domingo, 3 de octubre de 2010

EL ARCANO DE PRAGA (1)


1
¿Será Praga un sueño?
Hasta el mismo instante de empezar a escribir esta crónica de mi primer viaje a Praga no fui plenamente consciente del carácter cifrado, huidizo y evanescente de esta ciudad. Hasta ese punto es mágica. Cuando me desplazo a ciudades con propósito de descubrirlas— penetrando en su alma y trayéndome algún pedazo de su esencia, como recuerdo de un viajero que huye del souvenir y se ve impelido hacia lo singular y único— siento que unas veces he conseguido el preciado tesoro que enriquece mi propia mente. En otras ocasiones, por el contrario, creo que todo ha sido un esfuerzo infecundo. Que vuelvo a casa con la maleta mental vacía.
Siempre que ocurre lo primero, me siento impaciente por comenzar a escribir las impresiones del viaje. Y me pongo a la labor como si de la composición de la reseña de un libro comprensible se tratara. No es una exageración o una forzada comparación lo que digo. Creo que podemos hablar sin afectación de ciudades-libro: las hay del género trágico, histórico, cómico, musical, costumbrista, thriller, esperpéntico… A elegir. Alguna existe también señalada por el signo del misterio. ¿Es esto lo que sucede con Praga?
Cuando acontece la segunda circunstancia descrita, esto es, cuando me encuentro perdido tras recorrer una ciudad, no me desanimo. En esos casos, me embarga una urgente necesidad de volver a la ciudad perdida, escurridiza, que se me ha ido de las manos, sin poder retenerla, para así revivirla, eternamente, en mi mente. Mientras llega el instante del retorno a la ciudad de la reserva, vuelvo a pensar en ella. Si alguien, con deseo de computar mis ciudades visitadas, me preguntase: «¿Has estado en Praga», contestaría que sí. Si me preguntaran: «¿Conoces Praga?», respondería con franqueza que no lo sé.
Descubrí que Praga es una ciudad inalcanzable e incognoscible cuando al iniciar este cuaderno de viaje, con el propósito de verter en sus páginas la sustancia de Praga, me encontré ante un vacío profundo; me hallé en blanco, sin tener, en principio, nada que referir o contar. Siempre hallaba, al final de mi escapada, una nada insistente. ¿Angustia ante la página en blanco? No, nunca he tenido esa sensación al sentarme a escribir. Sí he sentido, no obstante, en otras ocasiones esta vacilación que ahora me paraliza; por ejemplo, a la hora de componer Lisboa: vacío perfecto entre azules. Aunque, finalmente, encontré la salida del meandro portugués, lo mismo el Tajo desemboca en el Atlántico. ¿Acontecerá en este momento similar fenómeno, que no me atrevo a calificar de inspiración, a propósito de Praga?
¿Resultará, después de todo, que no he estado «físicamente» en Praga? No es eso, no es eso. que he estado en Praga. ¿Habrá sido Praga un sueño? Tal vez. Mas sospecho que, en este punto, voy acercándome a la clave del asunto. Misterio, enigma, sueño…
Recordada desde lejos, al regresar del viaje, Praga se me antoja una realidad inexistente, realmente. Reproducir su alma en el papel representa un propósito muy comprometido. Porque Praga es una ciudad sin alma. Si la tuvo, le ha sido robada. Si la tiene, y no alcanzo a alcanzarla, es porque la robo a otros. Por esta razón, por esta sinrazón, no puedo volcarla aquí y ahora en palabras. Ahora lo sé. Praga la presiento como un ser mitológico que vampiriza y atrapa las almas de los habitantes y visitantes desprevenidos, incluso de los más avisados. Sobrevive en los siglos, más allá del tiempo, porque nutre su organismo hechicero de los sueños robados a quien se atreve a penetrar en sus entrañas y su arcano.
Praga es, más que nada, una ciudad de espíritus que sobrevuelan sobre los tejados y torres, espíritus disfrazados, anhelando encarnarse, deambulando en las callejuelas y  esquinas secretas, desapareciendo, finalmente, entre los corredores interiores y exteriores de la urbe que de la niebla surge. Maraña sin vía de escape, Praga resulta tan laberíntica como las circunvoluciones cerebrales. Procuras fijar una imagen clara de ella y tan sólo consigues que un velo neblinoso caiga sobre tus hombros y tu esperanza. Si te descuidas, la ciudad maraña te atrapa en su red y te devora.
Afirmar que Praga es una ciudad de misterios no descubre nada en realidad. Lo confieso. Pero quizás sea la única manera de aproximarse a ella. Tengo que renunciar a descubrirla, quitarme de la cabeza toda esperanza de conocerla. Y conformarme con rendirle mi admiración por su perseverancia en el ser, que en su caso es nada menos que nada. Ahora voy comprendiéndolo mejor. Ahora mismo, cuando comienzo a recordar…


