Aquel que se muestra indignado por algo o contra algo ya
cree tener razón por principio: por el simple hecho de expresarlo
públicamente y a voz en cuello. Porque, digámoslo ya, la indignación no es
otra cosa que la escenificación de la insatisfacción y el descontento, estén o
no justificados; la dramatización de la ira, sea fundada o adornada. No hay razón (ética, racional ni
práctica) que justifique la indignación, según tendremos oportunidad de
demostrar a lo largo del presente ensayo. Sin embargo, para la opinión
ordinaria, para el vulgo raciocinio, el indignado debe tener razón, porque si no, no se
pondría así... Al que no le importe saber si la rabia o la ira publicitadas son
sinceras o postizas, pensará, sin remedio, que el indignado no se altera ni
trastorna por nada. Si se muestra tan indignado, tan descompuesto, por algo
será…
La
indignación, además de otros vicios o defectos, dota de energía y sugestión
empática las técnicas de la representación de cara a la galería. En la escena,
la indignación se juega la credibilidad. No por la consistencia en que pueda
estar basada, sino en el habilidad que tenga para hacer verosímil al espectador
(al público, en general) el contenido del papel que interpreta. Por medio de la indignación la
reclamación se torna al instante en declamación. Uno puede estar cabreado o
enojado en privado. Pero la indignación precisa necesariamente del auditorio y
la concurrencia, de la publicidad. No hay indignación sin concurso público.
Nadie se indigna sino de cara a los demás.
El indignado
es un descontento profesional, un activista de la insatisfacción. Un oficiante
de la queja y la lamentación. Por el
contrario, quien está dispuesto a reconocer que el mundo, el orden de la
naturaleza y la vida, están bien, a pesar de todo; aquel que sostiene que las
cosas le van bien, que se siente contento consigo mismo y conforme con la
realidad; aquel que expresa las opiniones y las críticas, las censuras y las
desaprobaciones concretas sin revelar indignación, sin hacer escenas,
de manera civilizada, democrática, pacífica, ordenada; quien entiende que la
insatisfacción circunstancial no lleva necesariamente al descontento general;
ese sujeto... es irremisiblemente tenido por conformista, conservador,
alienado, soberbio, arrogante, un reaccionario, un burgués, un inmoral.
Fragmento de la Introducción
de mi libro
La indignación a escena.
De pasión moral a la agitación política
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