martes, 3 de abril de 2012

LA INDIGNACIÓN A ESCENA


Aquel que se muestra indignado por algo o contra algo ya cree tener razón por principio: por el simple hecho de expresarlo públicamente y a voz en cuello. Porque, digámoslo ya, la indignación no es otra cosa que la escenificación de la insatisfacción y el descontento, estén o no justificados; la dramatización de la ira, sea fundada o adornada. No hay razón (ética, racional ni práctica) que justifique la indignación, según tendremos oportunidad de demostrar a lo largo del presente ensayo. Sin embargo, para la opinión ordinaria, para el vulgo raciocinio, el indignado debe tener razón, porque si no, no se pondría así... Al que no le importe saber si la rabia o la ira publicitadas son sinceras o postizas, pensará, sin remedio, que el indignado no se altera ni trastorna por nada. Si se muestra tan indignado, tan descompuesto, por algo será… 

La indignación, además de otros vicios o defectos, dota de energía y sugestión empática las técnicas de la representación de cara a la galería. En la escena, la indignación se juega la credibilidad. No por la consistencia en que pueda estar basada, sino en el habilidad que tenga para hacer verosímil al espectador (al público, en general) el contenido del papel que interpreta. Por medio de la indignación la reclamación se torna al instante en declamación. Uno puede estar cabreado o enojado en privado. Pero la indignación precisa necesariamente del auditorio y la concurrencia, de la publicidad. No hay indignación sin concurso público. Nadie se indigna sino de cara a los demás.
  

El indignado es un descontento profesional, un activista de la insatisfacción. Un oficiante de la queja y la lamentación. Por el contrario, quien está dispuesto a reconocer que el mundo, el orden de la naturaleza y la vida, están bien, a pesar de todo; aquel que sostiene que las cosas le van bien, que se siente contento consigo mismo y conforme con la realidad; aquel que expresa las opiniones y las críticas, las censuras y las desaprobaciones concretas sin revelar indignación, sin hacer escenas, de manera civilizada, democrática, pacífica, ordenada; quien entiende que la insatisfacción circunstancial no lleva necesariamente al descontento general; ese sujeto... es irremisiblemente tenido por conformista, conservador, alienado, soberbio, arrogante, un reaccionario, un burgués, un inmoral. 


Fragmento de la Introducción de mi libro

La indignación a escena. 
De pasión moral a la agitación política

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