Existe
una tentación (totalitaria, añade Jean-François Revel) muy humana,
pero
execrable, que consiste en dejarse seducir por el empleo del miedo, y aun del
terror, con el fin de imponerse a los oponentes políticos. La sugestión de ver
al adversario convertido en enemigo y al correligionario en amigo,
la fascinación de acosar al contrincante hasta la extenuación o el exterminio,
el verlo desesperado, acorralado y a punto de cocción son reclamos demasiado atractivos
para que algunos los dejen pasar, cuando la ocasión se presenta. Ciertamente,
es preciso haber acumulado grandes dosis de indignación, rencor y resentimiento
para poder incubar este huevo de la serpiente. Mas para calentar el ambiente
está la Propaganda y la Agitación, la «subcultura del odio».
Según ha mostrado la Historia hasta la saciedad, es tan fácil encender un
fuego, como arduo extinguirlo; tarea sencilla es el destruir, pero laboriosa el
construir. Resulta cómodo el activar y excitar a los sujetos siempre propicios
para la violencia y el desmán con el fin de que abran brecha y faciliten la
tarea, la cual con artes democráticas y pedagogía social resultaría más
prolija, larga y trabajosa. En especial, cuando se tiene mucha prisa para llegar
al poder o se quiere todavía más poder.
Sépase, con todo, que la dialéctica de los medios y de los fines en política no
permite escisiones ni secesiones ni excepciones. En la práctica política y a la
hora de la verdad, ambos, medios y fines, convergen, y los guiones y los
protagonistas que escriben la historia salen a relucir, más pronto o más tarde.
Quien se asocia con un criminal, acaba siendo su rehén o su víctima.
Fragmento de un artículo que publiqué en el Libertad Digital, con el título de «La
coacción como arma política», el 28 de marzo de 2003. Se trata de mi primera
colaboración con el diario, una colaboración que se extendió a lo largo de
cinco años.
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