«Como decía el príncipe de Condé “nadie es un héroe para su ayuda de cámara”. Admiración y familiaridad son incompatibles referidos a una misma criatura mortal.» (David Hume, «Del origen y progreso de las artes y las ciencias», en Ensayos políticos).
De las distintas acepciones de la voz «admirar» no todas mantienen hoy similar vigencia de uso. Uno queda admirado, por ejemplo, al percibir algo o a alguien que le causa sorpresa, bien porque no lo esperaba o sobreviene, bien porque no se esperaba que fuese o actuase de la manera en que lo hace. Esta admiración es de tipo reflexivo, como puede verse. Pero «admirar» apunta, asimismo, a una significación, menos descriptiva, más noble y de mayor calado, a saber: la consideración de aquella cosa o persona que apreciamos como extraordinaria. No sólo porque se salga de lo corriente, sino más bien por apreciar en ella una expresión de excelencia. Aplicado a un individuo, el sentimiento de admiración invita también a la emulación, por lo que conlleva de ejemplaridad.
Comoquiera que en nuestros días la excelencia —el heroísmo, la ejemplaridad y la emulación— son valores en retroceso (literalmente, «mal vistos»), no extraña que haya prevalecido el primer sentido de la admiración arriba señalado, esto es, la afección que alguien experimenta ante aquello o aquel que llama la atención. Con semejante relación de fuerzas en el plano significativo, el valor inicial del término ha ido corrompiéndose. Admirable ha dejado de significar aquello que merece ser contemplado. Hoy se admira lo que es visto, precisamente por ser visto. De este modo, la causa y el efecto, el antecedente y el consecuente, objeto y sujeto, han acabado confundiéndose y transmutándose.
La admiración declina, fundamentalmente, por efecto de la familiaridad entre el objeto admirado y el sujeto que admira. La familiaridad implica cercanía entre las personas, intimidad y confianza. A menudo, en demasía; a veces, una confianza que da asco, según recoge el refranero español. La proximidad permite, en efecto, acercarnos entre sí y no perder detalle uno del otro. Resultado: quien mira demasiado cerca ve cómo va desenfocándose el objeto de la mirada. El que es, a su vez, mirado en exceso acaba siendo algo demasiado visto…
En estos tiempos de avance del multiculturalismo, del relativismo y del igualitarismo, y parafraseando la cita que encabeza estas líneas, podría decirse que hoy nadie es héroe sin la ayuda de una cámara de televisión.
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