2
Primeros pasos, primeros casos

Llegué a Praga a finales de un frío mes de marzo. El invierno estacional no parecía dispuesto a verse influido por el mecánico devenir de las fechas del calendario, que ya anunciaban la primavera. Decidí, en consecuencia, iniciar mi estancia en ella tomando medidas determinativas. Para empezar, adquirí en una sombrerería del centro un borsalino negro de ala ancha con el que protegerme de lo que podía caer desde las alturas, y con el que saludar, de paso, a ese portento de ciudad que iba descubriendo ante mis ojos. Todavía no a mi intelecto estupefacto.
Conquistar una belleza o atravesar un enigma exige un precio a pagar. De modo análogo a cuando uno viola el sello sagrado que protege la pirámide faraónica, y cae sobre el infractor la maldición ancestral por haber interrumpido el sueño del soberano, el ingreso en el arcano praguense supone una intrusión, casi una profanación. La voluntad de revelarlo comporta, por su parte, el riesgo de perder la memoria transgresora, la llave que abre los portones de la ciudad. De ahí, probablemente, mi velo inicial. No obstante, debo seguir recordando…
Como en esos momentos en los que sobreponiéndonos a nuestras carencias y nuestra finitud aspiramos al conocimiento del misterio de lo real y nos abandonamos a la fuerza y la tentación del pacto fáustico, que nos consagra ante el camino de la sabiduría, como en esos momentos, digo, debemos estar bien dispuestos a vender nuestra alma al dueño mefistofélico de la sustancia arcana de Praga, señor protector de los sueños y de la fantasía en esta ciudad de filigrana y encaje. 


En el número 40 de la Plaza de Carlos (Karlovo namestí) se alza la llamada Casa Fausto, habitada en el siglo XVI por el alquimista de origen inglés Edward Kelley y, más tarde, en el siglo XVIII por Fernando Mladota de Solopyshy. A causa de los experimentos químicos tramados entre aquellas paredes secretas, la misteriosa vivienda ha sido asociada a la leyenda del clásico personaje goetheano. La imaginación popular, que por su cuenta incorporó a sus sótanos toda clase de espantosos sucesos, añadió más leña al fuego que aviva el crisol de los prodigios. Quien sienta la atracción de exhumar reservas almacenadas en ese espacio más allá del tiempo, ya sabe la dirección. Por lo que a mí respecta, debo admitir que dudé  un buen rato ante el impulso de penetrar o no en lo inextricable, recién llegada como estaba a la ciudad mágica. Vacilé y vacilé. Aunque, sobre este asunto, nada más diré. Prefiero no principiar esta crónica revelando secretos.
Hoy como ayer, sigo persiguiendo el rastro de Praga. Desde donde ahora miro, recuerdo y conjeturo, desde donde en este momento escribo, con la vista cegada por la blanca luz mediterránea, siento dificultad para abrirme paso entre las grises brumas bohemias. No desisto, sin embargo. ¡Praga, manifiéstate!
3
En busca de la piedra filosofal
 Aunque cueste creerlo, Praga misma no está exenta completamente de las categorías de espacio y tiempo. Siendo como es, quintaesencia de la materia y el espíritu fabuloso, penetrando en su sustancia arcana, puede llegar a vislumbrarse una historia tras de sí, un pasado que no determina tanto su destino como en otras ciudades (Berlín, por ejemplo), pero que sí ha dejado huellas profundas. No anhelo saberlo todo sobre Praga. Sólo aspiro a no extraviarme completamente en este laberinto. Busco mi hilo de Ariadna para encontrar la salida en esta isla misteriosa del corazón de Europa.
Según relatan los anales históricos, la primera referencia escrita de Praga la debemos al comerciante Ibrahim Ibn Jakub, quien anotó mientras corría el año 965: «La ciudad Frága [sic] está construida de piedras y cal, y es la más rica de las ciudades para el comercio.» Confieso no barruntar la relevancia que puede haber tenido la cal en el devenir de Praga, pero no se me escapa la importancia de la piedra ni del comercio que tanto han incidido en ella. 
En Praga, la piedra cobra un significado especial. Desde las fachadas de los edificios hasta las adoquinadas calles, la piedra es aquí omnipresente. Si Praga desafía las leyes de la física —donde términos como «sustancia», «espacio», «tiempo», «materia» o «gravedad» han de pronunciarse en voz baja— no es por la ignorancia o la arrogancia de sus habitantes, que no tienen los pies sobre la tierra, sino por propia voluntad y carácter. 

