitas guiadas que pude advertir durante mi estancia en la villa se limitaban a grupos movilizados en bicicletas, especialmente al anochecer, cuando el sol de agosto declina y el frescor de la noche invita a un paseo sobre ruedas bajo el claro de luna.

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 El núcleo monumental de Ferrara está perfectamente establecido. Un gran corte formado por el Viale Cavour y, a continuación, el Corso Giovecca segmentan la villa en sus dos impecables secciones: la ciudad medieval al sur y la renacentista y modernista al norte. Este segundo anillo urbano, muy notable en riqueza arquitectónica, está a su vez seccionado en dos mitades por el amplio Corso Ercole I D´Este, que muere en la Porta degli Angeli. En su primera parte, dominan el espacio importantes edificios, como el Palazzo dei Diamanti, sede de la Pinacoteca Nacional, y el Palazzo Turchi di Bagno, hoy Museo Geopaleontológico. Pero esta cuidada y distinguida área urbana, queda eclipsada en comparación con su hermana mayor, por edad y nobleza, la ciudad medieval, inmenso museo ciudadano, grandioso y sorprendente a cada paso, andando, claro, o en bicicleta.

El punto de unión de ambos sectores converge en ese corazón de piedra que es el Castello Estense, construido en el siglo XIV con la función urbanística (luego veremos que también tuvo otras más) de servir de apertura a la ampliación de la ciudad, aquí denominada Addizione Erculea, eje alrededor del cual creció la ciudad renacentista. Ciertamente, no resulta cosa habitual encontrar en pleno centro de una ciudad moderna fortaleza tan monumental y tan perfectamente conservada. Podía citarse, ciertamente, Milán con el Castello Sforzesco como otro ejemplo, pero la fortaleza milanesa queda en verdad un poco excéntrico, y ya me contará el lector que otros casos hay que se puedan comparar con el de Ferrara, que yo ahora no los recuerdo. En Bolonia descubrimos, asimismo, el soberbio Palazzo Comunale en similar lugar privilegiado, pero es éste un edificio civil y no un reducto defensivo o ciudadela fortificada en el centro de la ciudad, de hecho una auténtica guarnición, como el castillo de Ferrara. El Castello Estense fue mandado edificar, como su propio nombre sugiere, por la casa de Este, responsable del gobierno de la ciudad durante los tiempos de máximo esplendor, desde el siglo XIV al XVI.

Curiosa familia ésta, como acaso todas lo sean, especialmente las detentadoras de mucho poder. Representa una característica casa renacentista, que alcanzó el mando en la plaza con relativa facilidad, lo conservó con furia y crueldad, combinadas ambas, elegantemente, con los oficios de mecenas de las artes y las letras, y declinó. Uno de los primeros miembros de la estirpe de los Este fue Niccolò III, tan célebre por bienhechor de artes como por díscolo en aventuras amorosas, de quien cuentan que engendró 27 criaturas, por citar sólo las reconocidas legalmente. Uno de estos vástagos, Ugo, tuvo la desgracia de enamorarse de la segunda esposa de su padre, la jovencísima Parisina Malatesta, ambos fueron descubiertos, con tan mala fortuna que sufrieron tormento y mazmorra hasta perder materialmente la cabeza ambos, hecho que en el caso particular de la muchacha puede interpretarse como una singular premonición patronímica.

Otra persona reputada que pasó por la corte fue Lucrecia Borgia, y empleo el adjetivo sin segundas intenciones, pues es sabido que aquí en Ferrara se la tiene en gran consideración y en buen recuerdo hasta la fecha. Mas, por ironías de la historia y de la alcoba, la familia Este, que tantos equilibrios tuvo que hacer para contener las presiones de vecinos poderosos y súbditos revoltosos, perdió el poder, tan derrochado, al secarse la fuente de la descendencia y así sin sucesión fueron asimilados y empapados por el agua bendita del Estado Pontificio en 1598.
Unido al castillo a través de pasadizos secretos está el Palazzo Comunale, residencia oficial de la casa de Este. Su fachada almenada contiene en un extremo el Arco del Caballo, puerta de acceso a palacio que conduce inmediatamente al patio central, donde sobresale una coqueta escalera cubierta y delicadamente engalanada, la «escalinata de honor». Entre ambos edificios encontramos la Piazza Savonarola, en la que domina la estatua imponente del fraile del mismo nombre, en actitud exaltadamente catequista. A pesar de la espiritualidad ardiente que desprende el foro bajo semejante presencia, encontramos aquí uno de los lugares más adecuados para satisfacer las exigencias del estómago, la Hostaria Savonarola, figón típico muy frecuentado por sus especialidades culinarias ferrarenses, sin olvidar los espléndidos vini regionali.


