1
Una mañana clara de final de verano, 2001, el cielo de Nueva York quedó seccionado
por unos aceros flamígeros, unas espadas de fuego que decapitaron las cumbres de cristal, dejando la borrasca en el asfalto y en el alma.
Tras el tajo criminal, una nube de polvo y ceniza dejó oscurecida la línea del horizonte, huérfana la línea del cielo, envolviéndola hasta casi borrarla del paisaje.
Cuando se disipó la niebla, un nimbo infinito seguía coronando la ciudad víctima de la fechoría.
La ciudad, herida, continuaba viva, pero el mundo había cambiado la faz y probablemente su destino.
Había entrado en un tiempo de vesania.
Dies irae, dies ille...
2
Nadie en el mundo civilizado podía esperar ni prever el ataque sufrido en la mañana del 11 de septiembre sobre Estados Unidos, la ofensiva terrorista que ha alterado bruscamente nuestras vidas, irremediablemente abocadas a un futuro de siniestra incertidumbre. ¿Cómo pudo pasar?
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