Sea como sea, el moralizar la política y el politizar la moral es una fascinación, o ilusión, que ha logrado infiltrarse en gran parte de la clase política y ha accedido al dudoso rango de creencia popular. En el primer caso, provoca cinismo político; en el segundo, hipocresía social. Resultado compartido: doble moral, apaciguamiento y colaboracionismo con el mal y, sobre todo, mucha indignación moral, una afección ésta que no pretende, en última instancia, más que lavar la conciencia y lavarse las manos ante lo que pasa, representando en moral, lo que lavar el dinero negro en economía.
La unión indiscriminada de moral y política comporta además otros solapamientos, de efectos perversos: esfera privada y pública; interés personal y general; responsabilidad personal y colectiva; etcétera. La derivación última de esta visión unificadora es el proyecto de un escenario totalitario. Porque totalitario es el propósito de politizar y patrimonializar las conciencias, los sentimientos y las convicciones de los individuos. Estas tentaciones no son neutras ni huérfanas, sino que se hallan muy próximas al núcleo de los discursos y prácticas nacionalistas y socialistas todavía ligados a delirios redentores y utopistas: la «patria imaginada» y el «pueblo emancipado».
Fragmento de mi artículo «La coartada como moral», publicado en Libertad Digital el 30 de mayo de 2003.
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