domingo, 10 de junio de 2012

MORALIZAR LA POLÍTICA Y POLITIZAR LA MORAL



Para una parte no despreciable de la comunidad filosófica contemporánea, los ámbitos de la ética y de la política no sólo son complementarios sino indivisibles. No importa que [Nicolas] Maquiavelo (entre otros) diera buenas razones para desconfiar de esta sugestión y revelara los muchos vicios (políticos) que acarrea, así como la impronta falsaria y deshonesta (morales) que la provoca. Ocurre que para algunos «modernos», defender el legado del florentino no es más que un pretexto para resucitar republicanismos añejos, y a menudo también muy ajenos.

Esta moda intelectual, nominalmente regeneracionista, amén de extrema y un tanto forzada por las circunstancias (declive ideológico de las izquierdas), se confunde en España, por el tono del sermón y por la parroquia que lo atiende, con un espíritu de contrarrestauración, si podemos decirlo así; o sea, con un ánimo de desquite ideológico e histórico y otras nostalgias republicanas años 30. Por lo demás, cuando Maquiavelo escribía sobre la virtù, se refería en todo momento a la virtud política, no a la moral.

Sea como sea, el moralizar la política y el politizar la moral es una fascinación, o ilusión, que ha logrado infiltrarse en gran parte de la clase política y ha accedido al dudoso rango de creencia popular. En el primer caso, provoca cinismo político; en el segundo, hipocresía social. Resultado compartido: doble moral, apaciguamiento y colaboracionismo con el mal y, sobre todo, mucha indignación moral, una afección ésta que no pretende, en última instancia, más que lavar la conciencia y lavarse las manos ante lo que pasa, representando en moral, lo que lavar el dinero negro en economía.


La unión indiscriminada de moral y política comporta además otros solapamientos, de efectos perversos: esfera privada y pública; interés personal y general; responsabilidad personal y colectiva; etcétera. La derivación última de esta visión unificadora es el proyecto de un escenario totalitario. Porque totalitario es el propósito de politizar y patrimonializar las conciencias, los sentimientos y las convicciones de los individuos. Estas tentaciones no son neutras ni huérfanas, sino que se hallan muy próximas al núcleo de los discursos y prácticas nacionalistas y socialistas todavía ligados a delirios redentores y utopistas: la «patria imaginada» y el «pueblo emancipado».



Fragmento de mi artículo «La coartada como moral», publicado en Libertad Digital el 30 de mayo de 2003.

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