domingo, 27 de noviembre de 2011

¡HARPO HABLA…! DEL HOTEL ALGONQUIN DE NUEVA YORK



«El Algonquin era un lugar excéntrico. Yo no podía entenderlo del todo.
Obviamente, no era un hotel de cómicos, porque nadie en el vestíbulo es­taba jugando pinacle a dos manos ni leyendo Billboard. No tenía el olor de los hoteles de viajantes, y no tenía los decorados cursis de una trampa para turistas. Si no era nada de esto, tenía que ser una fachada, una puesta en es­cena para ocultar algo. Pero qué ocultaba el Algonquin tras su fachada, tam­poco podía adivinarlo.
Cuando pregunté por la habitación del señor Woollcott, el hombre de la recepción me miró con curiosidad. Yo pensé: Ay, Dios, me va a pedir la contraseña. Pero seguramente decidió que yo era de fiar. Me dio el número de una suite del segundo piso.
Cuando llegué al apartamento me sentí mucho mejor. Sólo había ocho tipos jugando a las cartas en una habitación llena de humo y sembrada de ceniceros, tazas de café, chaquetas y corbatas abandonadas y montones de fichas de póker.
Woollcott, ahora en mangas de camisa como los demás, dejó sus cartas, se levantó de un salto y me tomó por el brazo.
—Harpo —dijo—, te presento al Club Literario y Escalera Incompleta Ta­natopsis. Harpo, Tanatopsis. Tanatopsis, Harpo.
¿Tanatopsis? ¿Qué era eso? ¿Un grupo de conspiradores griegos? Los tipos de la mesa parecían bastante simpáticos. Sonrieron y dijeron cosas corteses. Yo dije:
—Terminen la mano, por favor —y se pusieron todavía más simpáticos. Cuando acabaron la mano, Woollcott me los presentó uno por uno.
Sólo un nombre me sonaba de algo: Frank Adams, «F.P.A.», el famoso co­lumnista de La torre de mando. Groucho y yo habíamos enviado colabora­ciones a La torre de mando desde hacía años y habíamos logrado que se pu­blicaran algunas. Nunca me imaginé que le estrecharía la mano al Guardián de la Torre en persona. En cuanto al resto de los jugadores, sólo recordarlos como un montón de tipos llamados «Benson», que era a lo que sonaba uno de los nombres. Tengo una memoria desastrosa para los nombres. […]

La tertulia del Algonquin se desarrollaba en el primer piso con frecuencia en una mesa redonda situada en un rincón del comedor. Años más tarde, cuando todo el mundo se puso nostálgico por los años veinte, esa mesa llegó a ser conocida como la Mesa Redonda, y se escribía sobre la gente diciendo que habían sido «Miembros» de la Mesa Redonda del Algonquin.
El Club Tanatopsis tenía en efecto miembros oficiales, pero no así lo reunión del primer piso. No era más que una larga perorata, con gente que entraba y salía, comía, discutía, cotilleaba, contaba chistes, hablaba de negocios y sufría inspiraciones geniales. Junto al resto de los jugadores del se­gundo piso —Woollcott, Adams, Benckley, Broun, Swope, Kaufman, Connelly y Ross—, me pasé muchas horas en la Mesa Redonda. No se podía sa­ber quién más aparecería: había asiduos, como Deems Taylor, Donald Ogden Stewart, Peggy Woods, Jane Grant y Dorothy Parker, y descarriados como Helen Hayes, Charlie MacArthur, Edna Ferber, Bernard Baruch, Ring Lardner, Otto H. Kahn y Will Rogers.
Woollcott almorzaba en el Algonquin todos los días. A través de él conocí a cuatro mujeres extraordinarias, que estarían muy cerca de mí durante el resto de la década: la actriz Ruth Gordon, Neysa McMein, pintora e ilus­tradora, Alice Duer Miller, la novelista, y la brillante esposa de George S. Kaufman, Beatrice. […]
El Algonquin era refugio de los más brillantes autores, editores, críticos, columnistas, artistas, financieros, compositores y actores del momento. Aquél rincón del comedor era un semillero de narradores y conversadores. Pero, hasta que yo aparecí, no había ningún oyente de tiempo completo en toda aquella población. No me habrían acogido más cálidamente si hubiera estado en mi mano levantar la Prohibición.»
Harpo Marx, ¡Harpo habla!, Montesinos, Barcelona, 1988 (edición original 1961), págs, 139-142.




Por alusiones y menciones, añadiré algo sobre el célebre Woollcott, citado por Harpo en su autobiografía, y, como podemos leer, fue la persona que le introdujo en el Club.

Tomo de Wikipedia la siguiente referencia del personaje:
«Alexander Humphreys Woollcott (19 de enero de 1887-23 de enero de 1943) era un crítico teatral y comentarista estadounidense de la revista The New Yorker, y miembro de la Mesa Redonda del Algonquin.
Woollcott sirvió de inspiración para Sheridan Whiteside, personaje principal del obra El hombre que vino a cenar, de George S. Kaufman y Moss Hart1 , y para el no menos desagradable personaje Waldo Lydecker en la clásica película Laura. Woollcott afirmaba también que Rex Stout se inspiró en él para crear a su brillante detective Nero Wolfe, pero Stout lo negó.
Woollcott escribió la crítica del debut de Los Hermanos Marx en Broadway, I’ll Say She Is, y se convirtió en pieza fundamental en el renacimiento de la carrera del grupo cómico. Comenzó una larga y estrecha amistad con uno de sus componentes, Harpo Marx. Uno de los hijos adoptados de Harpo se llamó Alexander en homenaje al crítico.
Personaje polémico y demoledor crítico teatral, fue una de las personas más influyentes del panorama artístico en la primera mitad del siglo XX.»



Harpo rodeado de Art Samuels, Charlie MacArthur, Dorothy Parker y Aleck Woollcott









Harpo, haciendo honor a su papel en los Hermanos Marx, participaba poco en la tertulia y solía tener la boca cerrada. Lo que realmente adoraba era jugar a las cartas. Lo mismo que su hermano Chico, lo cual les acarreó sobrellevar severas deudas económicas durante muchos años. Groucho tuvo más de una vez que sacarles del apuro. Y eso que Groucho era muy mirado (vulgo, tacaño) en todo lo referente a los temas pecuniarios. Alguna película de la hermandad tuvo que hacerse, a toda prisa, para cubrir las deudas de los hermanos aficionados a los juegos de manos. Pero esa... es otra historia.


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