La campana que da las horas y marca el ritmo del decurso de la ciudad se ha quedado materialmente de piedra al advertir la responsabilidad que le ha tocado cumplir. Un ejemplo de lo que digo, bello símbolo de la alquimia que transforma la duración en pedernal, puede contemplarse en el famoso edificio conocido como «La casa de la campana de piedra», en pleno centro de la villa —¡vaya villa!—, en la Plaza de la Ciudad Vieja. 
4
Aparece el Golem

Aunque me creas, lector, poco moderno por lo que voy a decir, digo que las fuerzas de la naturaleza circulan por las venas de este conjunto milagroso más por acción de la magia que de la ciencia. Praga, tan particular, está asociada a la idea de lo arcano y taumatúrgico, lo cual le aporta un aire arcaico que, no obstante, no lo malogra, sino, todo lo contrario, le otorga su genuino sentido. No un sentido pleno, que arruinaría la vigencia de su misterio originario, pero sí el suficiente como para dejar efecto sobre el tejido urbano.
Veo a Praga tendida sobre la mesa de experimentos, transformada en un gran laboratorio vivo, y no ha habido época en la que los oficiantes de lo hermético, nunca reñido aquí con lo místico, no hurgaran en su interior con el fin de desentrañar intimidades, encontrar hallazgos, descifrar incógnitas.
Resultado de estos ejercicios espirituales, combinados con una manufactura material de primer orden, es haber creado una ciudad de leyenda, origen de célebres fábulas, como la del Golem del rabino Löw, y de búsquedas frenéticas en pos de la piedra filosofal. Fuertes emociones palpitan tras este impulso: la pasión por lo inextricable y la atracción por el poder de lo sobrenatural. De creyentes y paganos, forasteros y autóctonos, de todos es conocido el relato del Golem, criatura terrorífica popularizada por la novela de Gustav Meyrink y, posteriormente, por el cinematógrafo.
De apariencia bestial, formado de arcilla, materia bruta adánica, el autómata Golem se pone en movimiento al introducirle en la boca una tablecilla de piedra (el schem), con el nombre «impronunciable de Dios». Repentinamente, el tipo enloquece, y sólo se apacigua cuando le es retirado el schem, quedando entonces estático, cual juguete sin pilas. A fin de evitar accesos incontrolados, el creador del bruto arcilloso, Rabbi Löw, logra, finalmente, reducirlo y lo confina en el interior de la sinagoga Staronová. ¿Para siempre? Nadie puede asegurarlo, pues de leyenda hablamos. Sea el Golem mismo, algún sosias suyo, sea lo que sea, cualquiera puede ver hoy la sombra de semejante muñeco diabólico arrastrando su corpachón por algún oscuro callejón de Praga.
No debemos, empero, tomarnos a broma estos cuentos y fábulas. Lejos de ser meros chismes, significan mucho para la historia de la ciudad. No exagero si afirmo que representan, en realidad, su memoria más fiel. No hay habitante, ni casa o mansión de Praga, que no puedan contar alguna versión de estas fantasmagorías.
La crónica, la literatura y el imaginario de la ciudad están repletos de narraciones de este género. Calles, como Celetná, son un rico vivero de historias atroces, sórdidos episodios y encantamientos variados. Acércate allí, lector, viajero, cuando vayas a Praga. Yo mismo he oído hablar durante mi estancia en la villa de las maravillas de una antigua leyenda relacionada con el palacio Martinic, según la cual todas las noches aparece en sus estancias el fantasma de un negro y fiero perro, que, cual cancerbero de guardia, orienta a quien allí se aventura a entrar en la próxima iglesia del Loreto, para una vez allí esfumarse hasta una nueva aparición. La del misterioso perro, digo.
Abril de 1998

Continuará...
***
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1 comentario:

  1. Disfruto en silencio de estas crónicas genovevas (que no genovesas) siguiendo tus pasos y reflexiones cuando conozco los lugares o tratando de perseguir las emociones que de ellos surgen cuando no los he visitado. Pero en este caso, Praga, rompo el silencio.

    Es cierto que hay ciudades-libro. Pero hay ciudades ya vividas y sentidas antes de pisarlas. Ciudades en donde lo extraño nos resulta natural y donde todo parece encajar (incluyendo a uno mismo) sin dificultad y sin esfuerzo. Igual que ocurre con ciertos libros, autores y personas. Un sentimiento de pertenencia que resulta de dificil explicación.

    Eso me ocurre con Praga.

    Espero con paciencia el segundo arcano.

    Un saludo.

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