Frente al palacio comunal se alza espléndida la Catedral o Duomo, iniciada en el siglo XII y que contiene una suma de adiciones que va del románico al gótico. En su lado derecho, que mira hacia la oblonga Piazza Trento Trieste, el edificio avanza en una serie de galerías compuesta por veinte arcos que descansan sobre pequeñas columnas muy refinadamente esculpidas y con variados motivos. En el siglo XV, fueron adjuntadas a esta pared pequeñas tiendas elevadas sobre un corredor porticado que conducen hasta el vigoroso campanario de mármol blanco, el Campanille. Este lugar constituye uno de los espacios de encuentro y apuntamento más populares de la villa. Un punto perfecto de partida para iniciar la incursión en la ciudad medieval, tomando el Corso Porta Reno como vía de penetración.

Muchas ciudades actuales que albergan el tesoro de un pasado medieval sólo cuentan con una alambicada red de callejuelas y pasajes donde es fácil perderse, experimentando con ello el paseante gran contento por la experiencia de la aventura, y a veces algo de zozobra por lo que le pueda esperar... Ferrara no es una excepción. Aquí hay una auténtica retícula de calles y corredores que nos envuelven y transportan hacia otra dimensión, travesías custodiadas por elegantes y suntuosas mansiones, recatadas iglesias, modestos albergues y discretos jardines. Pero, lo realmente sorprendente es descubrir largas y perfectamente definidas calles originales que parecen no tener fin. Siguiendo la marcha por el Corso Porta Reno llegamos a la Via delle Volte, el ejemplo más preclaro de lo que digo. Esta callejuela nace en la Porta Luchéis, y llamándose Via Capo delle Volte, cumple con gran lógica un regular trazado que desemboca en la Via Buonporto, calle con denominación también muy acertada.

En Ferrara, las cosas se llaman sencillamente por su nombre. Así, recorrer la «calle de las bóvedas» significa atravesar una estrecha e interminable calzada empedrada flanqueada de casonas que hablan de un pasado no menos profundo, a las que se accede por largos pasajes porticados con sucesión de continuidad. Muy próxima al final de este túnel de la historia, despunta otra serpiente urbana, ejemplo de diseño medieval, la Via XX Septembre, y entre las dos, la también longitudinal Via Carlo Mayr. Llegados hasta aquí, podríamos afirmar, sin exageración, que nos encontramos en un genuino museo arquitectónico al aire libre, y, si se me apura, hasta en un museo arqueológico a tenor de tanta piedra fosilizada como nos rodea.

Tomando como referencia la mencionada Piazza Trento Triestedisponemos de otra ruta para ingresar en la ciudad medieval, que a esta altura recibe el nombre de «Ciudad lineal». Consiste en tomar la Via Mazzini, peatonal como casi todas en el centro de Ferrara, por donde a través de un meandro de calles alcanzamos el Palazzo Schifanoia en la Via Scandiana. ¿A qué alude el nombre el edificio? A schivar la noia, o sea, a «evitar el aburrimiento». Federico I de Prusia mandó construir Sans Souci en Postdam, cerca de Berlín, para escapar de los agobios diarios de la vida mandarina de la capital. Aquí, en Ferrara, Alberto V de Este ordenó que fuese construida una «delizia», como la denominaba, o sea, un espacio ideado para el solaz descanso y divertimento. Su fachada es muy sobria, casi conventual, como si deseara ocultarse y hurtarse a los problemas, y a las vistas ajenas. Pero los jardines son magníficos y los salones henchidos de galanura. En su interior destacan, de manera excepcional, los frescos que iluminan el salón de los Meses (Sala dei Mesi), obra colectiva de pintores de la escuela de Ferrara de la segunda mitad del siglo XV. Hoy se encuentran en proceso de recuperación y restauración, después de que, tras siglos de haber dormido tras capas de yeso, fueran desenmascaradas y dadas a la luz a mediados del siglo XIX. Dicen ser sólo rescatables sólo las secciones mensuales alegóricas que trascurren desde marzo a septiembre, y por lo que se ve y lo que adivinamos, nos hallamos ante una de los frescos más valiosos del renacimiento italiano.

