«No sé qué tal neuropatólogo sería. Podía muy bien ser bueno, pero sólo en una
época muelle y cortés, y nunca en un hospital del Estado, sino en su domicilio,
protegido por una chapa de bronce atornillada a la puerta de roble y mecido por
el melodioso tintineo del reloj de pared, sin apresurarse jamás para ir a
ningún lado y subordinado únicamente a
su propia conciencia. Sólo que desde entonces le hicieron llevarse sus
buenos sustos, y había quedado aterrorizado para el resto de sus días. Ignoro
si anteriormente estuvo preso o a punto de ser fusilado durante la guerra civil
(no tendría nada de raro), pero aun sin
revólver le habían metido suficiente miedo en el cuerpo. Le había bastado
con trabajar en esos dispensarios donde era necesario atender a nueve enfermos
por hora, con el tiempo justo para golpear la rodilla de cada uno con un
martillito, además de ser miembro de la VTEK (Comisión de expertos en Medicina
laboral) y de una Comisión de curas de reposo, y de una Comisión de reformas, y
pasarse las horas firmando papeles y más
papeles y otra vez papeles, sabiendo que con cada firma se jugaba la cabeza,
que ya había médicos que pagaron con su libertad, que otros estaban amenazados,
y tú entretanto sigue firmando y firmando boletines, informes, conclusiones, estudios,
análisis, exámenes, historias clínicas; cada
firma era un caso de conciencia, la duda de Hamlet: ¿baja o no baja?, ¿apto
para el servicio o no apto para el servicio?, ¿enfermo o sano? Por un lado, los enfermos que suplican; por
el otro, las autoridades que presionan; y el médico, muerto de miedo, sin saber
qué hacer, indeciso, asustado, arrepentido…
Pero todo
eso sucedía cuando aún disfrutaba de libertad, y ahora sólo eran amables
recuerdos… Ahora estaba preso en calidad de enemigo del pueblo, aterrorizado
por el juez de instrucción hasta tal punto, que casi se muere de un infarto (¡me imagino a cuántas personas, la
Facultad de Medicina en pleno, habrá arrastrado consigo bajo semejante estado
de terror…!) ¿En qué se había convertido nuestro neurólogo?»
Alexandr
Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag
(1973)
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