En septiembre del año 2001, el socialismo realmente inexistente en la escena internacional del momento, no estaba en condiciones de contraatacar ni de recuperar las posiciones perdidas. Los programas revolucionarios estaban en franca retirada; sus líderes, humillados. Los comparsas y habituales compañeros del viaje que le hacían de corte buscaban nuevos horizontes más prósperos, menos contaminados y gastados, por lo común un puesto de funcionario y una plaza en propiedad. El horror y la miseria resultantes de la utopía socialista, impuesta durante tantas décadas en el Este de Europa, llegó a su fin por la acción resolutiva de las sociedades afectadas.
Las ayudas prestadas por mediación de la labor de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el papa Karol Wojtila fueron nada más (¡y nada menos!) que eso, ayuda y cooperación del mundo civilizado en favor de la liberación y democratización de los condenados a la condición de parias de la Tierra. Ganando la libertad la Guerra Fría, se cerraba en positivo lo que la Conferencia de Yalta dejó solucionado sólo a medias: para bastantes naciones, el fin del fascismo y del nazismo, significó poco más que la sustitución de un tipo de totalitarismo por otro.
Pero, el islamismo de la media luna creciente y sedicente, sí estaba en 2001 bien preparado y dispuesto para el ataque. El «progresismo» no tardó mucho en comprender las inmensas posibilidades de resurrección (aunque no de regeneración) que se le abría al ver arder y derrumbarse las Torres Gemelas de Nueva York y al quedar arañado el Pentágono en Washington. El socialismo reconstituido (aunque no reformado), la izquierda vencida por las sociedades libres varios años atrás, no aceptó el «fin de la historia» ni se resignó a su severo dictamen. Presentándose con denominación ocultadora del origen, el autodenominado «progresismo» entiende que por la brecha practicada por el islamismo en el corazón del Imperio era fácil introducirse para hurgar en la herida y planificar el resurgimiento.
Mientras tanto, los cuarteles de invierno y los restos del socialismo ya no estaban domiciliados en las Casas del Pueblo ni en los sindicatos de clase. Resistían activos principalmente en despachos, universidades y medios de comunicación, donde, por lo visto, nadie limpia el polvo ni recoge la basura. En condiciones tan poco higiénicas, se cocinaban nuevos manifiestos post-socialistas y se recalentaban viejas doctrinas con los que mantener viva la vieja esperanza desbaratada, la utopía. En el momento propicio, nutrirían de contenidos vitamínicos los programas electorales de los partidos de la izquierda desempolvada, todavía oliendo a antipolilla de armario, a alcanfor de vitrinas de museos, a tiza de aulas de colegio de letras, a alcohol de facultad de ciencias.
En barbecho, entre manuscritos, tubos, matraces, agitadores y demás materiales de ensayo y laboratorio, se ensaya, se experimenta y se hacen prácticas de multiculturalismo y relativismo cultural (cultural studies); posmodernismo y emancipación de minorías sexuales, étnicas y raciales; ecologismo y vegetarianismo; comunitarismo y republicanismo; terrorismo y movimientos de liberación nacional; guerrilla e indigenismo; antiimperialismo y anticolonialismo; dominación de las multinacionales y comercio justo; renta básica y redistribución de la riqueza; antiglobalización y anticapitalismo.
La democracia liberal, el American way of life, el sionismo e Israel, la libre empresa y el libre comercio, el neoliberalismo y el pensamiento burgués, el bienestar y el crecimiento económico, sencillamente han sido suspendidos y apartados de los programas progresistas, hasta el punto de no encontrar apenas sitio, foro o tribuna en estos cuarteles generales del incipiente pensamiento único.
La alianza, si no de civilizaciones, sí de «culturas», «sensibilidades» y «programas», estaba en marcha, y muchos no sólo no se daban cuenta del trance, sino que además subvencionaban tontamente semejante precipitado de extremos y extremismos. Nada más extraño que, de manera tácita o explícita, el «progresismo islamista» (o «islamismo progresista») saliese a la superficie para dar el golpe. Cuando algunos se han dado cuenta, casi, casi, ya es demasiado tarde.»
Fernando Rodríguez Genovés, «Al final, por una utopia», recensión del libro de Rosa María Rodríguez Magda, Inexistente Al-Andalus. De cómo los intelectuales reinventan el Islam, Nobel, Oviedo, 2008, Cuadernos de Pensamiento Político, Fundación FAES, Madrid, nº 19, Julio/Septiembre 2008, pp.250-252.
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