En los alrededores del palacio-museo despuntan algunos edificios muy notorios, como el Palazzo Bevilacqua-Costabili en la Via Voltarello, con una fastuosa fachada adornada con armas y corazas romanas y bustos de filósofos griegos, y la Casa Romei en la Via Savonarola, residencia de un rico banquero de la época. Ahora bien, lo realmente excitante de estos recorridos por rutas angostas no es tanto admirar lo que uno ya espera cuanto descubrir lo que irrumpe de modo imprevisto hasta el punto de conmovernos.

En la Via Madama me topé de pronto con la huella de un viejo amigo que se me adelantó unos cuantos siglos en la visita a Ferrara. Una placa a la entrada de una residencia de jesuitas daba fe de que allí en noviembre de 1580 se hospedó durante su visita a la ciudad Monsieur Michel de Montaigne. Penetré en los amplios jardines y el silencio y las rosas perfumaban el ambiente. A la vuelta de mi viaje por el norte de Italia, consulté el diario del filósofo de la torre y comprobé, en efecto, que daba cuenta del suyo. En él hacía constar el goce que experimentó al contemplar «en los jesuatos [sic], una planta de rosal que da flores todos los meses del año». Acaso hablaba de rosas muy semejantes ante las que ahora yo ahora me inclinaba, para olerlas mejor.

3

Por completa casualidad, uno de los días de mi estancia en Ferrara coincidió con el ferragosto, el día sacropagano del verano italiano, festividad celebrada desde los tiempos de la antigua Roma, esto es, la Feriae Augusti. Fiesta imperial y soberana, impacta en los corazones italianos hoy con ingual fuerza que ayer, desplomándose sobre la población como el sol de agosto en el meridiano de su recorrido. El dueño del pequeño hotel en el que me hospedé en Ferrara (Hotel de Prati), en una tranquila callejuela a dos pasos del Castello, me informaba de este hecho extraordinario que hace huir de las ciudades a miles de agobiados habitantes urbanos en busca de playa, pasta, pescados, mariscos y reunión familiar. Recordamos juntos la película de Dino Risi, Il sorpasso (1962), interpretada por Vittorio Gassman
Ambientada en este día vacante, fue titulada en España con el significativo título de La escapada. (Tras esta estancia en Ferrara, tengo la costumbre de revisitar la película cada 15 de agosto, como doble homenaje a un bravo attore y como recuerdo de una brava città).

Gassman y Trintignant escapan de Roma en un coche descapotable con dirección a la ciudad costera de Civitavecchia. ¿Pero dónde van los ferrarenses en esta jornada? Según me informa Antonio, mi interlocutor en el hotel, especialmente, a Comacchio, puerto y playa localizados a veinte kilómetros de Ferrara, «una pequeña Venecia», me dice Antonio, orgulloso, sin duda, dil suo paese. Aquí rodó, en fin, Antonioni unas bellas secuencias en el primer episodio de su última película, Al di là delle nuvole (Más allá de las nubes, 1996). Sí, sí, lo recuerdo..., pero el viaje debe continuar.

Agosto 2001


*Esta crónica viajera está incluida en un capítulo más amplio, «Viaje al norte de Italia», del libro El alma de las ciudades. Relatos de viajes y estancias (2015).

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